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"Opinión"

"Nepotismo"

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    En un ambiente agitado por señalamientos políticos y acusaciones de toda índole, el Gobernador Mario López Valdez cumple los últimos días de su mandato al frente del Ejecutivo, seguramente con un aparente deseo que su periodo termine lo más pronto posible.
     
    En retrospectiva, su Gobierno se ha caracterizado por dejar en los ciudadanos una marcada frustración, pues no cumplió lo que ofreció durante su campaña política. La ciudadanía vio cómo su administración se consumía en un mar de frivolidades sin sustancia, dejando a un lado los torales problemas de la entidad.
     
    Desde el principio de su mandato se empezó a percibir que lo prometido en campaña no se encausaba por el sendero adecuado, no existía coherencia. Debido a ello, no llenó las expectativas que había despertado en la mayoría de los ciudadanos en su postulación al Ejecutivo del estado. 
     
    Recordemos que fueron muchos los que con entusiasmo abrazaron su candidatura, confiados que sería congruente con su discurso; pero los hechos hablan por sí solos y no es necesario agregar nada para mostrar que una vez más los ciudadanos se quedaron con las ganas de ver un buen Gobierno en el Palacio de Gobierno del Estado.
     
    Es penoso decirlo, pero ante la realidad que difunden los medios cooptados por los grupos que se encuentran en el poder están las evidencias históricas que superan los márgenes imaginarios de los logros malovistas. 
     
    Va a terminar el Gobierno con muy pocas obras destacables; por el contrario, el Gobierno de López Valdez va a quedar marcado por el ecocidio en las bahías de Topolobampo y Ohuira, como una fiel muestra que el Gobierno cede ante los intereses políticos y económicos por encima de los de la sociedad. En un corto plazo se van a ver los efectos devastadores en el ecosistema que esa obra va a provocar.
     
    Mientras en el estado y el país los gobiernos no actúen en base a los intereses sociales, las cosas seguirán por ese rumbo; o sea, con efectos trágicos para el ciudadano medio y de abajo, de eso no hay duda, porque no hay indicadores que digan lo contrario. Con ese actuar político los afectados serán los ciudadanos y los beneficiados ciertos grupos de poder. 
     
    Sin ir más lejos, lo vemos en el nepotismo de que hacen gala los políticos encumbrados, que imponen a sus familiares y amigos con prepotencia, como si los sinaloenses les aplaudieran esas actitudes o se las aceptaran de buen grado, pero no es así. Esos políticos ven el aprovechamiento de la función pública para satisfacer apetitos personales, pues lo conciben como un patrimonio, y el ciudadano común acumula desconfianza y hartazgo.
     
    En realidad, estos políticos actúan con tal desprecio por la opinión de la gente como si el estado o en algunos casos el país, fuera de su propiedad. Y eso se reafirma en lo administrativo, pues el reparto entre los allegados es muy alto: sobresueldos, moches, licitaciones a modo y un largo etcétera. Una forma deplorable de usar en beneficio propio el patrimonio de los sinaloenses y mexicanos en general.
     
    Es necesario terminar con estos desfiguros que dañan intereses sociales de sectores notoriamente débiles. Esa corrupción y tráfico de influencia, contrario al desarrollo armónico del poder público, se tiene que combatir sin tregua. Es la única forma de lograr que termine esa recurrencia a la corrupción en la función pública.
     
    Si se deja pasar, como ha venido ocurriendo en las anteriores administraciones, se afianzará más; porque los políticos están hechos de una madera muy proclive a vivir del erario, no le buscan por otro lado, siempre al acecho y al amparo del presupuesto de Gobierno, por eso decimos que lo toman como su patrimonio.
     
    Mientras, por otro lado, los sectores de pescadores, campesinos y obreros en general se afanan por obtener sus medios de subsistencia, porque la crisis los espolea drásticamente. Son esos actores sociales los que sienten con mayor crudeza las dificultades económicas, conformándose con lo justo para pasar la semana o, a veces, el día, sin expectativas que los motive para lograr una vida mejor. 
     
    Existe un ambiente enrarecido, que se ha adueñado de la esperanza en amplios sectores sociales. Esto no puede ser; y, a la vez, no todo está perdido, siempre hay quienes luchan por un mundo mejor. 
     
    Eso, porque también existe un fuerte despertar social y eso es alentador en cuanto puede aglutinar un potencial social que dé al traste con lo establecido y se dé un cambio al rumbo en la manera de gobernar. 
     
    Además, los dolores que sufre la sociedad, como en un acto de contrición, se miden también en los valores perdidos, que antaño eran la piedra angular en la familia mexicana; y esta, a su vez, de toda una Nación. Así, si el pueblo se plantea una meta a corto plazo, por ejemplo, llevar a la Presidencia de la República a un gobernante que responda a los intereses de toda la sociedad, las cosas pueden dar un giro inédito en el 2018. 
     
    La situación del país se encuentra en una encrucijada, tal como la que prevalecía hace más de cien años. No exageramos, es cuestión de ver lo que está pasando con los salarios de los trabajadores. 
     
    La crisis, en general, nunca se había ahondado tanto: recursos escasean y abusos abundan. Por eso, encausar al país por el camino de abatir las desigualdades sociales se hace ineludible, urge un golpe de timón, un cambio sustancial en la política económica. Eso lo puede hacer un Gobierno que defienda el patrimonio nacional. No hay otra alternativa. 
     
     

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