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"Opinión"

"Ontología, Pininos 1"

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    Twitter:@oscardelaborbol

     

    Aunque con regularidad familiar entramos en contacto con seres de muy distinta índole ontológica y, en la práctica, los distinguimos sin ninguna dificultad, resulta extremadamente complicado explicar sus diferencias con un discurso fácil. Este reto didáctico es el que hoy voy a aceptar para irme lo más lejos que pueda de la política, que me tiene empachando.

     

    Es obvio, por ejemplo, que nuestro vecino tiene un tipo de realidad distinta de la que tiene Don Quijote de la Mancha, y que, salvo cuando padecemos algún trastorno mental, distinguimos perfectamente al amigo con quien hemos pasado la tarde platicando, de ese mismo amigo encontrado en nuestros sueños. Igualmente, cuando leo una novela o me sumerjo como espectador en una película, sé que ese mundo al que me “meto” es diferente del mundo de la librería donde adquirí el libro o el de la taquilla donde compré el boleto para entrar en la sala, aunque durante la lectura o la función esté tan perfectamente embebido por las palabras o las imágenes que siento que estoy ahí.

     

    Entro y salgo sin problema de un tipo de realidad a otra, y aunque no pueda explicarme discursivamente la frontera entre ellas, voy y vengo sabiendo perfectamente cuándo cruzo la línea divisoria. Sé que son distintas realidades la de los entes reales (mi sillón o mi perro) y la de los entes de ficción de un cuento, y la de los entes oníricos y la de los entes recordados y la de los entes matemáticos y la de los entes que mi esperanza ubica en el futuro, esa zona del tiempo que por no haber llegado todavía nos hace conservar la esperanza de que ahí pueda estar todo lo que deseamos.

     

    En la práctica y en los ejemplos, la Ontología es muy clara; el problema surge cuando quiero comunicarla, cuando intento pasar de lo que Heidegger llama el preconcepto del ser para ir al concepto propiamente ontológico.

     

    Obsérvese la dificultad: cuando hablo de seres reales (mi sillón, mi perro) creo estar refiriéndome a seres que están fuera de mi experiencia o de mi conciencia o, como decían los clásicos: “seres cuya existencia no depende de que sean pensados”; pero el problema no es tan sencillo, pues, parafraseando a Leibnitz, hay unos entes no reales (el cero matemático) que sólo existe porque es pensado; pero ¿qué pasa si dejamos de pensar en él? ¿Desaparece? ¿Qué pasa si ese ser pensado, que sólo existe porque lo pensamos, es pensado por otra persona a quien no se lo hemos comunicado? Leibnitz concluía que había alguien que se mantenía pensándolo siempre y por eso la aparición del cero matemático en la cultura maya sin haber llegado a ellos de los indios o los árabes demostraba que Dios existía.

     

    Y un último problema: ¿el ser existe al margen de que haya una conciencia que lo atestigüe?,¿mi perro, mi sillón, mi laptop… el conjunto de todos los seres, o sea, el ser, existe si no hay en todo el universo quien se aperciba de él? En sentido estricto no podemos saberlo: equivale a preguntar: ¿para un muerto yo sigo existiendo? ¿Si todos estuviéramos muertos el ser seguiría existiendo? No se sabe. Lo que sí se sabe es que el ser existe en las culturas cuyo idioma posee el término “ser”, y hasta donde yo sé sigue sin establecerse una comprensión suficiente de lo que sea o signifique ser. Pero todos vamos y venimos de unas formas de ser a otras sin que nos confundamos, tenemos unos preconceptos bastante buenos.

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