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"La Vida de acuerdo a mí"

"‘Por eso México está como está’"

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    La semana pasada estaba en una estación del metro, esperando mi lugar en una fila de 15 minutos para cruzar las escaleras que me permitirían cambiar de línea, cuando una mujer se me acerca y me dice “¿oye, me puedes dejar meterme?”. Lo que tienen que entender es que a las 7 de la noche, cuando la gran mayoría de las personas de salen del trabajo, cualquier medio de transporte de la Ciudad de México se pone insoportable. El metro del DF es como el infierno en la tierra, donde no sabes si reír o llorar, y quien sea que se quiera colar injustamente va a ser abucheado, insultado y hasta físicamente agredido. Así que le contesté: “Señora, si todos hacemos fila, usted también”. La mujer me devolvió una de esas típicas sonrisas hipócritas, que te maldicen 100 veces internamente, y se dirigió hacia el final de la fila.
    Ese mismo día, unas horas antes, cuando caminaba hacia las oficinas donde hago mis prácticas profesionales, unos jóvenes me detuvieron para entrevistarme para un documental llamado “Di no a la mordida”, o algo parecido, en el que me preguntaron que era la corrupción, cómo afecta a México, qué me gustaría para mi País, y si yo alguna vez he dado una mordida. Respondí con honestidad: nunca he dado una mordida, aunque hay que aclarar que nunca he estado en una situación donde haya tenido que escoger entre el bien y el mal, por así decirlo, y haya preferido pagar la multa, sanción, o lo que sea, en lugar de dar una mordida. Pero también confesé que a pesar de que nunca he pasado dinero por debajo de la mesa, sí me he visto involucrada en muchos pequeños actos de corrupción: alguna vez me metí, y permití que otros se metieran a la fila para la tiendita de la primaria y la secundaria; acepté dinero a cambio de hacer tareas; copié en exámenes y ayudé a otros a hacerlo; bebí alcohol y fui a antros antes de cumplir los 18 años; descargué música y programas de televisión ilegalmente y compré cosas piratas. No me considero ni mala persona, ni delincuente. Es muy probable que el 90 por ciento de las personas leyendo esto hayan hecho una, si no es que varias de las cosas que acabo de mencionar, y creo que ninguno de nosotros señalaría al otro con el dedo afirmando que dicha persona es un criminal, un corrupto, y que por eso México “está como está”.
    Esa es justo la frase que escucho seguido en la misma estación del metro, cuando los pasillos se congestionan por el tráfico de cuerpos cansados que se quieren meter a la fila para avanzar más rápido: “¡Fórmense! ¡todos nos formamos!, ¡por eso México está como está!”. Sería una mentira decir que México vive una situación difícil a causa de las personas que se colan en la fila del metro, pero no se necesita ser un genio para percatarse de que los pequeños actos de corrupción como ese contribuyen a la extraña mentalidad de impunidad del mexicano: que nada nunca nos va a pasar. Todos lo hacen, así que ¿por qué yo no?
    Ahí está el asunto. Esperamos que nuestros gobernantes respeten las leyes y hagan las cosas a favor del pueblo, pero nosotros no parecemos estar dispuestos a cambiar nuestros propios hábitos. Y conste, que esto no se trata de justificar a los políticos rateros, y hacerlos ver como otras víctimas de un sistema mucho más viejos que ellos. La abrumadora mayoría de nuestro gabinete político, así como de funcionarios federales, estatales y locales, no sólo son una bola de corruptos, sino de asesinos. Tal vez haya pasado una tarea de historia a cambio de una de matemáticas, pero no llevo sangre en las manos.
    En las vacaciones de diciembre, cuando estaba en Mazatlán para pasar Navidad con mi familia, me entró momentáneamente una crisis después de ver en las noticias como decenas de tiendas comerciales estaban siendo saqueadas por los ciudadanos en protesta al gasolinazo, que acababa de ser anunciado. Pocas veces he sentido tanto miedo de mi propia gente. No quería, bajo ninguna circunstancia, regresar a la capital. Y aunque sé que los medios grandes suelen manipular las noticias bajo su propia conveniencia, me parecieron horribles las atrocidades que esas personas, civiles, actores, o lo que sea que fueran, estaban cometiendo, por lo que decidí que tenía que comportarme estrictamente bajo los parámetros de una persona de bien. Unos días después fui a un club nocturno con unas primas y amigas de toda la vida, y a la hermana de una no la dejaron entrar porque se veía muy chica. Lo cierto es que la morra acababa de cumplir 15 años, y cuando el guardia de seguridad me pidió verificar su edad, no le negué que era menor de edad. Todo el mundo se enojó conmigo, se armó un conflicto que a mis ojos casi termina en un “no me vuelvas a hablar en tu vida”, y yo no podía hacer más que decir “¿cómo podemos esperar que los políticos respeten las reglas si nosotros no lo hacemos?”.
    Fue una situación desagradable en general, porque nadie en el grupo estaba acostumbrado a que se le cerraran las puertas en las narices por no cumplir con los parámetros del lugar. Y esto nos parecía un ultraje, una barbaridad, una ridiculez. Mi amiga de 15 años viene de Arizona, y pensaba “pero es México”, como si el estar en México significara automáticamente que no tiene por qué respetar la ley. Y ese es justo el problema. Ya nadie espera que se respete nada. Todos pasamos por encima de las reglas como si estuvieran ahí solo de adorno. Para mantener las apariencias.
    Es difícil cambiar las cosas cuando México se ha desarrollado bajo el mismo contexto social y político por quién sabe cuánto tiempo. Lo más triste es que para muchos, la corrupción es la única vía. Porque chocan su carro y los multan, pero ganan una miseria, y pagar lo que dice la ley resultaría en bocas hambrientas en su casa toda la semana, entonces no queda de otra más que utilizar la vieja confiable: la mordida.
    México es un País triste. Tan bonito y tan colorido, y con tanta falta de posibilidades para sus hijos. Sin embargo, no podemos rendirnos. No podemos tirar la toalla sin hacer el esfuerzo. Tenemos que hacerle frente no solo a los grandes actos de corrupción, sino también a los pequeños, en la medida que sea. Sólo así, algún día, este País que tanto queremos y que tantos dolores nos ha traído, podrá ser lo que siempre hemos soñado, y un futuro mejor para todos los mexicanos no será otro deseo descabellado, más una realidad.
    México puede estar como está, pero no será así para siempre. Dicen por ahí que lo bueno de tocar fondo es que lo único que queda por hacer es empezar a subir.
    Twitter: Aless_SaLo
     

    La autora es mazatleca, tiene 19 años y estudia Periodismo en la Escuela Carlos Septién

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