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"Puerto Viejo"

"Por lo pronto..."

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    El día de mañana estaremos conmemorando el 107 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, con desfiles y manifestaciones militares que pretenden mantener vivo el recuerdo de un movimiento, cuyos postulados y conquistas, desde su conclusión, han servido para enriquecer a centenas de políticos de todos los orígenes partidistas. Sí, de todos.
     
    El movimiento bélico interno que nos legó instituciones con resultados siempre mediocres y que son manejadas por actores políticos a los que les importa un cacahuate desperdiciar la posibilidad de convertirse en agentes de un cambio social incluyente, que nos catapulte hacia otros planos de bienestar; lo de ellos, a través del tiempo, son los gananciales partidistas y los propios, por supuesto.
     
    A manera de antecedente de la bola revolucionaria, apuntan los historiadores que entre otras motivaciones que dieron vida al movimiento de Independencia de México, se encontraban el ánimo de acabar con la salvaje explotación laboral a la que era sometida la clase trabajadora, en la que se incluía a la niñez, y por ende, conseguir mejores condiciones de vida para los marginados, que en aquellas épocas, dejaban sus vidas entre los surcos de las haciendas y las entrañas de las minas.
     
    Después de un reguero de sangre, el movimiento encabezado por el cura sibarita Miguel Hidalgo y Costilla, logra su propósito de poner a México en la posibilidad de emerger como una Nación independiente, lo cual se fue al traste, ya que el control del Gobierno fue tomado por las clases dominantes y el codicioso clero conservó sus privilegios, sin embargo, la situación de la pobrería no cambió en lo absoluto.
     
    La explotación de la clase trabajadora continuó siendo fuente de riqueza para los bolsillos de los hacendados, de los comerciantes y de la iglesia católica. Todo aquello de la verborrea de la preocupación por resolver la marcada marginación, al igual que ahora, fue un mero argumento para mantener a la élite dominante. 
     
    La intensa lucha fratricida no fue suficiente para conformar una clase política responsable y con sentido social como para iniciar el camino hacia una Nación más justa.
     
    Cien años después de haberse proclamado el grito de independencia en el pueblo de Dolores, Hidalgo, se prende la mecha de la Revolución Mexicana, la cual, como parte del argumento de fondo, al igual que el movimiento independentista, también contemplaba la justicia social para las clases explotadas.
     
    Con el paso de los años, la Revolución Mexicana se convirtió en una lucha de todos contra todos y el cabo de más de 10 años de fragorosas batallas y cerca de dos millones de muertos, el movimiento bélico mexicano llegó a su fin y el control político, de nueva cuenta, cayó en manos de los hombres del poder, dando pie al nacimiento de un partido político, el PRI, que se convirtió en una incubadora madre de una clase política codiciosa de poder y riqueza material, mientras que los pobres continuaron en las mismas, viviendo de las migajas que les arrojaba el sistema. 
    Su miseria continuaba sirviendo de bandera para los movimientos políticos, de mina inacabable de votos que todavía se mantiene vigente y pujante para bien de los fines partidistas. 
     
    De nueva cuenta, la lucha intestina no fue lo suficientemente fértil como para dar vida a una élite dominante con proyectos sociales incluyentes; para que surgiera una clase política honesta que tenga por guía de vida el decoro y la modestia; por el contrario, la de hoy, ha seguido al pie de la letra los propósitos aviesos de los repudiados por los insurgentes y los revolucionarios. Bueno, por lo menos es lo que se expresaba en los pendones de guerra.
     
    Después de poco más de un siglo los verdaderos beneficiarios de los legados de la guerra de Independencia y de la Revolución de 1910, se han logrado mantener en el poder, sin embargo, hay que decir que en la población hay signos de hartazgo e irritación social, debido a la descarada corrupción y enriquecimiento desmedido de toda la clase política y al imparable crecimiento de la pobreza, elementos todos, que dan para iniciar un movimiento transformador, ya no por medio de las armas, sino bajo la conducción de liderazgos honestos, visionarios y comprometidos con sus ideales.  
     
    Por lo pronto, no veo en el horizonte inmediato gente con los tamaños necesarios para ello, ni el ánimo ciudadano, que con todo y su irritación, no quiere dejar la cómoda modorra social derivada de la zona de confort, que de manera convenenciera nos ofrece el sistema ¡Buen día! 
     

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