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"Opinión"

"¿Por qué triunfan los idiotas?"

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    Muchas veces, y no apaciblemente, me he preguntado por qué triunfan los idiotas o, al menos, quienes no parecen tener de manera ostensible un talento especial o siquiera la suficiente competencia, y no me refiero a un campo en específico, sino a que brillan en todos los terrenos: hacen mucho dinero, alcanzan una fama extraordinaria, se entronizan en la política, tienen éxito en el sexo, en las artes o, incluso, son seguidos por millones de personas en las redes sociales... ¿por qué?
     
    He repasado todas las hipótesis: desde aquellas en las que me digo que el imbécil soy yo y no ellos, hasta en las que supongo contubernios, concesiones vergonzosas, complicidades ventajosas, carencia de escrúpulos o -dado el cenagal en el que estamos- porque están dispuestos a prostituirse hasta la ignominia. No creo que siempre me haya equivocado en mis conjeturas; pero como la cantidad de estos idiotas -hoy y ayer y en el pasado y en todos los lugares del mundo- es tan grande no logro convencerme de haber dado realmente con la causa o las causas.
     
    Mis ascuas, imagino, no son exclusivamente mías, sino compartidas por muchos que, como yo, contemplamos azorados el éxito de quienes nos parecen idiotas. Sé que los juicios que hacemos son inevitablemente parciales, pues nuestra comprensión de las vidas ajenas por mucho que investiguemos jamás es suficiente para reconstruir paso a paso el camino que recorrió el idiota hasta llegar a esa cima donde inevitablemente lo miramos con rabia, frustración y envidia. ¿Cómo le hacen?, ¿cómo es posible?, son preguntas -me atrevo a garantizarlo- que cualquiera se ha formulado.
     
    Hoy, sin embargo, creo haber hallado la respuesta en un pensador del Siglo 16, que dada la longitud de su obra lleva ya acompañándome semanas, me refiero a Miguel de Montaigne. Sin excluir mis malpensadas hipótesis, o mejor aún dejándolas de lado, hay una explicación extraordinariamente elegante por su sencillez, pues tiene dos únicas premisas que al combinarlas dan la gran clave:
     
    Primera: cada persona sólo es responsable del comienzo de su acto y lo que sigue es azar; nosotros hacemos o elegimos, pero hasta ahí; nos compete sólo el primer paso, lo que continúa ya no depende de nosotros, se va enlazando al margen de nuestra voluntad y es el fruto de la suerte: de un encuentro, de un coincidir o de un estar a tiempo por casualidad; y segunda: como el número de los ineptos es mucho mayor que el de los aptos, entonces es más probable que algunos de los que son legión logren el triunfo.
     
    Así, si en el fondo la vida depende del azar, de la oportunidad, de la suerte no es extraño que probabilísticamente haya tantos tontos con éxito que crean el espejismo de que a ellos les va mejor. Habría que pensar en los millones de idiotas que fracasan para descartar la dolorosa impresión de que los tontos tienen éxito, pues normalmente sólo reparamos en aquellos a quienes la suerte puso en la cima.
     
     

    Sinembargo.MX
    Twitter @oscardelaborbol

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