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"Opinión"

"Que la muerte de Javier Valdez no sea en vano"

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19/05/2017

    Rafael Morgan Ríos

    cp_rafaelmorgan@hotmail.com

     

    Aunque existía la amenaza de un tercer artículo sobre “Los Grandes Males en Seguridad”, el sorpresivo, lamentable y terrible suceso del asesinato del buen amigo y prestigioso periodista Javier Valdez, estudioso profundo, precisamente sobre los grandes males que ha acarreado la delincuencia, tanto organizada como la que no, pero principalmente la relacionada con el narcotráfico y sus secuelas de drogadicción, asesinatos, lucha entre grupos, gente desalojada de sus hogares, viudas y huérfanos, que Javier tan bien pintó en sus libros, conferencias y reportajes, obliga por lo menos, a que desde estas páginas se manifiesten protestas y reclamos, no sólo contra las autoridades sino aún contra los delincuentes que asesinan a periodistas, maestros, padres de familia, jóvenes, mujeres, policías y hasta niños, con todo lo cual se están perjudicando a sí mismos, a sus familias y a la convivencia social.

     

    Hay que considerar que los asesinos, extorsionadores, secuestradores y narcotraficantes en general son también ciudadanos, padres de familia, con hijos que tal vez estén yendo a la escuela o están trabajando y que con estos actos están destruyendo su presente y su futuro a cambio de un dinero fácil que no siempre pueden disfrutar, o de la sensación de poder que les dan las armas, que muchas veces se vuelven contra ellos mismos, o bien por el poder de contar con gente dispuesta a cumplir sus órdenes para preservar su territorio y sus bienes, gente que también, muchas veces los traiciona.

     

    ¿Cuál es el futuro de los delincuentes, sea a la corta o a la larga? Como se decía en tiempos de don Porfirio Díaz, sólo puede ser “el encierro, el destierro o el entierro”, y si se revisa en donde están los jefes de los cárteles, de los sicarios, de los vendedores y hasta de los “punteros”, están en la cárcel, andan huyendo o están enterrados en el cementerio o en una fosa anónima. Mientras tanto, ahí están las viudas y los huérfanos de ellos mismos o de aquellos que han asesinado sin deberla ni temerla.

     

    Especial mención merece la complicidad de algunas autoridades que por ambición de riqueza, por miedo o por indolencia, se han dejado atrapar por esa delincuencia que lo mismo se presenta con dinero, con amenazas o con diferentes apoyos y logra lo que se debe considerar como “traición”, traición a su compromiso como autoridad, traición a la sociedad a la que deben proteger y servir; traición a sus principios, a sus familias y a sus compañeros de trabajo. Las excusas sobran: “no gano lo suficiente; tengo muchos gastos”, o bien: “si no coopero con la mafia pierdo el trabajo, o ya saben dónde vivo y amenazan a mis hijos o atentarán contra mi vida”.

    Cuando algunos políticos se rehúsan a presentar sus declaraciones patrimonial, fiscal y de conflicto de intereses, argumentando que a través de ellas cualquiera se entera de su domicilio, sus bienes y sus cuentas, se pone en evidencia para ser secuestrado, extorsionado, amenazado o asesinado, por lo tanto, mejor no presentan sus declaraciones. Habría que decirles a esos políticos que su labor de funcionario público implica no sólo el tener un buen salario, o gozar de prestaciones y hasta de poder, sino también de riesgos que van desde la vida y el honor, hasta la tranquilidad propia y familiar. El que no quiera tener estos riesgos, pues que no se meta de político, de policía o de funcionario público y se vaya a la iniciativa privada como empleado o a poner su negocio, tal vez menos ganancioso y tal vez con menos riesgos, aunque como están las cosas, actualmente esos riesgos los tiene ya cualquier miembro de la sociedad, con el agravante de que también hay que lidiar con las malas autoridades.

     

    Javier Valdez sabía de todos esos riesgos y estaba consciente de que su trabajo de denuncia y de información, no únicamente molestaba a los “capos” y sus sicarios, sino también a muchas autoridades. Él sabía que por su trabajo periodístico tenía que pagar un precio, ya sea el precio de ingresos raquíticos, porque el periodismo honesto no paga bien; o un precio de rechazo del poder público; o el precio de la intranquilidad familiar y propia y finalmente, acabó pagando el precio de su periodismo valiente y honesto con su propia vida.

    Este asesinato, como el de otros muchos periodistas, pero también el de los maestros, de los policías y soldados en cumplimiento de su deber, el de tantas mujeres, niños y personas, que han perdido la vida como “daño colateral”, debe sacudir la conciencia social y unir al buen gobierno con la sociedad honesta, para buscar y encontrar soluciones de corto y largo plazo al problema de la inseguridad en México y en Sinaloa.

     

     

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