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"Observatorio"

"¿Quién asesinó a Javier Valdez? A 10 meses, seguir preguntando"

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OBSERVATORIO

    Al regresar ayer al Palacio de Gobierno el grito de justicia para Javier Valdez Cárdenas se oyó como un alarido desesperado de los que damos la impunidad por consumada.

    En divergencia con la retirada silenciosa del estado de derecho, a las víctimas de la violencia y sus deudos lo único que les queda es desgañitarse en el dolor y la frustración.

    Hace 10 meses que el asesinato de Javier Valdez desencadenó en el periodismo la tristeza y el infortunio. A media asta, los estandartes de la libertad apenas ondean con el viento helado de la impunidad, al mismo ritmo que el Gobierno mece la cuna en la que plácidamente hiberna la delincuencia.

    Mientras al gremio periodístico nos queda bastante por exigir, por exclamar, las fiscalías federal y estatal actúan como si no tuvieran más qué decir, qué hacer, sobre el caso Valdez. El silencio es la consigna en los pasillos del poder y todo indica que será el desenlace ad aeternum que han resuelto los sistemas de procuración y administración de justicia.

    Por cada vida arrebatada en la bestialidad cotidiana de Sinaloa siempre habrá dolientes en espera de justicia. Aparte de la familia de Valdez, el buen periodismo sufre el abatimiento de ver que al caer uno de los suyos se derriban en efecto dominó muchas de las trincheras que la opinión pública creyó que eran seguras.

    Puede ser que el grito de impotencia de los periodistas ni siquiera se escuche entre el alarido de las 7 mil 700 familias  afectadas por homicidios dolosos cometidos del sexenio anterior, o los mil 727 que la Fiscalía contabiliza desde enero de 2017 al 28 de febrero de 2018. Habrá que gritar más fuerte. Ser más  directos.

    ¿A quién doblará primero el cansancio? A los colegas de Javier Valdez que al saberlo muerto nos asumimos de antemano como cadáveres merodeados por mil y un buitres, o al Gobierno que se cerciora de que el sacrificio del periodista inhiba el ejercicio de la libertades de opinión y de manifestación.

    El crimen sigue irresuelto porque las autoridades no quieren solucionarlo, pues les es más útil como cabeza de periodista colgada en la plaza para escarmentar a los que sobreviven en la misma postura crítica y rebelde del caído. Resistamos sin dejar de ver de reojo a los facinerosos en cada línea áspera que redactamos o murmuramos.

    A diferencia de otros ataques a la prensa, como el de Miroslava Breach, Luciano Rivera y Salvador Adame, cuyos asesinos intelectuales han sido identificados y en algunos casos detenidos, con Javier Valdez la carpeta de investigación huele a polvo de archivo, que es el hedor idéntico al del apocamiento de autoridades e instituciones frente a la osadía del hampa.

    Los periodistas hemos de sostener la exigencia de justicia hasta que el último aliento del ejercicio de la profesión lo permita. Un trazo, una vocal o un sonido habrán de ser, mientras sea necesario, la interpelación a servidores públicos pusilánimes.  Si a Javier lo dejamos morir en la memoria social,  el olvido se volverá ráfaga contra cualquiera de nosotros, sin darnos tiempo siquiera para preguntar quién sigue.

    Seguimos todos, ciudadanos e instituciones, con la marca de víctimas tatuada en la frente. Ahí vamos, uno a uno, al paredón erigido por los sin ley.

     

    Re-verso

    Ellos despilfarran meses,

    En su pesquisa ficticia,

    Y tú, Javier,  ya mereces,

    El trago fresco de justicia.

     

    El azadón y el herrero

    Hoy hace dos semanas que se reactivó la mesa de trabajo para concretar en Sinaloa la Unidad de Protección a Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas. El Gobernador Quirino Ordaz dejó en manos de este grupo la designación del coordinador general. Al no haber propuestas ¿por qué no poner la responsabilidad en manos del ombudsman que ya desempeña tareas de salvaguarda de las garantías constitucionales?

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