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"Opinión"

"Razones para vacunar. Parte 4"

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    En esta última columna del porqué de las vacunas exploraremos la seguridad de ellas. 

    Gracias a las vacunas, ya no vemos infecciones como la polio y el tétanos. Por lo tanto, no tenemos anécdotas actuales, a viva voz, que nos cuenten lo terribles que eran esas enfermedades. En cambio, lo que se escucha es que a tal niño le pusieron una vacuna y se sintió mal y le dio fiebre altísima, etc. Y con ello, la percepción del riesgo cambia de padecimientos mortales que no ves a reacciones secundarias menores que sí te has topado. 

    Cuando se trata de prevenir necesitas sentir el riesgo. Si seguimos usando el celular al manejar, es porque no tememos que afecte y no percibimos la posibilidad de un accidente. Y los riesgos, o los miedos a que pase algo, son relativos para cada persona. Alguien que no quiere vacunar a su hijo contra el sarampión posiblemente saldría corriendo a ponerse la vacuna contra la rabia si lo mordiera un mapache. ¿Por qué la primera no te la pones y la segunda sí? 

    Si redondeamos datos estadounidenses, de cada millón de personas que manejan un automóvil, 139 fallecen en un accidente. De cada millón de dosis de vacuna de sarampión, un niño tiene una reacción alérgica severa (lo cual tiene tratamiento). Eso quiere decir que subirte a un carro es cientos o miles de veces más peligroso que recibir una sola dosis de esa vacuna. ¿Por qué temerle a esta medida preventiva y no al “transporte mecanizado de la muerte”? Porque aceptamos los riesgos que queremos. 

    La seguridad de las vacunas, debido a que se aplican por lo general a gente sana, está en constante vigilancia. Organismos como Cofepris en México, la FDA en Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud mantienen sistemas de reportes de todos sus efectos secundarios. Gracias a esta monitorización, se han detectado a través del tiempo vacunas que pueden mejorarse, lotes defectuosos, o asociaciones a efectos secundarios raros. 

    Es cierto que existen efectos secundarios. La inmensa mayoría son menores y están ligados al tipo de vacuna (no todas las vacunas se fabrican igual). La fiebre y el malestar, por ejemplo, se presentan porque se está despertando el sistema inmune como si estuviera respondiendo a una infección. Así se generan los anticuerpos (las “defensas”) contra las enfermedades. 

    Pero la realidad es que el miedo es a efectos secundarios que no existen. Por ejemplo, las vacunas no causan autismo, ninguna, ni siquiera en niños con hermanos con ese padecimiento. No causan diabetes, ni esterilidad. No contienen restos de fetos. Y los coadyuvantes que contienen para aumentar su eficacia son seguros. 

    Muchas vacunas se ponen desde los primeros meses y tampoco sobrecargan el sistema inmune de un bebé. Todos los días, todo el día, nos exponemos a millones de diferentes microbios y elementos tóxicos que el cuerpo es capaz de eliminar. La razón de aplicar vacunas a edades tempranas es que las enfermedades prevenibles tienen más complicaciones y riesgo de muerte entre más pequeño sea el niño. 

    En resumen, con las vacunas podemos erradicar o disminuir enfermedades mortales, contagiosas y/o que dejan secuelas; podemos proteger a personas vulnerables; y como punto final, vale la pena aplicarlas porque son seguras. 

     

    1. Institute of Medicine. Adverse Effects of Vaccines: Evidence and Causality. Washington, DC: The National Academies Press. 

    2. Organización Mundial de la Salud. Eventos adversos posvacunales (EAPV).

    3. Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Vaccine Safety. https://www.cdc.gov/vaccinesafety/index.html

     

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