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"Opinión"

"Un gran señor"

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    Llegué a su oficina. La UNAM vivía momentos difíciles. El dólar andaba en las nubes. Sostener a los becarios en el exterior era difícil. Había que seleccionar áreas prioritarias. Nos sentamos en un terno. Encendió su pipa. ¿Qué era más importante para México, un economista, en plena crisis, un médico o un biólogo?
     
    Dejó caer su mirada impregnada de seriedad. No estaba jugando y defendería su punto de vista sin concesiones. Llegué a casa convencido de su tesis, pero no sólo eso. Era un gran señor. Podía, debía llegar, a la Rectoría. Era director del Instituto de Biología y no cedió. La riqueza natural de México demandaba biólogos. Estamos a principios de los años ochenta. ¿Biólogos? ¿Riqueza? Leía algo distinto. Quizá fue en ese encuentro que escuché la palabra por primera ocasión: biodiversidad. Los tiempos que manejaba eran diferentes, no hablaba de sexenios, ni de administraciones, sino de miles o de millones de años, de eras. La riqueza estaba frente a nosotros, pero no sabíamos leerla. Él se encargaría de esa misión. Éramos ciegos.
     
    Su obra era poco conocida en un país que daba la espalda a esa discusión, enamorado de Darwin, el primer doctor en ecología de México buscó a sus musas para así inspirar a las futuras generaciones. Gran maestro, ferviente defensor de la enseñanza, el generoso biólogo estudia para compartir. Fue así como se lanzó a la aventura de adentrarse en los árboles tropicales de nuestro país, en las malezas del altiplano, del Valle de México, el botánico iba un paso adelante. De hecho sus estudios fueron en filosofía de la ecología. Pero el conocimiento para él está al servicio de algo superior que el reconocimiento académico o los grados adquiridos. Conocer para modificar la realidad, conocer para dejar la barbarie.
     
    Y llegaría a la Rectoría, a una UNAM embarazada de una discusión fundacional. Pero, ¿podría el biólogo, el hombre de laboratorio o de la selva, contender con esta otra selva política? Con infinita paciencia el científico mostró su gran capacidad para lidiar con los extremos. Su criterio fue prevaleciendo lentamente. La academia, el conocimiento por encima de las ideologías. Desarmar la bomba de tiempo fue un trabajo delicado pero no se instaló en esa idea. El científico aprovechó para consolidar nuevos anclajes académicos. Allí sorteó traiciones internas y externas sin perder el temple. Agobiado, sin duda, pero jamás desbordado.
     
    Ejerció el poder a plenitud pero no cayó en sus garras. Para él, el poder está allí para servir. Lo utilizó pero dejó la silla que a muchos enloquece y regresó sin aspavientos a su quehacer. En la Rectoría su mirada cobró una agudeza singular. Pero la malicia no es un bien codiciado por el biólogo. Perspicacia en todo caso. Hizo política en medio de la tormenta con un instrumento atípico: la franqueza. Era un “bicho” -para utilizar sus términos-, raro en ese mundo. Pero su biografía lo forjó en la resiliencia, como se dice ahora, en esa capacidad de resistir al trauma y fortalecerse. Su ascendencia armenia fue perseguida y ese golpe no hizo sino darle mayor vigor en lo esencial de la vida que tanto ama, en su espiritualidad.
     
    De regreso a sus trabajos académicos tiene la tranquilidad interior para no volver la mirada a sus sucesores. Él hizo su trabajo como Rector pero hay pasiones mayores. Por eso forma parte de decenas de organizaciones dedicadas al tema, su tema, por eso viaja de forma incansable para regar sus conocimientos en universidades locales o en los más altos foros del orbe como la Royal Society donde lo precedió su admirado Darwin, pero también Newton que tuvo sus méritos o Einstein que me suena conocido. 
    También anda de interminable gira para aprender. Uno de sus grandes méritos es saber que se trata de un trabajo de equipo. Es tan grande el reto de la conservación y de la conciencia sobre la biodiversidad, que sólo educando y difundiendo conocimiento se podía llegar a buen puerto.
     
    Pero quizá lo más admirable no es la lista infinita de reconocimientos internacionales y nacionales de los cuales nunca habla, sólo falta el Nobel. Quizá lo más notable es su crecimiento exponencial como ser humano. Acompañado de la suave y firme lucidez de su compañera de vida, Adelaida, nuestro biólogo y botánico es una persona sencilla, rebosante de humor, obsesivo de las nieves que él prepara y que por definición siempre serán las mejores. Después de todos los logros, los reflectores, las adulaciones inevitables, los enfrentamientos también inevitables, viaja por la vida y por el mundo con ligereza mostrando la mayor de sus enseñanzas: la sencillez de ser un gran señor. ¡Qué privilegio y que orgullo para México tenerlo entre nosotros!
     
    Para los mexicanos que buscan ejemplos en días de confusión, por allí anda José Sarukhán, ahora reconocido por la ONU como un Campeón de la Tierra, y vaya que lo es.
     

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