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"JAVIER VALDEZ 1967 - 2017"

"Adiós, 'bato'"

"Niños, hombres y mujeres de todas las edades y profesiones eran retratados en sus páginas su orfandad. La ausencia del ser querido, las heridas de esta guerra... Las obras de Javier Valdez son un reflejo del lenguaje culichi, fiel a su misma expresividad"
16/05/2017

Gabriel Mercado

Su último y más reciente texto, hoy parece un ave de mal agüero.

 

Siempre habló del narcotráfico, pero no en aras de sublimar a los capos, a los criminales y delincuentes.

 

Era la gente su enfoque. Los huérfanos, las viudas. Los nombres, no los números.

 

Cincuenta años de edad, más de la mitad de ellos dedicados al ejercicio del periodismo, de la pluma, las historias.

 

De joven era músico y formó parte de un movimiento cultural universitario.

 

Egresó de Sociología de la Universidad Autónoma de Sinaloa, mostrando desde entonces su interés por la gente, por las causas.

 

Empezó a trabajar en el Diario de Sinaloa a finales de los 80, un viejo diario hoy desaparecido, cuna y formación de generaciones de reporteros. Ahí conoció a quien sería su esposa. Ambos eran correctores de estilo.

 

Revisaba y pulía los textos de los periodistas y los cables informativos. De ahí se fue metiendo al periodismo, o viceversa, este poquito a poquito, letra a letra, se metió en sus venas.

 

En el Diario hizo sus primeras notas, sus "pininos". Ya en los noventa fue a probar suerte en Canal 3, donde se dedicó a lo cultural. Obtuvo un premio de periodismo de nivel estatal, uno de varios galardones que el futuro le aguardaba.

 

Pero lo suyo no era la pantalla, sino la pluma.

 

En el 98 llegó a Noroeste y también se convirtió en corresponsal del diario La Jornada.

 

En Noroeste escribía una columna urbana de hechos cotidianos y sociales. Con estas crónicas formó su primer libro con el apoyo del Ayuntamiento de Culiacán, un recopilatorio de esas historias, llamado "De Azoteas y Olvidos".

 

Aún el tema del narco no lo seducía. Fue tiempo después de unirse con otro grupo de periodistas con quienes fundó en 2003 el semanario Ríodoce.

 

Pero el tema del semanario en un principio era lo social y lo político, cuestionando a la autoridad y señalando la corrupción. Pero poco a poco el tema del crimen organizado se fue posicionando, ampliando el terreno, comenzó a ganar portadas y lectores. Fue cuando Javier Valdez Cárdenas inicia su conocida columna "Malayerba".

 

Los relatos urbanos van acompañados de situaciones comunes, pero del "narco nuestro de cada día" como decía él. Una realidad fétida, ineludible, presente, dejando su marca en la sociedad, y en las víctimas que poco a poco la autoridad iba olvidando, las convertía sólo en registros, estadísticas, los señalaba de ser miembros de los mismos grupos criminales o simples "daños colaterales".

 

En 2009, un año después de que "explotó" la guerra del Gobierno contra los cárteles de las drogas, Javier publica "Miss Narco", una obra donde develaba los vínculos y coqueteos de los concursos de bellezas, las reinas y el hampa.

 

Un año después trae a la luz un nuevo recopilatorio, esta vez de su "Malayerba", prologada por Carlos Monsiváis.

 

Siguieron "Los Morros del Narco", "Levantones", recientemente traducida al inglés; "Con una granada en la boca" y "Huérfanos del Narco". Todos con esta línea de mostrar el crudo sufrimiento de la gente, la descomposición social y el resultado de los enfrentamientos entre grupos delincuenciales y sus actividades.

 

Niños, hombres, mujeres, de todas las edades y profesiones, retratadas en sus páginas su orfandad, la ausencia del ser querido, las heridas de esta guerra. Sus obras eran un reflejo del lenguaje culichi, fiel a la expresividad del mismo Javier.

 

"Hey bato", era común escucharle al saludar, siempre sonriente, pero también serio en los temas de relevancia.

 

Los cafés del centro de Culiacán eran una extensión de su oficina de trabajo. Ahí se le podía encontrar de manera habitual.

 

Robusto, con su particular sombrero blanco de ala, sus gafas y barba de candado grisácea. Con ropa informal, camisa a cuadros, pantalón de mezclilla, saboreando su taza con cafeína, tecleando en una laptop sus textos, tal vez su siguiente obra.

 

Era un hombre dicharachero, buen conversador, amable y respetuoso, aunque pareciera grosero en su hablar. Era su estilo, el mismo lenguaje florido de sus libros desplegado sin pudor. Más que buscar la ofensa, mostraba su expresividad.

 

"Seguimos con un déficit de genitales en el país, hay un déficit de genitales, al país le falta ciudadanía, le falta recuperar la calle, la dignidad y creo eso es hasta tarea de los periodistas, tenemos que dejar atrás el periodismo cuenta-muertos, el 'ejecutómetro', y contar historias de vida en medio de la muerte, historias de estoicidad, de lucha", destacó en su discurso en la Feria del Libro en Los Ángeles, California, acompañado de los periodistas Anabel Hernández y José Reveles, el año pasado.

 

A nadie molestaron sus palabras, lo molesto era la realidad que señalaba.

 

"Muchos podemos morir, y muchos han muerto, y no están dentro del negocio (del narco), y no han estado dentro del negocio, y no son víctimas colaterales, ni son números, son personas", comentó también en su participación en Los Ángeles.

 

Su labor periodística fue ampliamiente reconocida. En el 2011 el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) le otorgó en Nueva York el Premio Internacional a la Libertad de Prensa.

 

Ese mismo año también la Universidad de Columbia galardonó a Ríodoce y el trabajo de todos ellos, incluido Valdez, con el premio de periodismo María Moors Cabot, y la revista Quién lo incluyó al siguiente año entre "Los 50 Personajes que Mueven a México". En 2013 él y Ríodoce recibieron el premio PEN Club a la excelencia editorial.

 

 

 

Rocas en la garganta

 

 

 

El último "morro" de papel de Javier Valdez fue "Narcoperiodismo, la prensa en medio del crimen y la denuncia", donde relata las dificultades del ejercicio periodístico, las amenazas y asesinatos que han sufrido los periodistas, y cómo al crimen organizado, simplemente ya no le importan.

 

"Te matan por ser valiente, por hacer un trabajo periodístico profesional, ahí no importa la ética, es la ley de la selva, te matan por recibir dinero de un cártel, porque el cártel enemigo te va a buscar, se va a enterar y te va a asesinar o desaparecer, te matan por publicar y te matan por no publicar", comentó en entrevista a El Financiero en 2016.

 

Ahí dio cifras. De 50 mil, 100 mil o 200 mil pesos que a la vieja usanza daba el narcotráfico a cambio del control de las tintas en las redacciones, pasaron a los 500, mil, 10 mil pesos a lo mucho. A veces con la simple amenaza bastaba.

 

"La muerte se ha hecho fácil, automática, y en el caso nuestro es mayor la vulnerabilidad, la fragilidad", dijo en ese momento.

 

Su preocupación siempre fue cómo el narco trastocaba la vida de todos, se convertía en un estilo de vida prácticamente, una aceptación de los demás, donde el Gobierno podía aprovechar y convertir a todas las víctimas en criminales.

 

"La enfermedad del narco está trastocando nuestra vida cotidiana, y creo que es un escenario que además se ha trasladado a la economía, a la política, los comicios, el Gobierno, el empresariado, todos los ámbitos de la vida tienen esta carga criminal, por supuesto como complicidades, hipocresía", refirió a la revista Escenarios en octubre del año pasado.

 

El ser testigo de todo esto le afectó. Entrevistado por el portal Animal Político en 2011 reconoció sufrir los efectos de presenciar tanta violencia, tanto sufrimiento. No podía estar un mes sin ver a su terapeuta.

 

Sus escapes eran los libros, la música y los "güisquis", como los llamaba, sin agua mineral, ni rocas, "porque de esas, rocas, piedras, arena, sobran en mis ojos y mi garganta, y tengo que deshacerme de ellas para que me dejen ver y hablar, y desahogarme", decía.

 

Veía el miedo presente en la sociedad como algo que enfermaba, donde no podías vivir mirando el retrovisor, pero también recriminaba la aceptación de algunos sectores a esa vida y a la muerte.

 

Conocía los riesgos de primera mano. En el año 2009 una granada de fragmentación tocó a las puertas de Ríodoce. Sólo hubo daños materiales y el intento de amedrentamiento, sin esclarecerse los motivos tras el ataque.

 

"En el caso de Sinaloa hay una sociedad que se adaptó a eso, que se acostumbró a la muerte, a la paz 'narca', que se puede enojar porque muere alguien que no tenía nada que ver con el narco en medio de una balacera, pero también estira la mano para recibir dinero del narco", dijo.

 

"Resignarte a esa muerte, a esa muerte que ayer tocó al vecino, antier le pegó a un empleado que tú conoces, y mañana te puede tocar a ti", expresó.

 

Este lunes le tocó a Javier.

 

Se convirtió en el sexto periodista asesinado en el País este año, el sexto periodista muerto de forma violenta en los últimos años en Sinaloa.

 

Su nombre se suma hoy a los de Gregorio Rodríguez, Óscar Rivera, José Luis Romero, Humberto Millán Salazar y Antonio Gamboa. Todos a la fecha impunes.

 

Valdez Cárdenas reclamó por las muertes de los compañeros, participó exigiendo justicia y hablaba del narco en sus crónicas porque sentía la necesidad de mencionar su existencia y sus efectos.

 

"Es una forma de jugar el juego: escribir una parcela de infierno en lugar de guardar silencio, porque el silencio es complicidad, y muerte. Y yo no soy reportero del silencio", manifestó.

 

Pese a todo, y aunque no se describía como un periodista esperanzador, consideraba que no se debía perder la fe en tener una mejor sociedad.

 

"Lo peor sería que nos prohíban soñar, tener ilusiones; querer ser mejores, anhelar justicia y paz, y mantener la dignidad. Lo peor sería dejar de apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No importa que no tumbemos ninguna", expresó.

 

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