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"ALAS DE TITIKA: Rulfo y la tierra"

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26/05/2017

María Julia Hidalgo López

 

Maria Julia Hidalgo López

Tuvimos un cliclo de Juan Rulfo; leímos y escuchamos. Entre las lecturas, recordamos que Rulfo fue agente viajero, fotógrafo, que trabajó en una oficina de gobierno y que, para matar las horas laborales, se pasaba largas jornadas jugando dominó (se las siguen gastando igual, dijo alguien). Que era un personaje ensimismado y de pocas palabras. También se dijo que si Juan Rulfo sólo hubiera escrito Pedro Páramo y El llano en llamas, habría sido suficiente para hablar por siempre de su gran obra literaria. Que es uno de los escritores que más se han estudiado y leído. Que quizá no escribió más porque temió no superar su propia obra. Que su literatura ha trascendido tanto como su leyenda. También se habló de su maestría para no describir a los personajes y sin embargo lograr como nadie que éstos se dibujen claramente en todas sus historias…
Dado el clima de violencia que vivimos en el país, surgió una pregunta que se convirtió en debate: ¿Las historias de Rulfo son violentas? “...de pronto comencé a tener una fe muy grande en aquella aguja. Por eso, al pasar Remigio Torrico por mi lado, desensarté la aguja y sin esperar otra cosa se la hundí a él cerquita del ombligo. Se la hundí hasta donde le cupo y allí se la dejé... Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja del ombligo y metérsela más arriba, allí donde pensé que tenía el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se quedó quieto”.
Si la narrativa de Rulfo está llena de violencia, ¿por qué no sentimos esa agresión y brutalidad que nos dejan las historias que leemos ahora? ¿Será que hoy los personajes se están matando por otras cosas? ¿Será que los motivos actuales nada tienen que ver con asesinar por recuperar el pedazo de tierra, por honrar la memoria del pariente difunto o simplemente por salvar el pellejo? ¿Será que somos los mismos primitivos de siempre y justo hoy nos hemos quitado la pequeña capa de civilidad que nos cubría? No lo sé, pero estos días, pese a toda la opulencia y derroche que se muestra en muchos lados, he sentido el mismo ambiente desolador que me provoca leer los cuentos de Rulfo.
Hoy son muchos los muertos y poca la indignación que nos provoca. Las tristezas y las pérdidas nos llegan de manera individual. Tenemos respuestas prontas: “Andaba en malos pasos... Se arriesgó mucho... Se metió donde no debía... Estaba en el sitio equivocado... Andaba en malas compañías... Le gustaba mucho el dinero...”; el resultado es el mismo, nos estamos matando. He estado recorriendo poblados del norte del país y en un programa de radio la invitada decía que por cada persona que muere, 128 a su alrededor quedan sufriendo. Y que sí hay una muerte que duela más que todas, es la de no tener un cuerpo presente. La invitada hablaba y la locutora interrumpió la transmisión para informar que acababan de asesinar a un doctor y a un maestro; justo había iniciado su programa anunciando una manifestación frente a la catedral, donde un grupo de personas exigía justicia para un periodista asesinado.
Que el ciclo de Juan Rulfo terminara con esa visita a la tierra fue algo bizarro. Quise imaginar que todo se trataba de un escenario de cuento, pero no fue así; el ambiente enrarecido fue más funesto que su propia Comala. Este mes de mayo, al cumplirse 100 años de su nacimiento, muchos releen a Rulfo, yo finalizo con una anécdota para mostrar un dejo de su carácter. Cuentan que en un concurso literario donde ganó Vicente Leñero, éste se acercó al jurado, conformado por Juan Rulfo -personaje muy admirado por Leñero- y les agradeció -principalmente a Rulfp-, a lo que éste le respondió: “No me de las gracias, el ganador no fue por unanimidad, y yo fui el único que no votó por usted”. Rulfo no andaba con simulaciones, quizá eso hizo que describiera sin adornos nuestra esencia.

Comentarios: majuliahl@gmail.com

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