"DREAMERS: Los sueños de Linda en EU"

"En Estados Unidos hay más de 2.1 millones de jóvenes indocumentados, que llegaron a ese país cuando siendo muy pequeños, sin una conciencia plena de que viajaban a un lugar extraño donde sus padres buscaron vivir el "sueño americano". Linda llegó hace 24 años, llegó a San Diego, California, cuando apenas tenía dos. Vive como indocumentada y aunque de Estados Unidos conoce sólo San Diego, su plan no está en regresar a México, porque de este país no conoce más que las fotografías que puede ver desde su computadora con Internet. Los jóvenes como Linda son llamados "Dreamers", porque en 2001 se presentó una iniciativa al Congreso estadounidense con un nombre que podría resumirse con el acrónimo DREAM Act., que proponía regular el estatus migratorio de esa generación. En 2010 fue rechazada. ¿Cuáles son los sueños de una persona que vive con el miedo de ser deportada?"

Linda no conoce México, sólo sabe que a los dos años dejó Tijuana y que su madre se la llevó junto a dos de sus hermanos, también menores de 15 años, para instalarse en San Diego, California, porque por temor a la "migra" no podían viajar más al norte ni a otra ciudad de Estados Unidos.

 

Ya pasaron 24 años de aquella vez que llegó a vivir el sueño americano de su madre, la señora Refugio, pero en ese tiempo no ha logrado obtener lo que todo indocumentado anhela: la nacionalidad estadounidense. En cambio, se conforma con sólo haber estudiado hasta high school, que es el equivalente de la preparatoria en México, y no haber sido deportada a Tijuana como indocumentada, como en los últimos 8 años sucedió con 2.8 millones de latinos, en su mayoría mexicanos.

 

Linda es una "dreamer", es parte de esa generación de niños que llegó a Estados Unidos sin tener una consciencia plena de lo que pasaba a su alrededor, misma condición que comparte con más de 2.1 millones de jóvenes en ese país.

 

"He escuchado que ellos tienen muchos problemas", dice Linda, que se sabe parte de esa generación, pero al mismo tiempo rechaza ser integrante del movimiento con el mismo nombre que inició en 2010, cuando el congreso estadounidense rechazó la iniciativa de ley conocida como DREAM Act., que permanecía "congelada" desde 2001.

 

El nombre de la iniciativa de ley en realidad es un acrónimo que proviene del nombre real de la propuesta: Development, Relief and Education for Alien Minors Act (Ley de fomento para el progreso, alivio y educación para menores extranjeros), pero ello ha servido para identificarla y al mismo tiempo para darle un nombre a la generación.

 

De haberse aprobado la iniciativa, Linda habría podido tener un número de seguridad social, que en ese país es tan importante que sin el no se puede obtener licencia para conducir, tampoco estudiar la universidad o trabajar en algún lugar donde pueda ganar más de 500 dólares a la semana.

 

Si bien, en Estados Unidos hay ciudades llamadas "Santuario" para los migrantes, entre ellas San Diego, California, donde se puede tener una mayor calidad de vida siendo indocumentado, de tal forma que podría vivirse de manera 'normal', ahí también se corre el riesgo de la deportación.

 

Prácticamente, Linda, que vive en un lugar que desconoce casi en su totalidad, tiene un panorama limitado, costoso y de riesgos.

 

Esa realidad que vive la platica de forma muy sencilla, ligera, aunque trata de evitar la palabra indocumentada, porque es una especie de tabú entre latinos, asiáticos y árabes que llegaron a ese país con métodos ilegales, algunos pagando miles de dólares estadounidenses a traficantes de personas a las que se les dice "polleros" o "coyotes".

 

La preocupación de Linda se aleja de todo ese panorama, no piensa en las posibilidades de ser deportada como el gobierno de Estados Unidos ha planteado en discursos políticos y electorales, como los de Donald Trump, que promovió durante su campaña presidencial incrementar los filtros de tráfico de personas e iniciar las expulsiones de indocumentados, bajo el argumento de que son un factor de crisis económica. No, eso no está presente en Linda. Lo que a ella le ocupa es que le corresponde preparar la cena del día de Acción de Gracias, y que a escasos siete días de esa fecha aún no ha podido conseguir comprar un pavo lo suficientemente grande para que toda su familia coma.

 

En la sala de su casa, Linda observa desde su computadora un álbum familiar que ha hecho tomándole fotografías a otras ya impresas, unas casi irreconocibles, que se descifran sólo por sus ojos y la explicación que ella da de cada una de las imágenes.

 

La mayoría de esas fotografías son de John, su hijo de dos años, y de Alejandro, su esposo, un mexicano de 53 años que decidió instalarse en San Diego en la década de 1990 para echar a andar sus conocimientos como ingeniero civil egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, aunque ello fuera desde un trabajo menor, el de albañil.

 

"Me vine a Estados Unidos porque era más fácil tener trabajo acá como peón que como residente de obra en México", dice Alejandro.

 

"Eso no me importa, a mí me gustaría conocer lo que llegaste a hacer y tomarle fotografías para enseñárselas a John cuando sea grande", le replica Linda, que sabe por las historias de su esposo que él participó en obras como la construcción de la estructura de la Línea 9 del metro de la Ciudad de México, desde las estaciones Puebla a Velódromo.

 

Alejandro dejó de ver a su familia hace 15 años, cuando se venció su visa estadounidense y su pasaporte mexicano, situación a la que dice no darle suficiente importancia, pero que recuerda cada vez que Linda le pide que él hable con su familia para le envíen más fotografías e integrarlas a su álbum familiar.

 

"Quiero fotos de él, de las marías, las hermanas de su esposo, y de su mamá, para que John pueda conocerlas, porque no quiero que sea grande y no sepa quiénes son", dice Linda mientras muestra también las fotos de sus hermanos y su madre, que murió de cáncer de pecho en 2015, pero solo de ellos, porque no conoce al resto de su familia. De hecho, sabe que tiene tíos y primos en México, específicamente en Tepic, Nayarit, de donde su madre era originaria, pero de ese lugar sólo sabe por fotografías.

 

Linda es una mexicana que habla poco español y poco inglés, es más una mala combinación de ambos idiomas que trata de ligar para sostener una conversación, así trata con los vendedores de supermercado o cuando va a algún restaurante de San Diego. De hecho, su círculo social se limita a esos pocos lugares, pasa más tiempo en casa atendiendo a John o aprendiendo a cocinar con video tutoriales de YouTube.

 

"Antes trabajaba en casas, conocí a mucha gente y luego en la cocina, donde conocí a Alex, pero ya no nos da tiempo, ahora soy nany cuando puedo, cuando lo piden", dice.

 

Su círculo social lo deja en unos cuantos lugares porque ha escuchado de personas que han sido deportadas luego de que se les escuchó hablar, de tal forma que trata de camuflarse en los barrios latinos que están al sur de San Diego, pasando desapercibida incluso cuando se manifiesta contra algo que no le parece correcto.

 

"Es mejor no pelear, esos son problemas en los que no se debe meter una", dice.

 

Su tiempo lo divide en labores de casa y en cuidar a su niño, pero también trata de hacer tras cosas como dibujar y pintar en óleo, una actividad cara y a la que recurre cuando logra reunir 100 dólares para comprar pintura y pagar la clase en un centro de artes al sur de San Diego.

 

Sus obras, en su mayoría, son retratos, copias de las fotografías que toma con su celular y que luego vende a sus maestros para que ellos puedan repartirlos en bazares y reunir alguna cantidad de dinero que pueda ser intercambiado por clases.

 

"No se venden mucho, pero cuando mejore será profesional y por eso pagan mucho", dice y toma su celular para mostrar sus próximas obras: son fotografías de sus hermanos y de su hijo.

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