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"COLUMNA"

"EL OCTAVO DÍA: Coghlan: sinaloense en la Guerra de los Seis Días"

"En 1967, el pintor de Los Mochis viajó a Israel y Jordania, patrocinado por un grupo de coleccionistas. Su presencia allá coincidió con la guerra más rápida del Siglo 20"
EL OCTAVO DÍA

En 1967, exactamente hace 50 años, el pintor sinaloense Edgardo Coghlan (Los Mochis, 1920 –Cd. México, 1995) viajó a Israel y Jordania, patrocinado por un grupo de coleccionistas. Su presencia allá coincidió con la guerra más rápida del Siglo 20.

El 17 de mayo de 1967, Egipto, encabezado por el carismático Coronel Nasser, solicitó formalmente a la ONU la retirada de sus tropas desplegadas en la península del Sinaí, las cuales se interponían como una barrera entre israelíes y egipcios, quienes aún seguían en tensión desde las guerras de 1948 y 1956.

Egipto comenzó a remilitarizar esa zona y la frontera con Israel y, días después, bloqueó los estrechos de Tirán, apoderándose de Akaba, el mismo puerto que tomaría el legendario Lawrence de Arabia, 50 años antes, al lanzarse a la conquista del Cercano Oriente.

Lo que al principio parecía una medida de tanteo diplomático y prueba de poder, se volvió algo más complicado porque el 30 de mayo, la presión popular en Jordania forzó al rey Hussein, descendiente del profeta Mahoma, a dejar su tradicional alianza con las potencias occidentales y le obligó a unirse a la alianza egipcio-siria, otorgando el mando de sus fuerzas a un general egipcio.

En este entorno, durante su presencia en Israel, Edgardo Coghlan fue testigo de que se habían movilizado a los reservistas y el país no podía mantener esa movilización indefinidamente, ya que muchos de esos soldados eran ciudadanos con responsabilidades tanto familiares como en la vida productiva del país.

La trampa estaba lista. Todo esto se enmarcaba en una oleada de formar una sola nación con el disperso mundo árabe islámico, el cual había sido dotado de armamento y ayuda soviética a partir de la muerte de Stalin.

El 4 de junio, Irak se sumó a la coalición dándole al inminente conflicto un cariz más internacional y religioso. Nasser se erigía como el heraldo del Panarabismo; un enemigo común era la mejor de forma de fincar su liderazgo internacionalista y, aunque el gobierno de Israel no quería la guerra y sabía que sus consecuencias podrían ser contraproducentes, los militares israelíes consideraban necesario atacar inmediatamente. Sin el factor sorpresa, apoyado en su mejor armamento y milicia, Sión no podría sobrevivir.

Ante la decisión de atacar o desmovilizar, el gobierno de Israel olvidó sus reticencias y siguió el consejo de sus generales. La guerra inició y fue un relámpago de seis días, con victoria para Israel gracias a su armamento más moderno, especialmente en aviación.

Para Coghlan el sonido de las trompetas del juicio final resonando en Tierra Santa tuvieron un significado terrible. Presenció los desplazamientos de tropas, la psicosis de guerra, el temor de los ciudadanos de ser atacados por tres frentes diferentes, la posibilidad añorada por los gobiernos de la región de al fin librarse del impuesto estado de Israel que reclamaba un sitio estable luego de la diáspora y el holocausto.

Coghlan realizó un viaje a Jordania en los días previos al estallido de la Guerra de los Seis Días y le tocó no solo presenciar columnas de tanques, sino pasar por la zona de combate debido a un error del guía que los llevó a un área en conflicto.

Edgardo Coghlan no dejó un testimonio visual o escrito de esos días que fueron complejos y arduos para él. Ni siquiera habló mucho del asunto. Captó imágenes y paisajes de aquella región milenaria donde tantos acontecimientos fundacionales dieron rumbo y carácter a la humanidad y ahora, le tocó, presenciar un umbral más de la historia: como un moderno David derrotó a varias naciones contrarias armadas por el Goliat soviético y, aunque resultó victoriosa, también representó años más de conflictos y atentados terroristas.

A pesar de su tranquilidad y proclividad a la serenidad, a escanciar la vida en momentos de placidez y reflexión, su arte reposado y silencioso lo llevó a ser testigo en primera línea de uno de los sucesos mundiales que marcaron la historia. Coghlan no pudo evitar con su vida y su vocación, parafraseando a Octavio Paz, ser un hombre de su siglo.

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