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"COLUMNA"

"Expresiones de la Ciudad: Aquel patán en la Sinfonía Sevillana"

"Así como los músicos y los directores se visten de gala por respeto al público, lo mismo debería hacer el público ante su orquesta."
La ruta del paladar
18/09/2017

Iba dispuestísimo a recordar aquella vez de hace ya muchos años cuando me incliné sobre las aguas del río Guadalquivir, en la antigua Sevilla, extasiado con esa afluente por donde corrieran tantas riquezas de México y América. Me había preparado para volver a revivir los arcaicos callejones del Barrio de la Santa Cruz, donde una noche de revelaciones, durante una visita posterior, estuve compartiendo una botella de algo con Arturo Pérez-Reverte, porque él me estuvo señalando los sitios sevillanos citados en su novela La Piel del tambor, que cuenta la historia de una iglesia que mataba para sobrevivir.

Pero desde que llegué al Teatro Pablo de Villavicencio tras el enjambre de notas prometido por la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes -que interpretaría la Sinfonía Sevillana de Joaquín Turina en su segundo concierto de la Temporada Otoño Invierno, con Marc Moncusí como director invitado-, fui asaltado emocionalmente por un patán vestido como si fuera al estadio de pelota, con cachucha y todo, ya sabe, y la situación ya no me dejaría en paz en buena parte de la noche, hasta que decidí cambiarme de butaca, aprovechando el intermedio.

Y es que en lugar de hacer el ‘viaje’ con la primera parte del programa, mantuve los ojos clavados sobre el imbécil de la cachucha, queriendo saber el nombre del abogado que consiguió que lo sacaran de las jaulas del zoológico de Culiacán.

Digo yo que aún existen mínimas reglas de cortesía, digo yo que todavía pervive un protocolo elemental para mostrar el debido respeto, en este caso a los músicos y al director de cualquier orquesta, quienes siempre, empezando con los varones, dan en vestir de rigurosa etiqueta, mientras que las mujeres lo hacen con elegante sobriedad, porque para ellos y las damas el público es sagrado, y han de tocar frente a él luciendo sus mejores galas.

A veces somos tan brutos, tan elementales, que no caemos en cuenta que quien se presenta en un escenario no se viste nada más para darse gusto, sino que lo hace sobre todo pensando en ofrecer una figura agradable y respetuosa hacia el auditorio.

Pero a muchos de nosotros nos vale, o simple y llanamente nos gana la ignorancia, la inconciencia, la mala educación, o el peor gusto, porque nos aparecemos por los teatros con las sandalias de trapear, con la blusa de hacer cena o con la camisa del beisbol, cachucha incluida, como si fuésemos a sentarnos, junto al vecino, en la banqueta callejera.

Por supuesto que hay de sitios a sitios y su dejo de costumbres arrastradas desde antaño, como cuando estuvo en funciones el Auditorio Inés Arredondo (hoy tiene otra vocación, creo que de desfile de modas) y que antes albergara al Cine Reforma. Ah, pues como que la gente, en ese entonces, acudía con la sensación de estar en la vieja sala cinematográfica y se aparecía hasta con tacos de chicharrones, y casi preparada para el ‘agarrón’ (como antes).

Pero en el Teatro Pablo de Villavicencio, óigame no, claro que no deben permitirlo, como nunca lo permitió don Miguel Tamayo en la Casa de la Cultura de la UAS que hoy lleva su nombre, pues cuando había un concierto y algún varón del público portaba gorra beisbolera, le exigía en tono seco y tajante que se la quitara. Y se la quitaba.

Digo yo que el amable personal del ‘Pablo’ debería echar a andar dos que tres incisos del reglamento que de seguro existe; y si no, pues que se lo inventen; porque así como bien piden apagar celulares y no introducir a la sala bebidas o alimentos, deberían también solicitar que un patán como el que se apareció en la Sinfonía Sevillana, se retirara la cachucha; y de negarse, que de plano abandonara el Teatro.  

Cómo me encantaría ser testigo de alguna noche de concierto, nada más para probar y provocar, donde los músicos se presentaran en short, sandalias, bermudas; las mujeres con chongos deshilachados y el director en chanclas, sólo para ver cómo reaccionaría ese tumulto que a veces se hace oír con un chillido  como de instrumentos desafinados. Ya platicaré con Miguel Salmón del Real. Y punto.

Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com

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