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"Las Alas de Titika: El placer de disfrutar"

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21/07/2017

María Julia Hidalgo López

Tiene 79 años, hace un viaje diario a la montaña, come puerco en salsa de tamarindo, toma mezcal y café, se unta mascarilla de barro y se avienta cinco clavados de las cascadas. Conoce el valor medicinal de las plantas de la zona y muchas historias de los pobladores originarios. Su rostro avivado es el de un personaje que disfruta el paisaje por primera vez, pero Juanito ha hecho esa ruta más de 2 mil veces en 14 años; los mismos que tiene de haber dejado la gran ciudad para internarse en el sureste mexicano. Juanito es un jubilado más de un sistema de pensiones que deprime a muchos, pero un anciano que disfruta y goza como pocos del nuevo rumbo que le ha dado a su vida.

“Este árbol gigante tiene un valor ancestral. La gente viene y se abraza a él pues tienen la creencia de que sus raíces son tan profundas que los comunica con el inframundo. Dicen que escuchan el espíritu y los sonidos de la tierra”.

Árboles, plantas, frutos, animales, insectos, brebajes, de todo te habla Juanito. Si masticas la vaina que da la hoja santa se te quitan los dolores. La miel de castilla la producen las abejas más pequeñitas, esas que no pican y hacen sus panales en el tronco de algunos árboles. Esa miel es tan curativa que se aplica directamente en los ojos para limpiarlos; entre más arde más dañados los tienes y se debe aplicar a diario. La madera del huanacaxtle es muy bonita pero ya no se trabaja por aquí, pues el polvillo puede producir cáncer.

Juanito no terminó una carrera universitaria, pero logró emplearse en una compañía trasnacional. Empezó como chofer y terminó en el área de mantenimiento. Su esposa se jubiló siendo maestra normalista. Formaron una familia de la que no hablamos. De jóvenes, el matrimonio disfrutaba de viajar y conocer otros lugares, pero la familia y la magra economía no les permitía alejarse mucho. Sin tener mucha idea de la vejez, dijeron que si llegaban se irían a vivir a un pueblo tranquilo; el estrés los agobiaba. Llegado el momento decidieron “jugársela” y se fueron a un pueblo de Oaxaca.

Ahora los días de Juanito y su esposa pasan entre turistas, paisaje verde y aguas turquesas. Reconocen que en la “temporada baja” hay menos movimiento, pero que todo alcanza y aprovechan para hacer arreglos a la casa y al jardín. Hacen cosas que no logran cuando llegan las temporadas buenas. Ella es artesana, hace figurillas en madera que luego decora con plantas. Él tiene su propia camioneta en la que organiza salidas a las montañas, “a veces toca la montaña de cascadas y otras, las fincas cafetaleras”. En ambas, supongo, Juanito conversa con los viajeros y ha logrado conocer un poco de las costumbres de turistas de todo tipo.

Le pregunté sobre las excursiones que se hacen para probar los hongos, le dije que hacía tiempo había visto un programa de televisión donde unos pobladores se decían descendientes de María Sabina. No quiso ahondar en el tema, respondió que eran personas que sí conocían el uso de los hongos, pero que no eran familiares de la curandera, “por fortuna eso ya se acabó”. Supuse que su experiencia no fue tan fantástica como algunas que yo había escuchado. Juanito está concentrado en otra cosa, el alucine no es lo suyo. Prefiere contarte de las chicatanas, hormigas gigantes que sólo salen uno o dos días en la época de lluvia.

Conocer a Juanito fue una de las cosas que menos esperaba. Con el agobio que llevas de la ciudad, lo que menos piensas es encontrarte con alguien de su edad abriendo camino en el destino que tú has elegido para vacacionar. Juanito lo eligió para quedarse y fincar una vida de aventura y fascinación. Otros, con la mitad de sus años, no hayamos una salida, a veces ni siquiera una ventana. Yo me abandoné a la contemplación y a comer puerquito con tamarindo, pero ver a Juanito aventarse los clavados, nadar y caminar con soltura sobre las rocas, fue lo más vital que me pasó en esta escapada.

Comentarios: majuliah@gmail.com

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