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"VIVE ENTRE LÁPIDAS"

"'Los muertos son mis amigos'"

"José llega al panteón San Juan para dormir. Pasan los días, meses, años, y ahí se queda. Desde hace 15 años convirtió al cementerio en su hogar"

"¿A dónde te llevo?", hace 15 años le pregunta un taxista a José, que se encontraba en el Mercado de Abastos.

 

"Llévame a la entrada del Panteón San Juan", responde al taxista el pasajero que tocando la guitarra por las calles se le vino la noche en ese mercado.

 

Arriba del vehículo determina pasar la noche en la banqueta del primer cementerio de la ciudad de Culiacán, ubicado por la calle Benito Juárez, el cual data de mayo de 1844.

 

El taxista llega al panteón. Don José paga el servicio y con guitarra en manos se baja de la unidad y camina hacia la banqueta donde se sienta y se prepara para dormir.

 

Llega el encargado del panteón. Lo ve sentado en la entrada y le plantea dormir adentro, ya que afuera, podían robarle la guitarra. Él accede y entra. Su guitarra la guarda en la oficina del panteón.

 

Amanece y don José empieza a lavar los vehículos estacionados afuera del camposanto. Pasan los días, las semanas, los años y ahí se queda.

 

Los familiares de los difuntos enterrados confían esas tumbas a don José, quien se encarga de vigilar que en las noches no haya un vivo que quiera profanar el descanso eterno en busca de algún objeto de valor.

 

Al llegar al panteón deja la tocada y con ello el vicio de tomar. Le daba vergüenza tocar la guitarra en las taquerías, por eso tomaba. Lo hacía para agarrar valor.

 

 

 

Su hogar

 

 

 

Desde hace 15 años, José, de 60, convirtió el panteón en su hogar. Primero dormía entre las tumbas y desde hace dos años lo hace adentro de un mausoleo con escaleras que conducen a un sótano.

 

Ese sótano es un cuarto con 14 gavetas. Cada gaveta tiene un cristal. Trece están vacías con vidrios oscuros. Una está ocupada, su cristal es transparente. Del otro lado se aprecia un brilloso ataúd de madera que mantiene los restos de una señora que murió hace nueve años.

 

Como a las 20:00 horas, José, quien siempre es acompañado de cuatro perros, se encierra y se prepara para dormir en el mausoleo. No le inquieta hacerlo en las mismas paredes donde descansa el cuerpo de la mamá de su patrón.

 

"Oigo que rezan allá abajo, pienso que son alucinaciones de uno, al menos que traiga una grabadora para grabar, pero qué sentido tiene", expone sentado en una silla mecedora en el pasillo principal del cementerio.

 

No le da miedo vivir y dormir con muertos. Las cosas extrañas que registra no les pone atención. Considera que son situaciones registradas en su cerebro.

 

Casi todos los días, a medianoche escucha rezos en el sótano donde duerme.

 

Sigue sin miedo, parte de la rutina de vivir y dormir en el panteón.

 

Vive de cuidar tumbas. Veinte diariamente protege.

 

En las noches hace dos rondines. Como a las 00:00 horas, acompañado de "Coqui", "Violeta", "Paulina" y "Coyote", sale del mausoleo donde duerme. Al presenciar orden regresa y hace lo mismo cerca de las 03:00 horas.

 

A cualquier hora puede revisar las tumbas que cuida y el miedo nunca aparece.

 

"Un espíritu no daña", menciona.

 

"Tenerle miedo a los fantasmas, es como tenerle miedo al aire, porque los fantasmas son puro aire", expresa José.

 

 

 

Vida en Culiacán

 

 

 

A los cinco años dejó El Salto, Durango, su pueblo natal. Sus padres murieron calcinados en su vivienda de madera y lámina de fierro. Él se salvó porque estaba en un huerto cortando naranjas y caña. Cuando regresa a casa ve a una multitud tratando de apagar el fuego con cubetas y baldes con agua.

 

Sus tíos lo sacaron de El Salto. De Durango en caballo llegaron hasta Cosalá y de ese municipio en camión lo hicieron hasta Mazatlán, donde vivió varios años en la calle, donde trabajaba y dormía.

 

Trabajó haciendo el aseo en hoteles, cantinas, lavaba carros, vendía paletas de hielo empujando el carrito.

 

De Mazatlán se vino a Culiacán, donde trabajó en lo que podía, hasta continuar su vida en el panteón.

 

 

 

Experiencias

 

 

 

A lo largo de 15 años ha registrado algunas experiencias sobrenaturales.

 

En la primer experiencia que vivió sintió miedo. En las posteriores ya no.

 

En la primera ocasión escuchó que alguien le dijo "quihubo viejón". Buscó, no encontró a la persona. El miedo lo hizo moverse a otro punto y de nuevo escuchó lo mismo.

 

En otro momento escuchó el llanto de un bebé. Pensó que una mujer había parido. La buscó y tampoco la encontró. Una más: ver bailar a una mujer arriba de una tumba.

 

"Ya no hago caso, lo tendré grabado en el cerebro", responde José, quien casi todos los días en un triciclo adaptado sale del panteón a comprar comida para los cuatro perros y 15 gatos que viven con él en el cementerio.

 

En el triciclo hay dos cajas de plástico. En la de arriba viaja "Cuquis" y en la de abajo "Violeta", dos perras chihuahueñas.

 

En la travesía por las calles de la ciudad tienen prohibido bajarse porque el riesgo de atropellamiento es grande.

 

Mientras él pedalea su triciclo, "Paulina" y "Coyote" caminan a un lado.

 

Prohibido que un extraño se acerque a José porque "Coyote" se enoja y muerde.

 

El pedaleo es limitado por un problema en una extremidad. Cuando era pequeño le pegó la fiebre tifoidea, y una mala inyección afectó un nervio provocando se le "secara" el pie izquierdo.

 

Don José piensa seguir viviendo en el panteón cuidando tumbas a cambio de un pago mensual.

 

"Vivo cuidando muertos, los muertos son mis amigos", menciona.

 

Antes, expone, cuando sentía peligro por haber sacado del panteón a un drogadicto o profanador de tumbas en busca de algún valor, pedía a los muertos lo ayudaran en nombre de Dios.

 

Emilio, un amigo que le llevó desayuno y que estaba presente en la entrevista, secunda: "los muertos lo cuidan a él".

 

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