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"México en su ser"

"Mirla Osuna con las prendas de México bien puesta"

"La nayarita, adoptada mazatleca, luce sus faldas, huipiles y rebozos, que utiliza en su vida diaria"

Montada en su bicicleta, con una caja de madera amarrada sobre la parrilla, sus trenzas al aire y el vuelo de sus faldas y rebozos con adornos mexicanos, Mirla Osuna es parte del paisaje del Centro Histórico desde antes que este fuera “resucitado”.

Asiste casi a todos los eventos culturales y artísticos: exposiciones plásticas, presentaciones de libro, obras de teatro, galas, en los museos, en la Feria del Libro que la UAS realiza anualmente, pues además, le da por escribir.

Hace poco más de 50 años, Emilia Osuna Morales, a quien todo el argot intelectual porteño conoce como Mirla, llegó de Nayarit a Mazatlán, cuando aún era una niña y con el tiempo para fusionarse en sus calles.

Lo que la distingue es su muy mexicana manera de vestir, que ella dice que lo hace por comodidad y porque le gustan los tradicionales diseños característicos de la Patria, que acompaña con accesorios también típicos de varias regiones de México.

Cuando se peina con trenzas, utiliza coloridos listones que dan vida a la transparencia del viento; a veces solo se lo recoge por detrás, y para asegurarlo usa peinetas decoradas con flores de tonalidades intensas, pero siempre combinando con su atuendo.

Sus faldas casi le llegan a los tobillos, para terminar en un calzado cómodo, ya sea en tonos neutros, negro o de un color de acuerdo con el del rebozo o de los bordados que orgullosamente ostenta en sus huipiles.

Pionera de La Machado

Por allá, entre 1993 y 1995, Mirla abrió una cenaduría en una banqueta de la Calle Constitución, justo frente a la Plazuela Machado, cuando el Centro Histórico eran construcciones derruidas, las noches oscuras y silenciosas.

Mirla lo atendía siempre sonriente y participa en charlas de películas, libros, puestas en escena, planes para un evento artístico y las anécdotas personales de los comensales, a quienes Mirla les fiaba cuando andaban cortos de dinero.

Ella, ataviada con su atuendo típico, sus trenzas y fiel bicicleta resguardada en el túnel que era su cenaduría, servía los antojitos mexicanos, mientras sus clientes, la mayoría sus amigos, disfrutaban de un rico café de olla que preparaba.

Al Velorio Feliz, como sus clientes llamaban al lugar, acudían estudiantes, profesores y personalidades del ámbito cultural mazatleco de entonces, como Carlos Ambriz, director de teatro; Jane Abreu, bailarina y coreógrafa; el escritor Juan José Rodríguez, el pintor Carlos Bueno, entre otros.

Agenda funeral

Así como su indumentaria mexicana es una de sus características, mucho antes de que el fenómeno de Frida Kahlo surgiera, Mirla es conocida porque siempre asiste a funerales, que son una característica de su agenda.

Posee una especial destreza, digna de un tanatólogo, para hacerse cargo en las honras fúnebres, ya sea preparando café, confortando a los dolientes, reconciliando a quienes tenían rencillas y poniendo en paz a los borrachos.

Si alguien de escasos recursos moría, organizaba una colecta, y en tiempos de El Velorio Feliz, por eso el nombre de su cenaduría, si se enteraba de un deceso, cerraba y tomaba una auriga para estar con los dolientes hasta el último momento.

Comenta que no es un gusto por la muerte que ella tenga, sino que es una obligación que las personas que conocieron al difunto tienen con él, pues así como se le acompañó en fiestas y cumpleaños, es una obligación presentarse en su evento final.

De hecho, en 2008, Mirla convocó a artistas y amigos del pintor Carlos Bueno, con quien tenía amistad y la retrató en su lienzo, para honrar su memoria por el séptimo año de su fallecimiento, con una fiesta y exhibición de pinturas en el Museo de Arte.

Vida caleidoscópica

También ha participado en manifestaciones y luchas sociales, siempre vestida típicamente mexicana, por lo que un tiempo se ganó el título de La Rigoberta Menchú de la Lázaro Cárdenas, colonia donde vive entre libros, pinturas y muebles viejos.

En un rincón de la entrada, una fotografía en sepia, en la que aparece ella con el maestro Antonio López Sáenz, ademán de adornos coloridos, que reflejan su amor por sus atavíos mexicanos, tan llenos de matices como el caleidoscopio de su vida.

 

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