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"NEWSWEEK EN ESPAÑOL"

"Trump marca el inicio de la era de la paranoia en Estados Unidos"

"Trump es un tipo muy distinto de figura, un famoso hombre de negocios cuya disposición (por no mencionar su capacidad) para hacer frente incluso a las tareas políticas más convencionales requeridas por cualquier Presidente es bastante dudosa"

Sean Wilentz

 

Hace exactamente un año, mientras escribía a la introducción de un libro que acababa de terminar acerca de la historia de la política estadounidense, sostuve que la gran crisis financiera de 2008 había llevado al resurgimiento de un igualitarismo que estuvo dormido durante mucho tiempo “instando a republicanos y demócratas a menospreciar las enormes y crecientes divergencias entre los estadounidenses más ricos y el resto del país”.

Resultaba claro que el descontento provocado por la desigualdad económica enturbiaba la inminente disputa por la nominación presidencial en los dos partidos principales.

Sin embargo, nadie pudo haber previsto cómo ésa disputa se convertiría en dos ofertas de adquisición más o menos hostiles, y cómo el éxito de una de esas ofertas llevaría a la elección de Donald J. Trump a la Casa Blanca.

Asimismo, nadie pudo haber previsto los sucesos sin precedentes de la campaña de 2016 que dejaron muy mal paradas a las normas básicas de la democracia en Estados Unidos.

Desde luego, en el pasado ha habido contiendas característicamente turbias, amargas e irregulares. Entre ellas se encuentran las elecciones de 1824, 1876, 1888 y 2000, en las que el ganador del voto popular no logró obtener la mayoría en el Colegio Electoral, empañando así la legitimidad del gobierno entrante.

Sin embargo, en ninguna elección anterior se había producido la interferencia de una importante potencia extranjera adversa de la magnitud del hackeo informático sistemático realizado por la Federación Rusa, así como las operaciones en línea relacionadas, en apoyo de Trump, operaciones que este último, en la ruta de campaña, fomentó abiertamente en un momento determinado.

Nunca antes un director del FBI había pasado por alto gratuitamente las regulaciones y lineamientos oficiales y había dañado la reputación de uno de los candidatos, como lo hizo públicamente James Comey con respecto a Hillary Clinton y su servidor de correo electrónico, aun cuando permaneció en silencio sobre las investigaciones de su organismo sobre posibles graves fechorías cometidas por el otro candidato.

Es imposible saber con seguridad si estas asombrosas intervenciones realmente modificaron los resultados de la elección, como insisten muchos partidarios de Clinton, y probablemente nunca lo sepamos.

Sin embargo, incuestionablemente, estas acciones, amplificadas por los efectos sensacionalistas de las redes sociales y de la abierta virulencia de la campaña, fueron ataques descarados contra la integridad de la política democrática.

Fuera de las desgarradoras anomalías, la elección afirmó, en algunos aspectos, la continua importancia del partidismo y de la tradición igualitaria en la política estadounidense, si bien en formas extrañas y algunas veces distorsionadas y profundamente irónicas. Como siempre, los partidos se convirtieron, a la vez, en los campos de batalla principales y en los principales vehículos para expresar todo tipo de desórdenes.

En el ala derecha, Trump, el magnate de los bienes raíces y estrella de “reality shows” se apropió exitosamente de una amplia porción de las bases del Partido Republicano, largamente frustradas e hiperpolarizadas al satanizar a la inmigración ilegal proveniente de México, junto con acuerdos comerciales internacionales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

En el ala izquierda, el Senador Bernie Sanders, un candidato independiente autodenominado socialista democrático que se postuló como demócrata, obtuvo apoyo entre los votantes más jóvenes, especialmente dentro y alrededor de los campus universitarios, atacando los mismos acuerdos comerciales que Trump, así como las contribuciones de campaña no reguladas que realizan las grandes corporaciones y los donadores multimillonarios.

Aunque Sanders consideró la posibilidad de postularse como candidato de un tercer partido, él, al igual que Trump, decidió que contender dentro de uno de los dos principales partidos le resultaría mucho más favorable para impulsar su candidatura y su causa. El pospartidismo no resultó atractivo para ninguno de los candidatos, aunque ambos vilipendiaban a la política de siempre; en lugar de evitar a los partidos, tratarían de tomar el control de los mismos.

Para asombro de los expertos en política y de los rivales republicanos de Trump (16 en total), este último obtuvo fácilmente la nominación republicana, y con el paso del tiempo logró el apoyo de la mayoría de los líderes del Partido Republicano, entre ellos, algunos de los hombres a los que había humillado y otros que habían dicho que no era apto para el mandato.

En contraste, Sanders no logró capturar a la mayoría de los votantes de la base demócrata, de los cuales, aproximadamente dos tercios votaron por Hillary Clinton, pero adquirió un apasionado grupo de seguidores entre los independientes que, en numerosos estados, eran elegibles para participar en el proceso de nominación demócrata.

La insurgencia de Sanders sacudió a Clinton, especialmente en los estados en los que se realizaron elecciones primarias y del colegio electoral, y la acercó marginalmente hacia algunas de las posturas del propio Sanders, notablemente, en cuanto a la política comercial. También persuadió a millones de votantes de que es una lacaya corrupta de Wall Street, una etiqueta que, a pesar del apoyo que recibió por parte de Sanders a mediados de julio, perjudicó gravemente la campaña de Clinton en la elección general.

Al insistir como lo hicieron en el comercio internacional, Trump Sanders tuvieron un tema divisivo dentro de sus respectivos partidos, en los que distintas versiones de las políticas liberales de comercio se habían asentado como enfoques de sentido común ante una economía globalizada.

El ataque al libre comercio se convirtió en una forma simplificada, e incluso demagógica pero altamente eficaz, de los autodenominados candidatos marginales para atraer a los votantes de raza blanca y de la clase trabajadora, así como a los llamadosmillennials entusiastas e idealistas.

A decir verdad, el debilitamiento de gran parte del sector industrial tradicional de Estados Unidos había comenzado varias décadas antes de que el TLCAN y otros acuerdos comerciales liberalizadores se pusieran en marcha. En general, los economistas están de acuerdo en que los cambios en los términos del comercio internacional, cuyo objetivo es generar más empleos, tienen poco que ver con la depresión de ciertos sectores de la mano de obra industrial, en comparación con factores más importantes, de los cuales la automatización es el principal.

Pero al señalar a la política comercial y especialmente al TLCAN, “uno de los peores acuerdos jamás firmados por nuestro país” de acuerdo con Trump; “un desastre para los trabajadores estadounidenses”, de acuerdo con Sanders, los candidatos proporcionaron un punto de enfoque a la inseguridad y a la indignación popular que involucró al tan denostado orden establecido de ambos partidos.

(Los ataques de Trump contra los inmigrantes ilegales se convirtieron en otro punto de enfoque, al igual que las diatribas de Sanders y sus partidarios contra Clinton como un epígono neoliberal de “la clase multimillonaria”).

Para rebatir esas acusaciones se habrían requerido argumentos más complejos que una sola frase o un eslogan; en cualquier caso, ni los rivales republicanos de Trump ni Clinton lograron atenuar con éxito esas líneas de ataque.

Y así, la elección concluyó con una sorprendente ironía: una campaña cuya retórica se ha basado en gran medida en las crecientes desigualdades económicas, reales y percibidas, dio como resultado un Presidente multimillonario que procedió a llenar su gabinete con hombres y mujeres súper ricos, el gabinete de los 14 mil millones de dólares, como lo llamó una fuente, para completar lo que se vislumbraba como la rama ejecutiva más plutócrata en la historia Estados Unidos.

Resulta incierto en qué medida ese resultado cambiará las estructuras políticas y constitucionales básicas de la nación cuando Trump asuma el cargo, una incertidumbre cuya existencia misma denota los efectos desalentadores de la campaña.

Si cualquier otro candidato republicano hubiera ganado la Presidencia, y si el Partido Republicano hubiera mantenido el control del Senado así como de la Cámara de Representantes, podría haberse esperado que la política interior y la exterior dieran un giro marcadamente conservador e incluso reaccionario, reforzado por nombramientos muy conservadores para la Suprema Corte y el resto del Poder Judicial Federal. El éxito de Trump parece augurar exactamente este tipo de giro con respecto a la mayoría de las políticas internas, así como a las selecciones judiciales.

Sin embargo, la clara admiración e incluso la cercanía de Trump con el autócrata ruso Vladimir Putin, junto con su rechazo de la OTAN y de la Unión Europea no sólo rompe con posturas republicanas establecidas desde hace mucho tiempo, sino también con lo que queda del consenso bipartidista sobre la política exterior que surgió después de la Segunda Guerra Mundial.

Sus descuidadas afirmaciones durante la campaña sobre la proliferación nuclear y otros temas delicados han puesto nerviosos a los ciudadanos comunes, así como a expertos de todo el espectro político.

Sus displicentes observaciones sobre las libertades constitucionales fundamentales y antiguos precedentes en las cortes hacen surgir preguntas acerca de su comprensión de la Constitución que está a punto de jurar preservar, proteger y defender.

La laxa opinión de Trump sobre los posibles conflictos de interés con sus negocios, cada vez más grandes y frecuentemente opacos, alimenta las preocupaciones sobre acuerdos flagrantemente poco éticos e incluso violaciones a la Constitución,

La campaña, al igual que la victoria de Trump, también sugiere que el partidismo y el igualitarismo que han dado forma desde hace mucho tiempo a la política estadounidense podrían haber sido, como mínimo, gravemente desviados.

Trump no es el único “no político” sin experiencia en un cargo público que ha ganado la presidencia, pero los ejemplos anteriores han sido generales del Ejército como George Washington, U. S. Grant y Dwight D. Eisenhower, que sirvieron a su nación y a su gobierno (y, en el caso de Grant y Eisenhower, a sus comandantes en jefe presidenciales) con gran distinción.

Trump es un tipo muy distinto de figura, un famoso hombre de negocios cuya disposición (por no mencionar su capacidad) para hacer frente incluso a las tareas políticas más convencionales requeridas por cualquier presidente es bastante dudosa.

Aún menos claro es el futuro del Partido Republicano que, aunque por el momento es todo poderoso en Washington y en la mayoría de los estados, sigue estando seriamente dividido, con su ferviente base siguiendo devotamente a un antipolítico manifiesto cuyos lazos con el partido son, en el mejor de los casos, efímeros.

De igual manera, el Partido Demócrata, ahora expulsado del poder y recobrándose de sus propias batallas rencorosas en las elecciones primarias, ha emergido de 2016 golpeado y sin una dirección clara.

Después se encuentra el estado de la tradición igualitaria. En el libro que terminé hace un año,The Politicians & the Egalitarians (Los políticos y los igualitarios) se analizan distintos tipos de igualitarismo, incluido el igualitarismo racista que resultó tan poderoso en las eras de la Reconstrucción de las décadas de 1860 y 1870, así como la denominada Segunda Reconstrucción de las décadas de 1950 y 1960.

Sin embargo, en 2016, surgió un igualitarismo cuajado, semejante a lo que el difunto historiador Richard Hofstadter denominó “el estilo paranoico” de nuestra política, principalmente en la derecha, pero también en la izquierda. Este estilo, de acuerdo con Hofstadter, proclama la restauración de una era mítica ya desaparecida de grandeza nacional, y se basa en unos cuantos elementos claves: la idea de una edad dorada; el concepto de las armonías naturales; la versión dualista de las luchas sociales; la teoría conspiratoria de la historia y la doctrina de la primacía del dinero.

El estilo paranoico ha sido un elemento perenne en la historia política de Estados Unidos, algunas veces combinado erróneamente con el populismo. Estuvo muy cerca de ganar la presidencia, según la opinión de Hofstadter, cuando Barry Goldwater obtuvo la nominación republicana en 1964.

Desde luego, Goldwater fue aplastado por el presidente en funciones Lyndon B. Johnson, lo que algunos observadores interpretaron como que la paranoia política había sido repudiada de una vez y para siempre, y consignada a los márgenes políticos. Pero Hofstadter no estaba tan seguro y terminó siendo clarividente.

La campaña de Donald Trump encomió prácticamente todos los elementos del estilo paranoico. En particular, la propaganda de Trump atacó de manera individual a los beneficiarios corporativos de los acuerdos de libre comercio y a una supuesta conspiración oscura de banqueros y financieros (todos los cuales fueron identificados como de origen judío), los más recientes monstruos del armario, adinerados y cosmopolitas, de la imaginación paranoide.

Con la elección de Trump, la política de la paranoia, que ya no está en los márgenes, habita ahora la Sala Oval.

En la campaña y la elección de 2016, el partidismo y el igualitarismo, que son fuerzas impulsoras de la política estadounidense que se han ocultado durante mucho tiempo a los historiadores, dejaron de estar escondidas.

La dura y flagrante realidad en la víspera de la toma de posesión de Trump es que la acumulación de anomalías alrededor de esas fuerzas ha provocado una profunda ruptura, generando un régimen distinto de cualquier otra cosa vista anteriormente en la historia política de Estados Unidos: una Presidencia derivada de un temperamento autoritario y apasionados llamamientos a la división que los creadores de la Constitución temían profundamente y trabajaron duro para mantener bajo control.

Para bien o para mal, o al menos eso parece, nada volverá a ser lo mismo.

 

 

 

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek

 

 

El autor enseña historia en Princeton y es autor de The Politicians and the Egalitarians: The Hidden History of American Politics (Los políticos y los igualitarios: la historia oculta de la política estadounidense), publicado el año pasado por W. W. Norton. La edición en rústica, con una versión ligeramente distinta de este ensayo como prefacio, aparecerá en mayo.

 

 

 

 

 

 

“Resulta incierto en qué medida ese resultado cambiará las estructuras políticas y constitucionales básicas de la nación cuando Trump asuma el cargo, una incertidumbre cuya existencia misma denota los efectos desalentadores de la campaña”.

 

 

“La dura y flagrante realidad en la víspera de la toma de posesión de Trump es que la acumulación de anomalías alrededor de esas fuerzas ha provocado una profunda ruptura, generando un régimen distinto de cualquier otra cosa vista anteriormente en la historia política de Estados Unidos: una Presidencia derivada de un temperamento autoritario y apasionados llamamientos a la división que los creadores de la Constitución temían profundamente y trabajaron duro para mantener bajo control”.

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