10 años: Tiempo Mexicano

Ernesto Hernández Norzagaray
06 noviembre 2015

"Hace 10 años que el autor de este artículo publicó su primera colaboración en las páginas de Noroeste. En esta entrega hace un análisis de los principales acontecimientos políticos de esa década."

El pasado 2 de enero se cumplieron 10 años del primer artículo que publiqué en las páginas de Noroeste. Terminaba el Gobierno ausente de Renato Vega Alvarado y nacía el omnicomprensivo de Juan Millán Lizárraga. Empezaba el primer sexenio sinaloense sin el amparo del presidencialismo y los primeros pasos del gobernadurismo priista. Era el fin de la larga era priista y el inicio de un periodo que desplazó el poder desde el Distrito Federal hacia los estados, donde el PRI seguía teniendo una parte importante del poder local.

Esta condición mayoritaria animaba al PRI a conservar e incrementar, por todos los medios posibles, su presencia en donde controlaba los poderes Ejecutivo y el Legislativo, aunque no lo logró en toda la línea, pues en esos años se vivía el mejor momento de la alternancia política con el PAN y el PRD conquistando espacios estatales.

Esto configuró un nuevo mapa electoral nacional y regional pero también los primeros frenos al proceso de democratización del País. Es decir, el reconocimiento y la ampliación de los derechos ciudadanos. Aunque se aprobaban nuevas leyes, la máxima gatopartidista de cambiar para seguir igual mostró sus límites como forma de pensar y hacer política.

No obstante, el ímpetu ciudadano de cambio se impuso y en el 2000 culminó el proceso de transición con la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República.

Una transición votada, como diría el politólogo Mauricio Merino, que resolvía el enigma del más viejo atavismo de la cultura mexicana. Un gobierno nacional sin el PRI. No obstante, el diseño institucional estaba impecablemente intocado, lo que demostraba que nuestro muy particular cambio político no contemplaba pactos o avances más allá de los resultantes de las contiendas electorales.

Estaba visto que el diseño institucional era una forma de ejercicio del poder. Aun con la existencia de un gobierno presidencial panista. Que aunque no podía, tampoco quería tomar las decisiones que rompieran el vértice del poder priísta, como se planteó cuando en los albores del foxismo se analizó en el gabinete qué hacer con un PRI que salía muy maltratado como su propio candidato a la Presidencia. Se optó, como lo diría luego Jorge Castañeda, por evitar el choque con él y tenerlo mejor como aliado.

Reforma y válvulas de escape

El intento de Ernesto Zedillo de pactar la Reforma del Estado en los primeros días de 1995, como una alternativa de salir al paso a la crisis financiera y social que había dejado el gobierno de Carlos Salinas, fracasó rotundamente, lo mismo que el empeño del gobierno de Vicente Fox de llevar a cabo la reforma institucional.

Los poderes fácticos no estaban dispuestos a transigir en temas que limitaran su poder y eso como País nos alejó de un cambio político moderno, como el ocurrido en las democracias mediterráneas, que de esa manera echaron a las elites autoritarias para avanzar al fortalecimiento de las instituciones democráticas.

Ante esa gran ausencia, en nuestra transición nos situamos en la franja de las llamadas democracias electorales. Es decir, aquellas donde las elites ponen énfasis en un cierto juego electoral, que incluye su propia reforma, pero que son cautelosos ante la llegada al poder con las ideas que ponen en entredicho la persistencia de esa forma de hacer política. Aun cuando con ello el futuro se nos vaya de las manos y como País no tengamos un proyecto de largo aliento para defendernos de las adversidades; lo mismo que aprovechar las oportunidades.

La experiencia brutal que en este fin de año se vivió y se vive en las democracias electorales de Pakistán y Kenia, aunque distantes cultural y geográficamente, son una muestra clara de que éstas, si no promueven la participación, inclusión y competencia, no se tiene mejor futuro al de estos países de Asia y África.

La amenaza del desbordamiento autoritario y la puesta de manifiesto de las expresiones más violentas del ser humano está latente en forma directamente proporcional a los grados de marginalidad y polarización política.

Que va desde las rutas silenciosas a los intricados caminos de la lucha armada. Hoy en México existen ambos tipos de señales. La silenciosa que toma forma migratoria con el desplazamiento de millones de mexicanos que año con año abandonan los pueblos rurales para buscar un lugar en las ciudades, y donde los más audaces viajan en busca de empleo hacia los Estados Unidos y Canadá. Pero, también, está la otra que toma forma en siglas que amenazan la estabilidad política.

La primera, esa válvula de escape hasta ahora nos ha servido para que no sean más agudos los problemas del País. Incluso, las remesas financieras que los migrantes internacionales envían a sus familias no son poca cosa, pues representa la segunda fuente de divisas luego de las provenientes del petróleo.

Sin embargo, el discurso antiemigrante de los precandidatos presidenciales republicanos y demócratas a sus potenciales electores no dista mucho de las reformas aprobadas en Arizona. Y éstas son un laboratorio, que de provocar los efectos esperados va animar a otros estados federados de la Unión Americana a endurecer medidas contra los indocumentados.

Más aún, cuando la construcción de la barda fronteriza más larga y ominosa que la que dividió la ciudad de Berlín a principios de la decada de 1960 no para de construirse, pese a las protestas de ambos lados.

La suma de estos ingredientes seguramente tendrá efectos perniciosos para las economías estatales, y si bien en el caso sinaloense, como en la mayoría del País, no da hasta ahora para movimientos sociales con demandas políticas, como sucede en Oaxaca o Chiapas, la cerradura de la válvula de escape podría incrementar la espiral de delincuencia organizada y de una violencia que en Sinaloa llegó a los 741 asesinatos en 2007,un incremento de casi un 25 por ciento respecto al año anterior. Y, aunque las comparaciones pueden resultar odiosas para algunas personas, las cifras que recientemente se conocieron sobre la cantidad de muertos en Afganistán, el llamado “reino del terror”, no supera significativamente las proporciones nuestras independientemente de sus motivaciones.

En este país de Asia Central, de aproximadamente 32 millones de habitantes, el año que acaba de concluir registra un monto de 6 mil personas que perdieron la vida en combate (El País, 31/12/07); nosotros en cambio con sólo 2.5 millones de habitantes, rondamos en los 750 crímenes. Es decir, la cantidad de muertes violentas en el país asiático es de menos de 200 por millón, mientras nuestro estado alcanza la cifra de 300.

Allá, desde la caída del régimen talibán, por la gravedad del problema, se encuentran desplegados miles de soldados de Estados Unidos y Europa, mientras nosotros nos valemos de nuestras propias fuerzas o, peor aún, con indiferencia a esa “normalidad” reconocida por el Gobernador del Estado. Y no es que uno desee la presencia militar de otros países, que es absolutamente innecesaria, pero tampoco puede pensarse que es suficiente lo que se viene haciendo, sobre todo cuando en este año fueron muchos los niños que perdieron la vida.

La segunda, la vía armada, aunque es esporádica y no ha tenido mayores costos en vidas humanas, pende como espada de Damocles sobre los hilos delgados de los equilibrios políticos con sus estallidos.

Reformas insuficientes

Los esfuerzos para construir acuerdos para enfrentar los problemas estructurales del país, si bien no terminaron mal con los avances que se dieron en materia de reforma del Poder Judicial o en materia electoral, lo cierto es que hay señales que indican que son reformas al entramado institucional que no están cambiando las prácticas cotidianas como lo vimos y seguiremos viéndo en el presente año.

La resolución judicial en el caso de Lidya Cacho mostró que la Suprema Corte de Justicia tiene todavía cojeras que le impiden salir del espacio de los intereses políticos. No se pudo afectar al Gobernador de Puebla, Mario Marín, por la complicidad con pederastas del sureste, porque hacerlo sería afectar a un factor real de poder como es su partido.

Y aunque hay avances indudables en materia electoral, el año pasado fuimos testigos de comicios donde la constante fue la intervención de los gobiernos estatales –como lo conocimos en Sinaloa, con el caso de Ocegueragate- y los litigios postelectorales están sacudiendo regionalmente el sistema de partidos (El Universal, 31/12/07)

No menos importante es que el IFE, considerado hasta hace poco, la institución federal donde se había avanzado más en materia de profesionalización, cuenta con candados para evitar crisis como las generadas por el Pemexgate o los Amigos de Fox. Pero, sobre todo, no se ha cambiado el sistema de nombramiento de los consejeros electorales. Está incólume el sistema de cuotas partidarias. Y eso saca de la jugada a la participación ciudadana, una pieza clave del control sobre la política. En definitiva, la pauta para avanzar con calidad democrática.

Freno

Ante la ausencia de correspondencia, quizá lo deseable sería que la élite política tuviera y ejerciera una visión del mundo donde nuestro País aprovechara las oportunidades que ofrece estar al lado del mayor mercado del mundo. Vamos, como en estos momentos lo hacen lo mismo la distante China, que países como Chipre o Bulgaria, que aprovechan su inclusión en las grandes zonas de influencia económica. Para dar viabilidad al País tenemos que salir de un circuito de incomprensiones políticas y económicas que nos permitan sentar las bases para los años en que la merma del petróleo y las remesas se caigan. Y hoy, como sucede con muchos países que no cuentan con petróleo y tampoco con remesas voluminosas, se han vuelto la parte más delgada del hilo internacional. Si no, al tiempo.

A vuelta de esos 10 años de observación de la política, podemos concluir que vivimos en una inercia permanente, donde se privilegia la defensa de los cotos de poder, por lo que frecuentemente se hacen las cosas a medias, seguimos en ese camino muy trillado sin que haya visión de futuro. Resultan necesarios nuevos pactos no sólo entre los mismos actores, sino con otros y eso pasa por abrir el debate para combatir la marginación y aprovechar las oportunidades gracias a la globalización.

Sólo, por último, agradezco a Noroeste por haber publicado las miles de cuartillas que a lo largo de estos años me han servido para reflexionar y amar mejor a mi país.