Bitácura Urbana
"Bitácura Urbana"
Fernando Velasco
La arquitectura no tiene futuro sin servicio. Para el caso, tampoco tiene presente sin servicio. Gran parte de nuestro ambiente construido pasa en algún momento por las manos del Director Responsable de Obra (arquitecto o ingeniero civil). Aún así estas mismas construcciones "revisadas" generan también una serie de problemáticas ecológicas, económicas y sociales. De aquí que los arquitectos tienen, necesariamente, una estatutaria relación con los problemas más severos de una ciudad. No todos los ciudadanos son arquitectos, pero sí todos los arquitectos son ciudadanos y aún así existen arquitectos que actúan como si esta relación con la ciudad y sus problemas quedara fuera de su responsabilidad.
El arquitecto Samuel Mockbee popularizó el término "Arquitecto ciudadano" en su etapa como profesor de arquitectura en la Universidad de Auburn. Fue en ese entonces cuando fundó el aclamado "Estudio Rural". Mientras la arquitectura en general trataba de definirse a sí misma en medio de un torrente de nuevas tecnologías, posibilidades formales, influencias mediáticas y cambios culturales, Samuel hizo que sus estudiantes voltearan su atención a los problemas de vivienda de los pobres en las zonas rurales de Alabama. Desde entonces los esfuerzos altruistas en la arquitectura han caído de gracia, pero los problemas sociales no.
Desde sus inicios el movimiento ciudadano se ha diferenciado del discurso arquitectónico predominante, porque defiende la idea de que la arquitectura debe ser usada para resolver problemas más allá de los que sólo son relevantes para los arquitectos o sus clientes; la arquitectura ciudadana también es distinta a los gestos arquitectónicos altruistas mostrados por los muy ricos, en contraposición los esfuerzos de Samuel no estaban dirigidos a soluciones monumentales venidas desde las cúpulas del poder económico, él simplemente le pedía a sus colegas que formaran una relación con las comunidades de las cuales formaban parte y a las cuales ofrecían sus servicios.
Sin embargo el enfoque que hoy en día se le ha dado a la propuesta arquitectónica-social se queda muy corto frente a una realidad ineludible que nos reclama: "este es un mundo pobre y en crisis". Pensar que la arquitectura ciudadana, rural, social, o cualquier otro adjetivo que se le quiera dar, es sólo otra rama de la arquitectura, otro estilo o tendencia, me resulta muy incómodo; en lugar de ello preferiría pensar que la arquitectura ciudadana es el único tema relevante que enfrenta hoy nuestra profesión.
Pero esto no significa que cada arquitecto debe pasar cada minuto haciendo servicio social. En lugar de ello, cada arquitecto debería a cada momento estar atento de las implicaciones sociales de sus decisiones. Porque cuando a un arquitecto se le da un presupuesto de millones para un anexo de un acuario y realiza un proyecto que finalmente cuesta el doble, al arquitecto debería de preocuparle de dónde vienen los millones extras y preguntarse si: ¿viene de alguna partida del gobierno dedicada a algún programa social? O, ¿si viene del trabajo de miles de ciudadanos que confían sus impuestos al buen uso que se hará de ellos?
La arquitectura ciudadana siempre ha estado asociada con proyectos de vivienda de interés social o vivienda experimental, ciertamente no con acuarios de millones. Sin embargo la arquitectura ciudadana es -sin estar atada a un tipo de cliente, proyecto o presupuesto- fundamentalmente una toma de conciencia de lo que se está proponiendo a la hora de proyectar.
En general encontraremos pocas personas que estén abiertamente en contra de las nobles intenciones de la arquitectura ciudadana. Sin embargo, el no estar en contra no significa necesariamente estar a favor o ejercerla. Lo que hace falta para armar el caso a favor, es preguntarnos si esta postura ciudadana tiene alguna conexión con el empoderamiento del arquitecto, si asumirnos como ciudadanos nos hace más fuertes como profesionistas.
Debemos estar conscientes como arquitectos de que los problemas que resolvemos sean considerados también problemas para por lo menos un grupo de personas fuera de la comunidad de arquitectos y sus clientes. Resolver problemas que son relevantes para los no-arquitectos es lo que le da "poder" a nuestra profesión.
La pregunta que dio origen al movimiento moderno: ¿cuánto se espera que haga la arquitectura en beneficio de la humanidad?, es todavía vigente. En ese entonces la respuesta parecía ser clara, "la arquitectura iba a salvar al mundo", iba borrar cada barrio en decadencia, iba a traer la igualdad y la democracia en nuestras comunidades, iba a dibujar una utopía de concreto y cristal. Una utopía que se vino abajo con la demolición de Pruitt-Igoe.
Los oponentes de la arquitectura ciudadana terminan el caso mencionando Pruitt-Igoe diciendo: lo intentamos y fallamos, los arquitectos deben apegarse a lo que saben hacer mejor. Pero si la profesión de la arquitectura concluye de manera colectiva que la vivienda y el espacio público de los sectores pobres no es materia de trabajo o investigación, ¿podría la profesión sobrevivir conforme estos problemas nos asechan cada vez más?
Podemos declarar con certeza que los problemas de vivienda de bajo ingreso y vivienda marginal son cada vez más grandes. Simultáneamente, nuestro interés en ellos como profesión ha disminuido. Globalmente estos problemas están acelerando a una tasa que desafía cualquier pronóstico. La línea entre la ciudad y sus barrios "bajos" se esta desvaneciendo. Y mientras estos problemas crecen en potencia, la negligencia del arquitecto en atenderlos pone a nuestra profesión en riesgo de ser vista cada vez más como un oficio apartado y cínico.
Al convertirnos en arquitectos ciudadanos estamos derivando beneficios dobles: evitamos el menosprecio hacia nuestra profesión y nos empoderamos al mismo tiempo. Nos empoderamos porque podemos demostrar nuestra capacidad y conocimientos. Le demostramos al mundo que podemos cuidarlo, que podemos asistirlo en sus preocupaciones, y que el tributo que se nos paga por nuestro trabajo se regresa a la sociedad traducido en múltiples beneficios. Nos empoderamos porque nos hacemos necesarios para los demás.
Debemos buscar ser ciudadanos arquitectos no solamente porque es lo correcto o por sentido moral, sino por nuestro propio interés de asegurar la supervivencia de la profesión.
Se agradecen sus comentarios: fabrickar@gmail.com
Nota: tanto el presente escrito, como sus consecuencias, son total responsabilidad del autor.