Día de la enfermera, dan algo más que curaciones
07 noviembre 2015
"La recuperación de un enfermo no se podría explicar sin estas mujeres capaces de dejar hasta 'al marido' por sus pacientes"
Cristina Zambrano
Desde el cuarto frío con olor a alcohol etílico y cloro se vislumbra una figura femenina que camina hacia él, en el pasillo del hospital del Seguro Social. Sus zapatos, mallas y bata son blancas."Felicidades", le alcanza a decir Fernando, un paciente. "Todavía no, es hasta el seis", le contesta Agustina Salcido Rochín. Y es que hoy además de festejar el Día de Reyes, también es Día de las Enfermeras.
La mujer lleva una cofia en la cabeza y sobre el pecho un chaleco verde. Hace meses, mientras caminaba hacia un cuarto y empujaba su carrito metálico lleno de inyecciones, alcohol, suero y desinfectantes. Se acercaba a otro paciente, un joven, a quien saludaba, estiraba su brazo y le introducía una aguja.
Su enfermera recuerda que Carlos tenía 19 años y luchaba contra su leucemia limblástica, una de esas enfermedades raras. Agustina llegó a encariñarse con él. Cada 21 días se quedaba internado en el hospital por una semana para recibir la quimioterapia.
Y ella, así como todo el cuerpo de enfermeras del servicio oriente, memorizan que se convirtieron en más que sus cuidadoras, en sus amigas, consejeras, sicólogas y madres. La enfermera asegura que no sólo usa sus manos para trabajar, también sus palabras, su hombro y su corazón.
Carlos, el paciente con leucemia, murió y Agustina también estaba ahí. Mientras su madre lloraba la enfermera trataba de contener el llanto y la abrazaba, con el afán de calmar su pena. Pero ni la de la madre de Carlos, ni la de Agustina cesaron.
Esas escenas se viven a diario en los hospitales, dice Agustina. Nadie sabe cómo enfrentar a la muerte pero debemos entenderla. Su tarea es alejarla mientras cuida del paciente.
"En medicina interna el trabajo es así", asegura, "el mejor momento lo tenemos cuando el paciente estando a punto de morir sale por su propio pie", suspira.
Según la experiencia de unos 24 años de servicio de Sonia Hernández Sosa, otra de las compañeras, en ocasiones cuando comienza a doler demasiado un paciente, lo mejor es alejarse, si no te daña y no haces bien tu trabajo. Ella recuerda a Ursus, otro de los pacientes del área de hematología.
"Ursus tenía 32 años y también leucemia. Después de un tiempo murió. Siempre bromeaba y cuando se deprimía lo apoyábamos", recuerda Sonia.
Cuidar, explica, implica más que curar y afirma que su trabajo es "camaleónico" porque también son maestras. A la llegada de un interno procuran vigilarlo para que no se le recete un medicamento indebido. Y a veces se convierten hasta en médicos. Como cuando llegan los familiares de pacientes convalecientes, ellas con su experiencia ya saben qué hacer.
Ninguna de las dos se considera una heroína. Pero saben que sí han ayudado a salvar muchas vidas. "Primero dejamos al marido que al trabajo", bromean.