El Oriente que hoy nos desorienta
"No se trataba de cerrarme en una discusión o negarme a ver"
Me están traduciendo al inglés gringo una novela con personajes chinos que viven en Mazatlán y me piden que elimine el adjetivo “Oriental”: allá equivale a un insulto, aunque se le aplique, con corrección y buen tono, a un personaje de origen oriental.
¿Decir “Oriente” es negativo? Pues yo me quedé en “El expreso de Oriente” de Agatha Christie; “Viaje a Oriente” de Alphonse Daudet y los “Cuentos Orientales” de Margeritte Yourcenar, que no tenían nada de ofensivos, ni de manera involuntaria: creo que el concepto de oriente es universal, poderoso y evocador de grandeza.
No se trataba de cerrarme en una discusión o negarme a ver. El concepto de oriental como punto cardinal y una visión del mundo -mental y geográfica- tiene varios siglos y puede seguir siendo válido.
Si a un grupo social le molesta esa definición histórica, ese es su conflicto, aunque pueda entenderlo y solidarizarme.
Allá prefieren “asiático”. Que “oriental” suena exclusivamente a “chino” o recuerda a Bin Laden, Irak y Afganistán.
En lo personal, yo no me voy a ofender porque alguien me diga “centroamericano” o “sudamericano” porque mi interlocutor tenga esa visión, aunque México esté en Norteamérica o tengo una cultura e historia muy diferente a la de Canadá y los Estados Unidos.
No creo que sea racismo que un gringo me confunda con un inca o un argentino. A él le falta saber geografía, veo a las otras como culturas hermanas.
Hay significados culturales que solo provocan confusión cuando son cambiados por mayorías del momento o ideales políticos: en idioma francés se sigue diciendo Pekín, mientras el resto del mundo obedeció al régimen autoritario que nos hizo usar el estilo pinyin y ahora obedientemente decimos “Beijing”.
Si escribo “esquimal”, no estoy siendo racista si no digo “inuit” u olvido decirle “saami” a los lapones.
Me siento incómodo si un español me dice “no soy español, soy asturiano y mi cultura es bable, solo tengo pasaporte español”. Caray, yo nunca tengo la culpa de que ese país tenga sus conflictos internos de los que no estoy enterado.
Si a esas vamos, la palabra español viene del francés y la academia intentó fallidamente hace décadas usar la palabra “españuelo”, que es lo ultracorrecto.
Para mí Oriente es Li Po, Gandhi, Yukio Mishima, Omar Khayyam, El Mahabarata, el Dalaia Lama o hasta el ferrocarril transiberiano.
Oriental no es una palabra que en su origen y definición sea un insulto. Es una palabra y un concepto establecido.
A los uruguayos no les molesta que se les diga orientales y es muy común que así les llamen los argentinos porque ellos están en “la banda oriental” del Río de la Plata. (O que los confundan por el tono de voz con sus vecinos).
Exagerar lo políticamente correcto y querer cambiar el idioma también es una forma de discriminación y superioridad moral: eso lo empezaron los nazis con conceptos como “No Ario”, “Espacio vital” y muchos otros términos que luego se volvieron leyes y terreno fértil para la incomprensión y por tanto la violencia.
Hay países que usan la palabra mexicano como insulto y no por eso voy a exigirle que me dejen de decir así y me llamen sinaloense o yoreme, que es la etnia de mi región. Tampoco armaré un drama porque me digan “norteño”, que en algunas partes de México lo ven como “bárbaro, maleducado, grosero”.
En fin, el idioma español no debe contagiarse de las fobias y traumas que aquejan al idioma inglés y su cultura actual.