Mi tía Cuca o La Cuquita
"Vivió en la casa que está en la esquina de la calle de la entrada y la que pasa junto al Museo Regional de Elota."
¿Cómo era mi tía Cuca o la Cuquita, como solían decirle?... Era una señorita bajita, blanca, de ojos azules. Usaba vestido largo con cinto o cinto de la misma tela y zapatos de alpargatas, se tapaba con un velo negro que le cubría los brazos con todo y bultos de periódicos y revistas enrollados que acostumbraba traer bajo los brazos, anillos de alambre de cobre en todos sus dedos, un rosario negro en el cuello y pulseras de alambre de cobre.
Ella vivió en la casa que está en la esquina de la calle de la entrada y la que pasa junto al Museo Regional de Elota. Actualmente esta casa es propiedad de Santos Rodríguez.
Contaba mi mamá Chepita que cuando la epidemia de viruela, a mi tía Cuca le dio la viruela y eran tantos los fallecimientos que no alcanzaban los vivos para enterrar los muertos.
La viruela cubrió totalmente el cuerpo de mi tía y ya la daban por muerta. Lo único que hicieron fue cubrirla con una sábana, que se le pegaba al cuero por las ampollas y así la dejaron prácticamente a esperar que muriera, porque no había medicamentos para curarla.
Por esas fechas nació una hermanita de ella y como a la tía Cuca la daban por muerta, a la niña le pusieron el nombre de ella, pero pese a la situación grave en la que se encontraba la tía, cuál sería la sorpresa que se recuperó de la enfermedad, existiendo entonces en la familia dos Cucas, y para distinguirlas a la primera le decían Cuca y a la segunda Cuquita.
También cantaba en la iglesia y dicen que como los ángeles.
Fue maestra de primaria, trabajó en el Guamúchil, un pueblo que se encuentra por la carretera a Cosalá, Sinaloa, en donde tenía un novio que le pedía prestado de su sueldo y como ya le debía mucho, para no pagarle le dio una “toma mala”, para que perdiera la razón.
Su familia la rescata trayéndola a Elota, después de ese episodio de su vida, era común verla deambular por las calles del pueblo con su barbilla pegada a su pecho y sus inseparables rollos de periódicos y revistas muy maltratados, amarrados con pedazos de tela, estos bultos jamás los dejaba.
Cuando se encontraba con algunas personas, les decía “se van a condenar”, ¿sería que les conocía algún pecado grave?.
Cuando nos acercábamos a ella, con su mano levantaba la cabeza para vernos, ya que siempre traía su barbilla pegada a su pecho probablemente como resultado de dormir tanto tiempo en una silla, con la cabeza inclinada nos decía poesías o nos cantaba alguna canción, como la siguiente:
“Se lo llevan al trabajo, él dice que ha de volver, ojalá que allá en el tajo no se encuentre a otra mujer”... o “Al cielo, al cielo, al cielo quiero ir, si al cielo quieres ir, a recibir tu palma, a Dios con cuerpo y alma has de amar y servir”... y emitía una risa cantarina.
Recuerdo que se sentaba atrás de mi casa, sobre unas vigas y nos decía: “Dile a Chepita que me dé unos tacos de comida”, y ahí permanecía largo tiempo normalmente después de comer.
Acostumbraba a sentarse al entrar de la puerta mayor de la iglesia, cuando ésta estaba en ruinas porque se cayó el techo y los servicios religiosos se realizaban en la casa cural.
Llamaba la atención que cada vez que pasaba por la iglesia se iba caminando hacia atrás, para no darle la espalda, esto lo hacía por las callecitas que rodeaban a la iglesia.
Vivía con su hermana Laura, en Las Pilas, lugar donde usando cáscaras de árboles de la región como guamúchil, mauto y bolillo, se curtían pieles de caballo, de puerco, de venado, pero principalmente pieles de ganado.
Se acercaba a las casas de sus dos hermanos, Andrés y Alejandro, donde pedía comida o se quedaba a dormir.
Se refugiaba en una casa sola que está por la calle subida a Las Pilas, atrás de la iglesia. Dicha casa era propiedad de la familia Sánchez, ahora en su lugar está una casa tipo modernista, donde vive la familia Millán Morales.
Cuando ya casi no podía caminar se amparó en la casa de su hermano Alejandro, quien le compró un catrecito, donde siempre permanecía acostada y ahí falleció.
Sus restos descansan en el panteón de este Pueblo Señorial.
*Mauricio Medina Jiménez presentó este texto cuando Elota fue nombrado Pueblo Señorial.
Forma parte del taller de lectura de los Jubilados y Pensionados de la UAS.