Sara Coppel... mi bella dama
10 noviembre 2015
"Para sus hijos Sara, Mauricio y Pilar... Para sus hermanos: Yolanda y Jaime, familiares y amigos..."
Martín Durán
ZURICH, Suiza, agosto / 2012._ Esta misiva es un mensaje de gratitud a Sara Coppel Corvera, descanse en paz.
El escritor inglés G. K. Chesterton afirmaba que la gratitud era la más alta forma de pensamiento y Cicerón la definió como la mayor de las virtudes. Llevo cinco años practicando la filosofía de la gratitud, filosofía que ha enriquecido de sobremanera mi vida y la de aquellos en mi inmediato entorno... y todo con el poder de la voluntad: la gratitud, al alcance de todos. Te invito a que tú también lo hagas... comenzamos:
Siempre me gustó mejor el título en español de la película, Mi Bella Dama, versus: My Fair Lady, film que protagonizara magistralmente mi estrella favorita: Audrey Hepburn. Y es que siempre dije que el estilo más parecido a la Hepburn en lenguaje mazatleco era: Sara Coppel Corvera; así se lo expresé en un par de ocasiones y nomás soltaba la carcajada. En una ocasión, en el bistro de su sobrina Mela, su hermano Jaime me hizo segunda en el comentario. Así que no andaba tan errado. Su percha de mujer elegante, fina estampa, cuello de cisne y sonrisa con etiqueta de Hollywood, la convirtieron en la mujer más galana de su época en el puerto.
Mi Bella Dama significa también: Mi Bella Teacher, pues Sarita fue mi "teacher" de inglés en 4to. año de primaria en el ICO (1958). Gracias a ella debo, en gran parte, mi interés por este idioma que me ha llevado a practicarlo con tres presidentes de los EE.UU: Ronald Reagan (Mazatlán, 1987); Jimmy Carter (Acapulco, 1986) y Bill Clinton (DF. 1997).
Recién desempacada de los yunaites, donde acudió con sus hermanos a estudiar el idioma de Shakespeare, dilucidó a su regreso la siguiente teoría existencial: el yo, por mí misma, es un espacio muy pobre para encontrar la felicidad o el significado de la vida; necesito compartir lo que aprendí, voy a dar clases de inglés y sentirme útil y productiva. Así lo hizo y aquí andamos masticando el lenguaje de los primos allende la frontera: the land of the free and home of the brave.
La bella Sara nació en pañales de seda y probablemente éstos hayan estado personalizados y bordados con su monograma: SCC. Creció entre cubiertos de plata y servilletas de hilo. Y así tenía que ser, pues, por su lado materno la familia Corvera eran prominentes líderes de la industria de hilados y tejidos en la región.
Su mezcla de sangre polaca (Coppel) y española (Corvera) le dieron un toque muy distintivo a su personalidad: su alta estatura, como si ésta hubiera sido diseñada para elevar mejor su alta de miras en su universo desde otra latitud. O sea, no sólo sobresalía por su belleza, sino que también por su estatura.
Sara y sus hermanos fueron educados con buena mano y lo demostraron siendo: amorosos hijos, solidarios hermanos, responsables y cariñosos padres de familia y entrañables amigos. Me atrevo a decir que hasta ahorita no he conocido a un miembro de la extensa familia Coppel (convertida ya en toda una explosión demográfica) que no corra con fluidez por su sangre la singular bonhomía, proverbial divisa de la Coppelada.
Con nuestro personaje comprendí un hecho irrefutable, que, cuando una maestra de grata presencia en un salón de clases proyecta belleza interior y exterior, los alcances de aprendizaje, motivados por esta fórmula, son bastante sustanciales. Y es que Sarita destilaba una híbrida fragancia con los mejores aromas de la condición humana: la cortesía, el buen trato, las buenas palabras, los buenos modales, los buenos consejos, el sentido del humor, la cálida sonrisa... cómo no íbamos a aprender con ese método repleto de grandes virtudes, toda vez que resulta de lo más agradable y estimulante tratar con una persona sensible y cortés.
Me enteré de su sensible deceso en Venecia, (gracias a un imeil de la Melita Ordaz avisándome) disfrutando de las mieles del amor de mi nuevo matrimonio con una estupenda y guapa mujer de origen suizo y que conocí a escasos 50 pasos de la casa donde Sarita creció: el restaurante Pedro y Lola.
Hablando de la casa donde creció, (por la calle Constitución, casi esq. con Heriberto Frías) rumbo al que ahora se conoce como: Centro Histórico, vale la pena comentar cómo se conjuntaban de manera insólita, los siglos 19, 20 y 21, en el siguiente escenario: el Siglo 19, representado por la arquitectura neoclásica tropical de su vieja casona; el Siglo 20, enmarcado por la sutil y fresca belleza de Sara; y el Siglo 21, que nos presenta a una Sara en su total madurez: con su perpetua belleza, como adorada abuela y su humanidad curtida por la lucha que libraba contra la malignidad de su padecimiento. Así pues, estos centuriales contrastes eran captados por la lente del ojo público cuando pescábamos a nuestro personaje entrando o saliendo de su emblemático caserón con aroma a dorada nostalgia.
Siempre me causó un enorme gusto coincidir con ella en cualquier rumbo del puerto. Era muy disfrutable gozar de su señorío; simplemente adornaba el escenario que pisaba. Su sonrisa cautivaba nuestras pupilas. Contemplar damas de su calidad, definitivamente eleva el alma. Y es que toda belleza posee un algo mágico e indefinible que aviva en lo profundo de nosotros la llama del espíritu.
Nunca imaginó prepararse para su prueba de fuego en la vida: su dolorosa batalla contra su padecimiento. Primero, hizo lo necesario para mitigar su malestar, después hizo lo posible ante la pesadez que la abrumaba y, cuando se topó contra lo imposible para ganar la batalla, sus fuerzas flaquearon y se rindió ante el dolor y la angustia, diciéndose: me voy a descansar al Jardín del Edén, mañana pensaré qué voy a hacer... y nos dejó, cansada de tanto luchar contra los molinos de viento de su mente que la asediaban implacablemente.
Sarita: gracias por los momentos que no vuelven otra vez. Siempre serás nuestra versión patasalada de: Mi Bella Dama... by all means!
ATENTAMENTE
J. E. (Ernie) Sánchez