¿Son realmente efectivos los exámenes escritos?
"El columnista considera que los exámenes no son un método evaluativo"
Los padres no necesitamos de un examen escrito para valorar los logros que van alcanzando nuestros hijos y sentimos una gran felicidad, cuando son capaces de realizar, por sí solos, cosas que ni imaginábamos que podían hacer. Sin embargo, los sistemas educativos les exigen a los maestros la realización de estos exámenes para evaluar a los alumnos, como si fueran un prodigioso método evaluativo.
Ante la constante preocupación y ocupación que han tenido las autoridades educativas y algunos padres por la aplicación de exámenes escritos; los que como tendencia escolar se han multiplicado a nivel nacional e internacional, en los últimos años, me surgen dos interrogantes al respecto: ¿Son realmente efectivos los exámenes escritos en la actual sociedad del conocimiento que vivimos? ¿Es posible poner en práctica algunos métodos evaluativos más efectivos que los exámenes escritos?
La realidad es que los docentes estamos conscientes de que por excelente que sea un examen escrito, siempre será insuficiente, para evaluar el desarrollo real de la personalidad de cada alumno en sus diferentes contextos de actuación; ya que los instrumentos evaluativos escritos no aportan una explicación acabada acerca de las causas de los resultados obtenidos.
A lo anterior se suma que los resultados obtenidos por los alumnos, en un examen escrito, no dependen sólo del nivel de conocimientos que ha logrado aprender, sino que también influyen factores relacionados con los estados de ánimos y de salud, al momento de ser aplicado el examen, las condiciones del espacio seleccionado para su aplicación y la calidad del verdadero currículo que se enseñó en clases.
Tan importante como lo anterior es que la personalidad posee dos esferas de regulación; la motivacional y la cognitiva. Los exámenes escritos, aportan algunas evidencias de los niveles de conocimientos de los alumnos en un momento dado; pero no reflejan, jamás, los niveles motivacionales, los intereses afectivos, los sentimientos y las expectativas que poseen los alumnos.
Incluso, los “Test de Inteligencia”, muy utilizados durante décadas, se ha demostrado científicamente que son altamente engañosos, ya que reducen las capacidades cognitivas del cerebro humano, algunas de las cuales son desconocidas aún para la ciencia, a un pequeño número de habilidades conocidas como cociente intelectual.
En la actualidad se ha comprobado que el nivel cognitivo de una persona o de inteligencia; incluye no sólo el cociente intelectual, sino que abarca además: la capacidad de memoria, de razonamiento, de comunicación, de creatividad, de adaptación a nuevas condiciones; por lo que tenemos alumnos con mucha capacidad de razonamiento, pero poca memoria y bajas habilidades comunicativas; así mismo los tenemos con poca capacidad de razonamiento lógico matemático; pero con una memoria y poder comunicativo asombrosos.
Lo mencionado demuestra las limitaciones que presentan los exámenes escritos; si bien, han sido muy utilizados, y todo indica que continuarán siendo utilizados, no obstante, estas limitaciones; lo cierto es que en la actual sociedad del conocimiento resultan insuficientes para medir el desarrollo integral que alcance la personalidad de cada alumno.
De ahí que considero que los exámenes escritos forman parte de los dogmas que caracterizan a la educación escolar actual, los que ponderan lo instructivo sobre lo educativo. Es importante valorar que la realidad del aprendizaje de los alumnos en un aula excede a la enseñanza trasmitida por los docentes; por lo que evaluar los aprendizajes con algo tan inflexible, como los mencionados exámenes, impide que nuestras aulas sean verdaderos espacios para la reflexión, el debate de ideas y el desarrollo de la personalidad.
Por lo tanto resulta oportuno que meditemos acerca de este importante instrumento de evaluación, y no se trata de erradicar a los exámenes escritos de nuestras escuelas; sino que demos los pasos necesarios y suficientes para preparar a los docentes en función de que también utilicen otras vías evaluativas; las que deben incluir la valoración de las potencialidades personales y la perspectiva de los padres; con toda seguridad la visión conjunta de maestros y padres aportará una más objetiva valoración de desarrollo alcanzado por cada alumno.
Con toda seguridad, si docentes y padres compartimos nuestras prácticas educativas, trabajamos de conjunto en función de los fines de la educación y nos unificamos en función de evaluar el desarrollo alcanzado por los alumnos; nuestros hijos nos lo agradecerán; todos tendremos mayores niveles de satisfacción y seremos más felices.