Ahora con China

Jorge G. Castañeda
30 septiembre 2025

Los aranceles de 50 por ciento impuestos por el gobierno mexicano a las importaciones procedentes dizque de países con los cuales no tenemos un acuerdo comercial –pero que en realidad se refieren a China– constituyen una medida quizá inevitable y a la vez de ruptura con casi cuarenta años de posturas contrarias por parte de gobiernos del PRI, del PAN y de Morena.

Aunque la decisión también se lleva entre las patas a los productos importados de Corea del Sur –todos los automóviles coreanos salvo Kia y todos los electrodomésticos Samsung y LG– el tema corre el riesgo de enajenar a Beijing más que a Seúl, y sobre todo a un buen número de consumidores mexicanos

No es, como dice el gobierno, una medida de protección a la industria mexicana. Se trata de aranceles para proteger, en primer lugar, a los fabricantes mundiales de automóviles dentro de México, un mercado conquistado el año pasado ya en un 30 por ciento por los carros chinos, y posiblemente durante el primer semestre de este año de casi la mitad.

En segundo término es para proteger a los autoparteros mexicanos de la triangulación y reetiquetación cosmética china y, sobre todo, de tener contento a Donald Trump. Por eso digo que es una postura casi inevitable.

Dentro de los temas en la agenda de México con Estados Unidos, y de los elementos a renegociarse en el T-MEC, el déficit mexicano –de 11 a 1 el año pasado y de igual magnitud durante los primeros seis meses de 2025– figura de manera prominente.

En la medida en que es difícil determinar de manera precisa qué proporción de los casi 120 000 millones de dólares que importamos el año pasado de China corresponden a productos que al final del día acaban en Estados Unidos, se recurrió al escopetazo para cumplir con las peticiones norteamericanas. No hay alternativas.

Desde el ingreso al GATT durante el gobierno de Miguel de la Madrid, y hasta principios de este año, México ha sido un país que sólo de manera excepcional, provisional y quirúrgica, ha recurrido a aranceles para proteger a un sector u otro de la economía nacional. Todos los países lo hacen de vez en cuando y de manera sectorial o incluso microsectorial.

Pero durante estos cuarenta años, hemos firmado acuerdos de libre comercio con un sinnúmero de países en América Latina, en Europa occidental, en América del Norte y en Asia, y la tendencia ha sido más bien de favorecer al consumidor nacional y a la competitividad internacional.

No hemos invocado tesis o puntos de vista económicos que correspondían más bien a la época de la industrialización vía sustitución de importaciones. Ahora lo que hacemos es eso: tratar de sustituir importaciones procedentes de China por bienes producidos en México. Es probable que consigamos algunas ventajas macroeconómicas al hacerlo, pero las consecuencias también aparecerán.

El gobierno chino ya manifestó su molestia, por no decir enojo; quién sabe si a Trump le parezca suficiente este arancel; y varios otros países se preguntarán si los compromisos mexicanos con la era del libre comercio y la apertura son sinceros.

No discrepo de la decisión del gobierno, pero sí de su manera de presentarla a la sociedad mexicana. Esto no es para proteger a nadie, no es para promover a nadie; es para complacer a Trump. No hay de otra, pero preferiría que lo dijera.