¿Chisqueados?
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José Francisco Gómez Hinojosa
1. De esa manera llaman, medio en serio medio en broma, a sus hijos autistas un grupo de mamás que se acompañan para atenderlos. Ellas mismas se autodefinen así. Los muchachos, en su mayoría varones, con esa ¿enfermedad? tienen su lado luminoso, como cualquier ser humano. Son simpáticos, ocurrentes, muy cariñosos, inmensamente sensibles. Pero también tienen su cara oscura, y en ocasiones no pueden controlar su agresividad, no saben expresarse... como nosotros, porque generan sus códigos propios de comunicación.
2. Admiro a esas mamás -casi siempre son ellas las que se encargan de cuidarlos- que se sienten orgullosas cuando les chulean a sus hijos, pero que ya en la soledad del hogar batallan para encontrar la forma de educarlos. Admiro a las personas que integran las asociaciones autistas, y que ni siquiera tienen un niño con esa ¿discapacidad? Las admiro más porque, en muchos casos, los esposos se alejaron cuando supieron el ¿trastorno? de sus hijos e, incompetentes para manejarlo, le dejaron toda la responsabilidad a la mamá.
3. Y en las tres interrogantes anteriores, disculpen la digresión filosófica, está la clave de la atención al autismo. Mucho se ha avanzado en su definición, pues ya no se le considera una enfermedad, pero todavía con frecuencia se le llama discapacidad. Entiendo que el término científico es Trastorno del Espectro Autista (TEA), aunque especialistas están luchando porque en vez de trastorno se le llame condición. Más allá de las terminologías, está el hecho de que un niño autista, como me lo dice una de estas mamás,...
4. ... es persona, es feliz, no vive en su mundo, ama a su familia y, sobre todo, cambia vidas, las de las personas que interactúan con y/o conocen a alguien en esa condición. El autismo es una manera de ver y sentir de manera diferente, y que exige en las familias -insisto, sobre todo en las mamás- desarrollar la resilencia, que en términos menos elegantes es el arte del aguante, la capacidad para hacer frente a las tragedias de la vida, para transformar el dolor en fuerza motora, para ser feliz en medio de la adversidad permanente.
5. El pasado domingo se celebró el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo y, como me dice otra mamá, nos agradecen a quienes nos colocamos el lazo azul en la camisa o en la entrada de la oficina, a la televisión y los periódicos que ese día le dedicaron reportajes al autismo, a las autoridades que iluminan los edificios públicos con el color azul. Sin embargo, recordemos que para esos niños, esas familias, todos los días son 2 de abril, a diario hay que luchar contra unos comportamientos que la sociedad impone y que los autistas rechazan.
6. La condición autista, entonces, no es una limitación, sino una caracterización. El autista tiene otra visión del mundo, otros horizontes, muchas veces ajenos a los convencionalismos sociales. Un amigo mío con esa peculiaridad se la pasa platicando sus sueños: comprar un Ferrari, una casa en Cancún. Yo le recrimino sus fantasías y, pedagógico como soy, le digo que primero se ponga a trabajar. Él sigue soñando, yo continúo razonando. ¿No será que el “chisqueado” soy yo, que me creo normal, objetivo, analítico?
7. Cierre ciclónico. ¿Quién cambió mi reloj el domingo pasado? ¿Y mi teléfono celular? ¿Quién le ajustó la hora? Porque cuando me desperté, ya estaba incorporado el horario de verano. Claro, ya sé que se da automáticamente la modificación. Pero la pregunta persiste: ¿Quién se encarga de que se cambie la hora de manera automática? ¿Qué robot maneja al robot que hizo el cambio? ¿Y si ese ente cibernético, humano o no, se equivoca en la operación y en vez de adelantar retrasa? Pero eso no puede pasar. Las computadoras son perfectas.
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