ARTÍCULO

Pablo Ayala Enríquez
15 mayo 2016

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Que la politóloga Denise Dresser haya dicho: “Me voy a tener que lanzar al ruedo y no me va a quedar de otra”, es una muestra clara del nivel actual de hartazgo ciudadano.

Durante los últimos años, Dresser ha venido disfrutando de los muchos réditos que el mundillo de la academia le ha traído consigo. Su rol como investigadora, docente, asesora, conferencista, editorialista y analista le han traído fama, reconocimiento, prestigio y, por qué no decirlo, muy buen dinero.

Cuando alguien declara que quiere dejar lo más por lo menos, siempre resulta extraño. En la academia se tiene el privilegio de conocer mentes brillantes, trayectorias profesionales que abonan al desarrollo de la humanidad, gente con un gran corazón y espíritu. Por el contrario, en la política, como Denise Dresser tantas veces ha dicho, lo habitual es toparse con ladrones, oportunistas, “chapoteadores”, omisos, títeres, ventajosos, opacos, venales y demás sinónimos de lo indigno.

En su caso la ingenuidad no tiene cabida. Pocos como ella han escaneado la anatomía de la corrupción política en México; conoce perfectamente a todos y cada uno de los personajes-bichos con los que hay que lidiar (¡y mire Usted que los bichos de la academia sean menos ponzoñosos!; quizá no tan mortales, pero ponzoñosos sí que lo son). Su anuncio/amago, pareciera que tampoco sea movido por el interés de acceder a una mejor calidad de vida o hacerse de más ingresos; me consta que en su faceta de conferencista Dresser gana bastante bien (las veces que nuestros estudiantes la han invitado a un congreso estudiantil, ha cobrado las perlas de la virgen por dictar una conferencia de 45 minutos que, con cierto histrionismo, recita de memoria por la cantidad de veces que la ha repetido).

También dudo mucho que su interés provenga del hecho de que se sepa, o le digan que es, una competidora mucho más capaz que Jorge Castañeda (quien, por cierto, hace mucho ve la academia como refugio-pasatiempo y no como profesión) o “El Bronco” (quien sigue diciendo que si en los próximos tres años cumple todo lo que prometió se lanzará a la Presidencia de la República); a estas alturas de su vida, creo que la politóloga tiene claro que hay adulaciones que no pasan de ser sólo eso.

Y si no es el desconocimiento de la peligrosidad de ciertos bichos, la búsqueda de más ingresos, el acceso a más reputación o el afán de ganarle la carrera presidencial a dos hombres que se piensan capaces de encarrilar este País, ¿a qué responde su interés por lanzarse como candidata independiente a la Presidencia? ¿Por qué Denise Dresser quiere dejar ese mundillo en el que tan felizmente vive?

Aún y concediéndole el beneficio de la duda, no veo la forma en que pueda jalar los hilos de la política sin tener que correr el riesgo de caer en algo o mucho de lo que critica. Esto 

es lo que no me permite comprender del todo su propósito. Me explico.

Desde hace muchos años, Denise Dresser ha denunciado la injusticia derivada del abuso del poder. El eco tronante de sus palabras se ha vuelto la voz de muchos que la perdieron o nunca la han tenido; su mirada penetra y desvela lo que muchos ven, pero no logran comprender; su propensión al debate interpela, desafía y desenmascara. Estudiantes, padres de familia, ciudadanos que exigen transparencia, periodistas, madres de desaparecidos, migrantes... cualquier persona que haya sida vejada en sus derechos representa para Dresser una causa por la cual vale la pena dar la pelea. Van tres botones de muestra.

Aún recuerdo el revuelo que causó en las redes sociales aquella visita que hizo al Senado para explicar lo que significa tener un País con un “gobierno de cuates”. En esa ocasión no dejó títere con cabeza. Fueron tantas las verdades de a puño que lanzó al aire que incluso sus detractores no tuvieron más remedio que aplaudirle. Aquel discurso fue el discurso de muchos, y ella dejó en claro lo que abominaba.

Igualmente célebre fue ese artículo que tituló “Cloaca abierta”, donde denunció que “México permite la supervivencia de los íconos de la impunidad. [...] el PRI avala la longevidad política de los personajes más cuestionables. Y por ello el gobierno se vuelve el refugio de tantos sinvergüenzas con la complicidad de quienes deberían escudriñarlos pero no lo hacen. Las televisoras silenciosas. Los medios miedosos. Los periodistas que tendrían que hacer las preguntas difíciles pero optan por las respuestas fáciles. Todos avalando, todos minimizando, todos cerrando los ojos porque saben que los beneficios de la cloaca son compartidos. Porque entienden que en el País la corrupción es válida si muchos participan en ella. Porque ante los corruptos no hay condena política o investigación judicial o castigo social si demuestran ser “competentes”.

Y si lo dicho a alguien le sonó a poco, en ese mismo texto, redirigiendo la mirada apuntó: “Como en el caso emblemático de Beltrones, coordinador parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados, frente a cuya trayectoria truculenta no ha habido ni un sólo deslinde por parte de su partido. Ni una sola expresión de disgusto. Ni una sola condena a su conducta o un solo esfuerzo por distanciarse de ella. Al contrario: el PRI lo protege, lo ensalza, lo coloca en posiciones de liderazgo vez tras vez. Con lo que revela a un partido que -a pesar de las reformas presumidas- todavía está dispuesto a cerrar la tapa de la cloaca en lugar de limpiarla. Está dispuesto a ignorar la realidad de un asunto que nunca fue aireado o resuelto de manera satisfactoria. [...] Y después de cuatro meses de investigación minuciosa, los resultados: Beltrones responsable de proteger al narcotráfico en el estado que gobernó y de aceptar pagos de capos a cambio de protección para sus actividades; Beltrones incluido en una lista de 17 funcionarios sospechosos de corrupción, que el gobierno estadounidense entregó a Ernesto Zedillo, poco después de su llegada a Los Pinos; Beltrones al centro de un debate en el Buró Internacional de Narcóticos del Departamento de Estado sobre el imperativo de revocar su visa para entrar a Estados Unidos; Beltrones protegido por el entonces Embajador estadounidense James Jones, el mismo que exaltó la integridad empresarial de Ricardo Salinas Pliego y formó parte del Consejo de Administración de Grupo Azteca, al cual tuvo que renunciar después del escándalo Codisco-Unefón”.

En otro artículo que tituló “Ante un sistema político impune” expuso: “México es un País de corrupción compartida pero nunca castigada, de crímenes evidenciados sin sanciones aplicadas, de ex presidentes protegidos por quienes primero los denuncian pero luego pierden la razón, de políticos impunes y empresarios que también lo son. Por ello las procuradurías exoneran, las fiscalías especiales nunca funcionan, las comisiones investigadoras en el Congreso no cumplen con su función, los custodios no custodian, los crímenes persisten. Hay demasiados intereses que proteger, demasiados negocios que cuidar, demasiadas irregularidades que tapar, demasiadas cuentas bancarias que esconder, demasiadas propiedades que ocultar, demasiados pactos que preservar. Y tan sólo como botón de muestra, la lista de los impunes. La lista que el País produce y amplía cada vez que deja de investigar y sancionar, acusar y castigar. Carlos Salinas de Gortari, Luis Echeverría, Diego Fernández de Cevallos, Mario Marín, Ulises Ruiz, Ricardo Salinas Pliego, Emilio Gamboa, Arturo Montiel, Jorge Hank Rhon, Elba Esther Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Manlio Fabio Beltrones, Joaquín Gamboa Pascoe, Kamel Nacif, los Bribiesca-Sahagún, entre tantos más.”

¿Cómo lograr cruzar este pantano sin mancharse? ¿Cómo negociar con estos y otros personajes peores sin omitir o dejar de lado las convicciones morales? ¿Cómo gobernar “El País de uno” sin ser lo mismo que tantas veces ella ha criticado?