Brigadas de silencio: la rebelión indispensable

Tomás Calvillo Unna
21 agosto 2019

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“La fiesta de prepa en Morales, Vámonos”, fue la última historia que Berenice Tapia de 24 años, maestra de preescolar, publicó en su Instagram cerca de las 10:30 de la noche del domingo... Su cuerpo fue localizado en la Colonia Las Piedras en San Luis Potosí… (información de El Universal, 19-08-2019, 23:21)

Prácticamente en todos los estados de la república aparecen cuerpos ultrajados como el de Berenice, vidas cercenadas en la oscuridad de la demencia de una nación sin orientación alguna, que naufraga en el mar de sus crímenes.

Los feminicidios y los asesinados y desaparecidos son las heridas abiertas de la nación que carcomen los cimientos de nuestro país, al que nombramos México, un nombre que repetimos como mantra, una y otra vez y que tiene un origen vinculado a la luna y por lo mismo a su destino.

Su etimología cósmica y terrenal es profundamente femenina. Lo ignoramos, preferimos vivir en la erosión del alma de nuestra historia imaginada.

Los feminicidios, la epidemia de asesinatos y los desaparecidos son el resultado de la complicidad criminal de sectores políticos, económicos y judiciales de nuestra república. Actores que son capaces, entre otras cosas, de traicionarse y traicionar sólo para sumar votos, y lograr así mayorías, diseñando alianzas con quienes han fomentado la violencia, el narcotráfico y el desprecio a la mujer. Actores de los pasillos del poder que sonríen devastando cualquier esperanza democrática.

La impunidad que los protege hoy, al igual que ayer, es consecuencia de una red tejida por la perversidad del poder y el dinero, en medio de una cultura con graves rezagos.

Detrás de cada mujer asesinada está el pacto de lo siniestro que pretende adquirir el semblante de la normalidad.

Los discursos políticos están huecos, no alcanzan significado alguno ante el inmenso dolor que estruja a miles de familias. El sistema político mexicano hoy en día es un fracaso cuya responsabilidad colectiva no encuentra siquiera una salida de emergencia. La expropiación del sentido común es la narrativa que impera.

El discurso del amor y paz en estas condiciones sólo ahonda en la violencia y la muerte. El poder en toda su jerarquía continua con el ruido de su maquinaria, no escucha el necesario silencio, sólo atestigua y se incomoda con la rabia de la profunda dignidad ciudadana que grita y rompe los vidrios polarizados de la ignominia.

Porque no declarar un día, sus 24 horas, como la pausa obligada para evidenciar la demencial precipitación de una rutina trágica que nos atrapa en su confusión. Un día de silencio testimonial, donde el País entero, callado, escuche el susurro que emerge del abismo que nos rodea, y los políticos enmudecidos por voluntad propia y los ciudadanos convergiendo en el hondo misterio donde la palabra se oculta, coincidan en un ejercicio inédito.

Imaginar la acción de una conciencia común que despierte a la nación y rompa sin miramientos las cadenas de la complicidad de los señores de la muerte en este país que pronunciamos México.

PD. En 1968 fueron los estudiantes, hoy son las mujeres. Las lecciones de la historia ahí están.