Ciudad limpia. Sin basura (Parte II)

Juan Carlos Rojo Carrascal
10 junio 2019

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Desde casa se pueden hacer grandes cambios sin depender de nadie. En la columna pasada escribí sobre la necesidad, antes que cualquier otra cosa, de reducir el volumen de la basura que generamos. Para ello solo se requiere de creatividad y ganas de colaborar como la tuvo un vendedor de esquite en Jalapa que ahora sirve su producto en hojas de maíz, material totalmente biodegradable y con la misma capacidad térmica y permeable que el contaminante plato de unicel.
La práctica casera que hacemos desde hace algunos años es separar completamente los desechos orgánicos de los inorgánicos. Ya es regla familiar. Esto ayuda a tener control de los desechos. La inorgánica, luego de enjuagarla y secarla, se convierte en un producto utilitario en la mayoría de las ocasiones. El papel o el cartón tienen siempre un gran potencial de reutilizar, el aluminio lo pagan bien, y los frascos y botellas siempre se les encontrarán utilidad. Lo que generalmente sobra más es el plástico rígido que, aunque también tiene posibilidades de venderse para posteriores usos, lo más recomendable es evitarlo.
Para el caso del desecho orgánico, en mi casa utilizamos una jarra de tres litros que mantenemos en el refrigerador y una vez que se llena tiene dos posibles destinos: las cubetas composteras de nuestro jardín o los depósitos composteros que ahora estamos generando en el parque de la colonia donde colaboramos ya varias familias.
En las cubetas composteras que tenemos en casa, generamos -luego de dos o tres meses de espera- una rica composta que vertimos en los jardines. Así, el desecho orgánico nunca sale de casa y no requerimos de comprar abonos para la tierra, nuestra composta es suficiente para alimentar todos los árboles y plantas que en casa tenemos.
Producir la composta no es un proceso fácil, pero para ello hoy existen infinidad de tutoriales en Internet para aprender a hacerlo. Lo que sí quiero compartirles estimados lectores, es la satisfacción de ver cómo enriquecemos la tierra con productos que equivocadamente antes mezclábamos con otros desechos y “por arte de magia” lo hacíamos todo inservible. Además, la composta nos ofrece siempre gratas sorpresas, de ella salen infinidad de plantas productivas una vez que germinan las semillas que contiene. Así hemos visto crecer melones, cítricos, mangos, chiles, sandías, etc.
La clave es no mezclar. Si tomamos una cáscara de plátano en la mano. La podemos seguir llamando así: cáscara de plátano. Pero si la tiramos en un bote de basura donde se “mezcla” con una lata, un frasco y unos pedazos de cartón, automáticamente todo se convierte en basura: en algo que no se debe tocar, que huele mal, que se ve desagradable. Sin embargo, esa cáscara de plátano puede estar dos o tres días dentro del refrigerador en una jarra, junto con otras cáscaras y desechos orgánicos que no olerán mal. Posteriormente, ya que se llena la jarra, ésta se vacía en el compostero, se cubre con tierra y hojas, ¡y listo! Comienza la verdadera magia de la naturaleza.

jccarras@hotmail.com