Coche-bomba en el segundo piso

Rubén Aguilar
12 diciembre 2025

El pasado sábado la Presidenta convocó a la celebración de siete años de transformación en el zócalo capitalino. El acarreo fue ejecutado con tal profesionalismo, que se volvió inocultable. Los segmentos de la plancha perfectamente distribuidos y delineados fueron ocupados por sindicatos, comités estatales, aliados bien organizados. La espontaneidad de antaño, cuando Morena era oposición, se suplió por las cuotas: el transporte, pase de lista, refrigerios y reconocimientos en efectivo se hicieron presentes en la magna celebración.

Es esa la nueva capacidad de movilización de la 4T. Pero más allá del acarreo profesional, la oda a la continuidad es un mal augurio. Se nos alerta que el huachicol fiscal, las personas desaparecidas, la corrupción seguirán entre nosotros; no es celebrar el primer año de la nueva gestión, es rendirse en un continuo que cada día parece más disfuncional.

Los diversos escándalos que han estallado en el entorno de la coalición gobernante a lo largo del último año parecía que hacían insostenible la ruta de la continuidad e invitaban a ejecutar cierto deslinde del sexenio anterior. Empero la Presidenta ha elegido sostenerse en el legado de su antecesor.

Así, mientras el discurso en el zócalo se colmó de lugares comunes, en el México realmente existente estalló un coche bomba en Coahuayana, Michoacán. La violencia y la inseguridad, que inquietan a cada vez más sectores de la sociedad, no mereció ninguna mención en la celebración, pero se hizo presente en el estado que acaba de estrenar un plan de paz y en donde fue ultimado un Alcalde en funciones que pretendía enfrentar a la delincuencia organizada.

Ante el estallido del coche-bomba, el sábado la FGR estableció que se abriría una carpeta de investigación por hechos vinculados al terrorismo. Dicha aseveración a alguien le pareció inadecuada o exagerada y hoy la FGR, en uso pleno de su autonomía, ha dicho que la carpeta es por delitos asociados a la delincuencia organizada. Pero más allá de la semántica, el uso de un coche-bomba significa una escalada en el repertorio de la violencia que no podemos ignorar.

El problema de la inseguridad ha dejado de ser (si es que algún tiempo lo fue) un asunto de cobertura de los medios, de campañas propagandísticas en contra del gobierno; es un tema que afecta, de manera cada día más cotidiana, cada vez más extendida, a amplios sectores de nuestra sociedad.

Frente a ello lo recomendable pareciera que primero se reconozca el problema y después que se piense en cómo abordarlo de manera colectiva, con pactos, mesas, en fin, con un diálogo incluyente. Sin embargo, hasta ahora la estrategia ha sido la negación, minimizar el problema e intentar controlar la narrativa al grado de ocultar los sombreros. Ojalá pronto se den cuenta que un coche-bomba estalló en el segundo piso de la transformación.