Corazones rotos y bolsillos vacíos
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Francisco le declaró su amor a Laura después de una relación de amistad que habían sostenido por tres años, estaba seguro de que ella era la indicada para ser su compañera por el resto de su vida. Ella correspondió a esta declaración y aceptó cambiar el título de su relación al de novios.
Durante las primeras semanas todo fue de maravilla, a final de cuentas, compartían muchos gustos culinarios y de opciones de entretenimiento; sin embargo, llegó el momento de conocer a la familia de Laura. A partir de ahí, Francisco se dio cuenta de un cambio en el comportamiento de Laura, este cambio no le gustó mucho. Unos meses después, terminaron su noviazgo y jamás pudieron recuperar la amistad que habían forjado.
Es muy común ver cómo en las empresas nos ilusionamos con los perfiles que conocemos, ya sea en la hojeada de un currículum; las deslumbrantes definiciones de las competencias personales y estilos de comportamiento que exponen las psicometrías; o bien, la brillante presentación que tuvieron durante su entrevista de contratación.
Aun así, tenemos –en el mejor de los casos-, precauciones adicionales antes de contratar a un nuevo colaborador: Pedimos referencias y las confirmamos; se filtran diferentes perfiles a través de diferentes departamentos; intentamos conocer los gustos, aficiones, costumbres y vicios de cada uno de los candidatos a integrarse a la empresa.
¡Por fin! Después de 4 meses de búsqueda y 9 personas que pasaron por todos los filtros y procesos, conoces al mejor candidato que jamás habías visto -por lo menos en el papel-, y decides contratarlo.
En ese momento comienza a correr el reloj que marca el tiempo límite para considerar que la curva de aprendizaje ya ha sido superada. Inviertes tiempo, dinero y esfuerzos de diferentes personas para capacitarlo lo más rápido posible; necesitas que aprenda la forma de operar de la empresa, de su departamento, de su puesto; le impartes seminarios de la filosofía de la organización, su misión, visión, valores –que ha de vivir como si los hubiera aprendido en casa-; modificas el presupuesto del departamento al que se integra esta nueva estrella, después de todo le has dado un excelente elemento.
Han pasado 6 meses, el nuevo elemento ya está listo, ha pasado todas las evaluaciones de recursos humanos. ¡Ahora sí: podemos esperar resultados productivos y comenzar a hacerlo rentable!
Al trimestre siguiente, el nuevo elemento te presenta los mismos resultados que has visto durante todos tus años en la empresa, te das cuenta de que no hay nada sobresaliente en su trabajo, tampoco es malo, pero no es lo que esperabas. Así que, con el corazón roto, comienzas la búsqueda de nuevo.
¿Algo de lo anterior te suena familiar?
El caso aquí planteado es una experiencia con resultado positivo. Estoy seguro que a ti (estimado lector) te han sucedido situaciones en las que al final de todo ese periodo, el colaborador resultó tan decepcionante, que no te dejó otra salida más que liquidarlo.
No es una exageración cuando se dice que el recurso más caro en las empresas, son las personas. Hace un tiempo aprendí a calcular el costo de una mala contratación... es una historia de terror mezclado con drama, que se relata lentamente; y se repite frecuentemente.
Las decisiones más comunes y más importantes en las organizaciones, tienen que ver con las personas; lo que nos hace considerar profundamente a quién estamos contratando y sobre todo si los gerentes que entrevistan a los futuros colaboradores están correctamente formados para acertar en las contrataciones.
Director Comercial ICAMI, Centro de formación y perfeccionamiento directivo
alejandro.moya@icami.mx