Corrupción en las Fuerzas Armadas, ¿de dónde vienen las manzanas podridas?

Ernesto López Portillo
27 octubre 2025

Nueve de cada 10 personas en México dicen confiar algo o mucho en la Marina, y ocho de cada 10 en el Ejército. Sin embargo, entre una quinta y una cuarta parte de la población percibe corrupción en esas instituciones, según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2025 (INEGI). Recogido en 2024, es un dato especialmente relevante a la luz del actual estallido del mayor escándalo público de corrupción en la Marina desde que existen este tipo de mediciones.

Quienes desde la llamada clase política sostienen que las Fuerzas Armadas no tienen problema alguno de corrupción saben que mienten. Cuando ya no es posible ocultar las desviaciones, recurren al relato más cómodo: el de las “manzanas podridas”. Conviene mirar lo que se oculta detrás de esa fórmula.

Las instituciones -civiles o militares- no son del todo corruptas o del todo incorruptibles: se mueven en distintos grados de corrupción, como muestran las experiencias nacionales e internacionales. De ahí la importancia de distinguir entre dos planos: la propaganda política, como la documentada en el caso de la Guardia Nacional (texto de referencia), y el trabajo serio de diagnóstico, basado en métodos y herramientas de investigación adecuados.

Es fácil hablar de “manzanas podridas”; lo difícil es contar con mediciones rigurosas que permitan saber si ese relato es verdadero, especialmente en instituciones militares. Desde la teoría sistémica de la rendición de cuentas, entendemos que las instituciones son sistemas compuestos de reglas formales (las normas) e informales (las prácticas). Esa interacción produce culturas institucionales: ecosistemas de desempeño en los que ciertas conductas se promueven, se toleran o se sancionan.

Las instituciones públicas son, en este sentido, una paradoja: al mismo tiempo visibles y opacas. Muestran y esconden, a veces poco, a veces mucho. Cuando están sometidas a controles formales, los mecanismos contienen las desviaciones; cuando no lo están, esas prácticas se desbordan. El discurso político rara vez entra en este terreno. En el caso de las Fuerzas Armadas, el recurso más socorrido es invocar la disciplina. Ese concepto posee tal potencia simbólica que suele anular cualquier pregunta por la evidencia. Así, para la mayoría social, enterarse de un caso de corrupción en la Marina genera una fuerte disonancia cognitiva: el hecho choca con la creencia de su supuesta incorruptibilidad. Tanto se ha sembrado esa creencia que, incluso ante pruebas concretas, mucha gente prefiere negarlas.

En un próximo texto abordaré con detalle el papel de la disciplina en instituciones armadas policiales y militares. Adelanto solo esto: existe amplia documentación internacional sobre su uso como mecanismo de cumplimiento de órdenes ilegales, amparado en un espíritu de cuerpo que, adulterado, termina siendo el cobijo de atrocidades.

Hablar de todo esto es como describir fenómenos “raros”, porque en efecto lo son en el contexto mexicano: es sumamente extraño que alguna autoridad decida medir la corrupción en las Fuerzas Armadas con instrumentos capaces de escudriñar sus culturas institucionales. Ni siquiera se plantea la posibilidad de hacerlo.

Quienes desde el Estado recurren al discurso de las manzanas podridas para proteger la imagen militar hacen un daño profundo a las propias instituciones castrenses. Con ello refuerzan la muralla política que impide reconstruir las condiciones del “cesto de manzanas”, es decir, del ecosistema en el que germinan las desviaciones. Y esas desviaciones, como se ha explicado, jamás pueden desligarse de la cultura institucional en la que ocurren.

Los porcentajes de confianza y percepción de corrupción que mostré al inicio son utilizados sistemáticamente por el poder político y por las Fuerzas Armadas para legitimarse. El problema no es lo que dicen esos indicadores, sino la manera en que se usan para justificar lo que se decide esconder.