Crímenes en tiempos de coronavirus. Los muertos que nadie quiere contar

Alejandro Sicairos
24 junio 2020

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Con explosiones de salvajismo en todo México, el crimen organizado manda al diablo la oferta de abrazos, no balazos. La devastación de la ausencia de ley y envalentonamiento de los capos del narcotráfico hace que el País recicle el terror y que el gobierno reedite el no veo, no escucho y no hablo, encubriendo la masacre con renuevos de la parafernalia idéntica a la cual desde hace décadas arrulla las tumbas de las víctimas y arruina la vida de los deudos.

Los muertos que deja la delincuencia cada día se ven menos en la densa bruma de la negligencia oficial. Son muchos, más de 35 mil en el suelo nacional y 327 en Sinaloa, de enero a mayo de 2020, como para que las ánimas no se amotinen en las conciencias de los políticos en el poder y las hagan sensibles a la atrocidad. Agreguemos aparte las desapariciones forzosas y la cifra negra en delitos de alto impacto.
Al apoderarse de regiones completas, incluyendo en sus dominios la vida de familias que ni la deben ni la temen, la delincuencia organizada insiste en instalarse como poder de facto a consecuencia de capitalizar la debilidad del Estado. Enorme la manta tendida sobre la geografía mexicana con la frase de Agustín de Hipona (San Agustín, beato de la Iglesia católica) quien hace 20 siglos filosofó que “los reinos sin justicia son solo un lugar donde se multiplica el crimen”.
El pase de lista es doloroso e infinito. En Guanajuato el crimen replica el “Culiacanazo” del 17 de octubre de 2019 y refrenda que las instituciones legítimamente erigidas siguen siendo rehenes de organizaciones cuya fuerza reside en el terror de las armas y la aniquilación; en Oaxaca 15 personas son incineradas con saña para hacer ver que la ley es letra quemada y en Sonora la disputa del territorio entre células del narcotráfico refrenda que el combustible del hampa es la sangre humana.
En el ámbito estatal, la región de Tepuche es tomada como trofeo de caza por células del cártel de Sinaloa que retoman la táctica de marcar sus terrenos, a la vez que comandos de civiles armados se autoproclaman como gobierno único en comunidades de Angostura, Salvador Alvarado y Guasave y en la sierra sur, abarcando Mazatlán, Concordia y Rosario, las aduanas del crimen regulan la movilidad de personas y mercancías.
Es grave lo que ocurre atrás de los bastidores del SARS-CoV-2. Grave la falta de estrategia nacional que recalca los operativos militarizados de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Grave que la Guardia Nacional y las policías estatales sean solamente corporaciones reactivas que acuden luego de la embestida letal de los delincuentes. Grave que la mancha sanguinolenta se extienda por el País y los que gobiernan cuiden de no manchar los zapatos siendo que llevan teñidas las manos.
Qué duro es ver que la patria arde sin más clemencia que la que ofrecen la mirada intimidante de los sicarios y los ojos de las autoridades vendados con indolencia. Antes al menos se ofrecía el hipócrita pésame a los sacrificados o la engañifa de investigar hasta las últimas consecuencias; hoy el silencio como preámbulo de la rendición. Así estamos, mientras el afán homicida se contagia de una zona a otra a mayor ritmo que la pandemia.
Pero esta realidad violenta está desplazada de la agenda social por razones obvias, como normal es que ahora la gente le tenga más miedo al coronavirus que al crimen. Tan endémico uno como el otro, la capacidad de contención de las autoridades está enfocada a detener la Covid-19 y les deja vía libre a los facinerosos. ¿Quién dice que en tal disyuntiva, con dos caminos que llevan a la muerte, alguien preferiría las balas en lugar del virus de Wuhan?
¿Qué debemos hacer los mexicanos, Presidente Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué los sinaloenses, Gobernador Quirino Ordaz Coppel? Adoptar la misma resignación de los gobernantes, normalizar la fatalidad cotidiana o rezar para la protección providencial no debieran ser opciones cuando existe un aparato institucional, pagado por los ciudadanos, para la salvaguarda de las integridades física y patrimonial.
Cada amanecer hay más muertes, miedo y quebranto de la esperanza. Igual con cada alborada mutan las justificaciones, promesas e ineptitudes de las autoridades. Por cada vez que despertamos es menos claro el papel que juega el gobierno, con todo y sus policías y militares, en la tragedia cotidiana. ¿Están jugando al tío Lolo, aquel que se hace tonto él solo?
Óiganse las interrogaciones de las familias a expensas de la delincuencia, sin que las apague el dolor de los contagiados de coronavirus. Pobre de México si sus gobernantes por querer esconder las tumbas de las víctimas de la violencia, les colocan encima los cadáveres de los muertos de la pandemia.

 

Reverso
Los fantasmas por igual,
Les atormentarán la conciencia,
Por hacer las cosas mal,
En coronavirus o violencia.

 

¿Pueden o no?
¿Cuál es la estrategia del Secretario de Seguridad Pública del Gobierno de Sinaloa, Cristóbal Castañeda Camarillo, para apagar las luces rojas que en materia de violencia se encienden en el sur, centro y norte del estado? Es tiempo de decirles a las familias que quedan en medio de las disputas del narco si la SSP puede o no protegerlas, si la presencia de la Guardia Nacional es una pifia más y sobre todo si existe voluntad para entrarle en serio a pacificar las zonas sobrecalentadas por pugnas entre cárteles. Díganle la verdad a esa gente que lo único que tiene seguro es que cuando menos lo piense despertará secuestrada por los gatilleros.
alexsicairos@hotmail.com