Cuando José Ángel nos pidió que tomáramos fotos para su Facebook

José Abraham Sanz
13 junio 2021

No estoy seguro de que José Ángel tenga una cuenta en Facebook, pero lo pide con mucha seguridad: una foto para el feis, foto para el feis.

Cruza los brazos, luego los levanta, hace señal de amor y paz y no dura un segundo en una misma pose. La sonrisa nunca se le quita. Luego lo ataca la pena y los chillidos de risa burlesca de tres pequeñas de su edad le terminan por derrumbar su intención.

José Ángel tiene ojos rasgados, está cachetón, tiene piel morena y el pelo lacio y corto. Es chaparro para sus nueve años. Viste un pantalón que era negro y alguien lo cortó con tijeras y le hizo bastilla a mano. Le aprietan las piernas por encima de las rodillas regordetas. Calza un par de huaraches de hule que están llenos de lodo y viste un camiseta tipo polo que era negra, como esas que se pusieron de moda cuando la Policía Federal capturó y presentó al capo conocido como La Barbie.

¿Tú estabas aquí cuando se inundó?

Sí.

¿Y qué hiciste?

Nadé.

Se saca la parte del cuello de su camisa que se había puesto en la boca, el típico gesto de pena.

Luego tuerce el cuerpo y mal hace pantomima, como si nadara, extiende los brazos y avanza un par de pasos.

Han pasado 10 días desde que conocí a José Ángel, cuando lo vi entre una caravana de gente vestida elegante; gente que llegó y enlodó sus zapatos italianos bien boleados, oliendo a perfume y con apariencia fresca, que bajó de una Suburban con aire acondicionado, con chofer y con guaruras.

La misma gente que llegó y se metió en la tienda de Manuel, atravesó la casa y salió por el patio y luego se hundió un poco en el mar de barrial que quedó un día después de la inundación provocada por el desborde del drencito que atraviesa el Ejido La Flor, un pueblo de la sindicatura de Eldorado en Culiacán.

Este pueblo está partido en dos y dos veces: por una carretera y por la discriminación.

Del lado norte hay unas 250 casas, está la iglesia, la escuela, abarrotes, el comisario del pueblo y la parte del dren, que se limpia casi cada año y que desborda en las tierras de cultivo al fondo.

Del lado sur está la casa de José Ángel, sus papás, sus primos, sus hermanos, sus amigos. La tienda de Manuel, la casa de Marisela y Guadalupe -que es la primera que se inunda- y la otra mitad del dren lleno de ramas, basura, montones de pañales usados, azolve de al menos ocho años y una familia de iguanas verdes.

También hay un terreno en donde hacen composta, montañas de mierda de vaca y una laguna infecciosa que embadurna con su aroma cada hora de la comida y de sueño de los moradores de esas 15 casas.

El lado de José Ángel es la de los paisas, dicen ellos mismos, porque Marisela es de Veracruz, Guadalupe de Michoacán, Gilberto de Guanajuato.

Cuando conocí a José Ángel fue el día que llegó el Alcalde Sergio Torres a su casa y vio cómo éste saludaba de mano y preguntaba cómo les fue. Caminaba entre el barrial buscando equilibrio para no resbalarse y caer.

Vio también cómo personal del Ayuntamiento, del DIF y de medios de comunicación accionaban cámaras, hasta el asistente del Alcalde, quien tomó una foto de su jefe cruzando el barrial y el Alcalde gritó como muchas veces lo hace en evento públicos: Foto pa’l feis.

“Póngale ahí que ocupamos cal, porque ya huele feo”, dice casi como una orden Alberto, padre de dos pequeños.

“Y si entregaron cal, a lo mejor el comisario nomás la entregó allá”.

“Pero, ¿por qué nada más allá?”, le pregunté.

“Quién sabe, muchos nos dicen que este lado se haga independiente, de otro ejido. Ha pasado tanto comisario y nada. Todo lo que tiene uno, es de trabajo. Cuando es Día del Ejido, vienen y 100 bolas pide. Antes sí daba uno, pero ya no”, reniega.

“Y nomás aquél lado calearon”, dice Alberto.

“Nomás aquél lado”, hace eco José Luis, un padre de una niña de cuatro años.

“Nada más limpiaron el dren de aquella parte. Y va uno y le dicen ahí que ellos pagan”, dice Alberto.

“Pa’ acá, nada de ayuda, pa’ acá, cero. Ni beca, ni casas, nada. Llegan las Oportunidades y dicen: ‘no... con aquellos paisas no’. Los arriendan”.

Alberto es la voz y los demás asientan, arengan, hacen eco.

A José Ángel le vuelvo a preguntar: ¿Te tomaron la foto para el feis?

Asiente con la cabeza y sale un sonido de su boca llena de sus propios dedos ensalivados.

¿Sí?

Aya pinchi. Grita José Luis, su tío.

Foto para El Debate, dice José Ángel.

Nadé, corrige la respuesta a la primera pregunta.

¿Pa dónde?

Apunta con el brazo para la casa de Marisela, la que está al borde del dren.

¿Te dio miedo?

Ya no responde. Parece que hay algo que recuerda.

Cuando llegué descarté que José Ángel tuviera una cuenta de Facebook, después ya no estuve tan seguro, no quise pensar igual que los que viven cruzando la carretera.