David Ibarra y las telarañas económicas

Juan de Dios Trujillo
06 diciembre 2019

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Uno de los economistas vivos más experimentados y lúcidos, David Ibarra Muñoz, en entrevista concedida a La Jornada (19/nov/2019) invita a quitarse las telarañas de la cabeza y hacer a un lado esquemas rígidos de política que se han construido desde que la inflación pasó a ser el gran problema de las economías nacionales. Por cierto, globalmente, en la actualidad el problema no es la elevada inflación sino más bien la falta de inflación, con desaceleración del crecimiento. Este escenario ha llevado a tasas de interés negativas en algunos países y a la pérdida de efectividad de los instrumentos de política monetaria convencionales.

Además, entre otras cosas, observa que los escenarios han cambiado, que las energías renovables tienden a volverse predominantes y que el líder del libre comercio, Estados Unidos, ha adoptado un enfoque nacionalista y proteccionista, al cual están reaccionando los gobiernos de otros países. El posible debilitamiento de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) ilustra bien este punto, según se desprende de su última reunión (El País, 5/dic/2019).

Entre otras medidas, propone para el país la modificación de la Ley del Banco de México, para que esa institución emprenda políticas explícitas de apoyo al crecimiento económico, y la reconstitución de la banca de desarrollo para que se financie a productores y emprendedores mexicanos. David Ibarra afirma que México perdió crecimiento porque abandonó políticas económicas en aras de la libertad de comercio y la supresión de fronteras. Por consiguiente, argumenta a favor de revisar la política comercial y todos los tratados comerciales suscritos por México. Anticipa que habría intereses que serían afectados, pero que debe hacerse.

Señala que actualmente toda la política económica está vinculada a la estabilidad de precios, pero que hay que tomar riesgos. Hay que moverse en la idea de inflación programada, para aceptar incluso una inflación más elevada, ante un entorno macro de bajo crecimiento. Como comentario al margen, la política monetaria en México es restrictiva en todo momento, carece de sentido anticíclico. Es como si el automóvil (la economía) marchara siempre frenado o a un cambio de baja velocidad. Se reduce el riesgo, se daña la máquina y se desaprovechan el tiempo y las oportunidades.

Para él la reforma fiscal es una necesidad. Implicaría cobrar un poquito más a los que más tienen y un poco menos a los que menos tienen; modificar el esquema de financiamiento de estados y municipios, así como el impuesto predial; imponer contribuciones sobre transacciones financieras; impuestos sobre la riqueza. Advierte que alrededor del 60-70 por ciento de los casos que llegan a la Suprema Corte se refieren a cuestiones fiscales. El tema es muy importante y también conflictivo, no es fácil de sacar adelante.

Observa que el gobierno actual está estimulando la demanda de bienes domésticos a través de sus programas de transferencia de ingresos (adultos mayores, jóvenes, niños, etc.), pero no es suficiente, se necesita elevar la inversión. Esos programas aumentan la capacidad de consumo de los estratos de menor ingreso, pero no sacan a la economía del estancamiento. Si bien hay que admitir que el mundo económico va más allá del mero crecimiento y que tiene otras dimensiones, como lo social.

Entre economistas, sobre todo de la izquierda, se ha generalizado la idea de que se requiere de una reforma fiscal (véase Orlando Delgado Selley, la Jornada, 28/nov/2019). Sin embargo, la experiencia con la reforma fiscal hecha al principio de la administración de Enrique Peña Nieto muestra que sus efectos positivos pueden agotarse rápidamente. La mayor disponibilidad de dinero puede llevar a mayor gasto corriente y no a mayor inversión pública, que sería lo deseable, además de multiplicar los espacios para la corrupción. Después, es muy difícil deshacerse del aumento del gasto corriente, porque se afectan intereses en la burocracia y también en el sector privado que se beneficia de la relación con el sector público.

La reforma fiscal no es varita mágica, para el crecimiento económico y el aumento de la oferta de bienes públicos y de la capacidad de atención a los diferentes sectores de la economía, incluida la agricultura. Las afirmaciones de David Ibarra nos remiten a la idea de complejidad y de tratamiento múltiple. Son necesarios cambios en las políticas públicas, así como en las instituciones. Además, a corto plazo un aumento de impuestos no alienta el crecimiento, lo reduce.

México tiene una muy baja captación de impuestos respecto al PIB, en comparación a los países de la OECD, pero este problema no se relaciona solamente con el nivel de las tasas impositivas o ausencia de impuestos, hay que tenerlo presente. El gobierno actual ha elegido la ruta de posponer cualquier reforma fiscal profunda hasta la segunda mitad de su mandato, adoptando a corto plazo un enfoque de austeridad severo que ha disminuido el crecimiento económico. Antes de pensar en aumento de impuestos, busca demostrar que el gobierno puede hacer un uso honesto del dinero de los contribuyentes, no dispendioso. Pero es parte de un escenario previo para una reforma fiscal.