De protestas, populismos y odios

Jesús Rojas Rivera
05 junio 2020

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La muerte del afroamericano George Floyd puede entenderse como el detonante de las protestas en el vecino país del norte, pero el origen de la inconformidad social tiene raíces más profundas; en décadas de segregación racial, desigualdad social y violación a los derechos de las minorías. Estados Unidos se autodenomina la “gran democracia en el mundo”, mientras las protestas se extienden por más de 50 ciudades incluyendo Washington, podemos analizar en este ejemplo, que la democracia va más allá de tener urnas para depositar votos.

Para que una revolución o un gran movimiento social prenda debe tener un marco propicio, y en este caso, comienza en los duros meses de confinamiento por el coronavirus, la crisis económica que golpea duro a las familias estadounidenses y las más de 100 mil víctimas mortales que dejó la enfermedad. Floyd era la representación del ciudadano americano que perdió el empleo y estaba luchando para sobrevivir en las calles de Filadelfia. Por eso de inmediato se volvió icono.

Es innegable la participación de grupos radicales en las protestas, en la calle se enfrentan simpatizantes de la extrema izquierda y anarquistas antisistema contra seguidores de la ultraderecha armada y grupos de perversa ideología supremacista como neonazis y el Ku klux klan. Sumado a todo esto, está un discurso gubernamental de odio y división, bandera de un Presidente que busca la permanencia en el poder manteniendo con ello los votos fieles de su partido, ubicados en la derecha y la ultraderecha. Para Donald Trump no hay más “América” que la que representa los valores del republicanismo. Y en términos electorales las cosas le están saliendo bien, se perfila a la reelección porque tiene probada la medida, una oposición dividida y una base electoral alimentada con duros discursos de “violencia necesaria para mantener la paz”.

La politóloga mexicana Jacqueline Peschard afirma que “toda cultura política es una composición de valores y percepciones que, como tal, no abarcan orientaciones de un solo tipo”. Es decir, que en una misma cultura política, incluyendo la democrática, pueden convergir comportamientos autoritarios y democráticos, conservadores o liberales, ideas modernas o arcaicas. Pero lo importante, en los procesos de formación de la “cultura democrática”, está en la adopción de los valores de la democracia y el desplazamiento paulatino pero constante, de los antivalores a la misma. Y aquí viene una gran falla de las democracias incluso de las más consolidadas. Me refiero a la formación de ciudadanía democratizada y participativa, que implica la adopción generalizada de esos valores democráticos, que pasan por el entendimiento y la conciencia del funcionamiento de las instituciones.

El politólogo francés Pierre Rosanvallon afirma que estamos en la era de la democracia exigente y la era de los populismos. Exigente porque los ciudadanos conocen sus derechos y exigen cambios radicales en cortos periodos de tiempo, sin involucrarse mucho en la solución, dejando todo a las estructuras del poder, a los partidos o a las “nuevas promesas” de la política. Surgen así los populismos, enarbolando causas agradables a los oídos de las masas enojadas por el estado de las cosas, asumiéndose salvadores, enjuiciando opositores y llamándolos enemigos. Líderes que tienen la respuesta y solución a todo mal social al menos en discurso. Que buscan cautivar a una parte de la población poniendo en contra a la otra. Porque según el pensador francés, el populismo no podría existir sin una sociedad profundamente dividida, por eso el discurso populista se centra en eso, dividir para vencer.

El problema para las democracias viene después, cuando la sociedad se da cuenta que los discursos son insuficientes para cambiar una compleja realidad y las cosas no van bien. Aquí es donde están los verdaderos riesgos, porque para ese punto la sociedad está tan confrontada que pueden tomar las calles para enfrentarse contra el gobierno, contra la policía, contra los empresarios o contra los que piensan distinto. El populismo es un gran enemigo de las democracias, desafortunadamente de populistas y líderes mesiánicos se está llenando el mundo. Cosas de la vida, mientras se escribía esta columna la capital jalisciense vive una violenta protesta por el asesinato de Geovanny, un joven albañil desaparecido y asesinado por la policía de Ixtlahuacán municipio contiguo a la zona metropolitana de Guadalajara. Luego le seguimos.