Desarmar las palabras

Rodolfo Díaz Fonseca
19 septiembre 2018

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La palabra es creadora. Según el relato del Génesis, Dios creó todas las cosas utilizando su palabra: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo... Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz” (Gn 1,2-3). Por medio de la palabra se restaura el orden, se difumina la confusión y se elimina la oscuridad.
 
La palabra es un instrumento poderoso: crea, aclara, ordena e ilumina. Sin embargo, también puede utilizarse para confundir, separar, odiar y destruir. Hay palabras que no alimentan la comunión sino que incitan a la dispersión y división, como sucedió en el episodio de la Torre de Babel (Gn 11,1-9).
 
Las palabras son vehículos que pueden comunicar amor, aprecio y esperanza; o rencor, desprecio y desesperación. Las palabras transmiten salud o enfermedad, gozo o sufrimiento, tristeza o alegría. Las palabras pueden tejer redes de paz o detonar riñas y guerras. Una palabra amable puede iluminar el día de una persona, al igual que una palabra grosera puede arruinar y ensombrecer su jornada. “Hay personas que, si se mordieran la lengua, se envenenarían”, escribió el filósofo español nacionalizado venezolano, Antonio Pérez Esclarín.
 
Añadió que en las redes sociales es común encontrar expresiones insultantes y ofensivas, al grado que semejan una cloaca donde las personas vierten toda su inmundicia: “Sustituir argumentos por ofensas, gritos, amenazas o golpes no sólo demuestra una gran pobreza intelectual sino una pequeñez de espíritu y una verdadera falta de dignidad y de humanismo. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar su agresividad y no se deja arrastrar por la conducta de los que ofenden”.
 
¿Desarmo las palabras?
 
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