El camino de Santiago

Rodolfo Díaz Fonseca
18 marzo 2021

¡Qué difícil es bosquejar en breves líneas el legado de un gran ser humano! ¿Cómo exponer con claridad la epopeya de una larga y fructífera vida? Las palabras se convierten en torpes vehículos que no pueden conducirse con facilidad a su destino. ¿Con qué términos humanos vestir el historial de quien se revistió con la sabiduría y ornamentos divinos?

El padre Santiago Alvarado Soto nació en Puruándiro, Michoacán, pero muy joven ingresó al seminario de Sinaloa (en 1944, todavía no se dividían las diócesis de Culiacán y Mazatlán, lo cual aconteció el 22 de noviembre de 1958). Fue ordenado el 25 de julio de 1954 por el obispo Lino Aguirre y García.

Humildad, dulzura, bondad, sencillez, ternura, servicio, diligencia, mansedumbre y permanente alegría fueron sus características virtudes. De palabra amable, sonrisa de niño y mirada comprensiva. No ocupó la silla de la cátedra de profesor, pero se especializó en la silla de la expiación y remisión para conceder el indulgente perdón de las faltas.

El camino de su vida se puede ejemplificar con algunos fragmentos del poema de Federico García Lorca, titulado Santiago: “Esta noche ha pasado Santiago su camino de luz en el cielo. ¿Dónde va el peregrino celeste por el claro infinito sendero? Va a la aurora que brilla en el fondo en caballo blanco como el hielo... Por allí marcha con su cortejo, la cabeza llena de plumajes y de perlas muy finas el cuerpo, con la luna rendida a sus plantas, con el sol escondido en el pecho.

“Era dulce el Apóstol divino, más aún que la luna de enero. A su paso dejó por la senda un olor de azucena y de incienso. Al pasar me miró sonriente y una estrella dejóme aquí dentro”.

¿Sigo el camino de Santiago?