El derecho de las mujeres a disfrutar el espacio público en Sinaloa

Iliana Padilla Reyes
16 marzo 2018

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Las mexicanas nos sentimos inseguras, y aunque los hogares son los principales sitios donde somos victimizadas, es en el espacio público, en "la calle", donde percibimos mayores riesgos. Según datos de la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) el 80 por ciento de las mujeres percibe los espacios de las ciudades como inseguros; los parques, plazas, avenidas, andadores, parajes, baldíos y paradas del transporte público.
 
La violencia comunitaria contra nosotras se ha incrementado en México, y son las más jóvenes quienes la sufren en mayor medida: el 47.8 por ciento de las víctimas son chicas de entre 18 y 19 años. En Sinaloa, sin embargo, el rango de edad que sufre mayor victimización de este tipo de violencia está entre los 20 y 24 años, que son el 48 por ciento, casi la mitad de las víctimas, y en el caso de la violencia sexual comunitaria representan el 44.4 por ciento.
 
Este tipo de violencia, que es la que se da en la esfera pública, ocasiona daños físicos y emocionales, y también afecta la percepción de seguridad que se tiene sobre el espacio. Algunas formas de esta violencia, como el acoso callejero, y sus costos han sido subestimados por los tomadores de decisiones en Sinaloa y por la sociedad en general. Estas agresiones contra las mujeres dan cuenta de nuestro deterioro como sociedad y de la falta de marcos culturales de respeto hacia el otro.
 
En una investigación publicada en el 2017 por activistas y académicas de Yale, George Mason University, y el Massachusetts Institute of Technology se encuestó a mujeres en la Ciudad de México sobre sus experiencias con el acoso callejero. El estudio muestra cómo se incrementa la apreciación negativa sobre la cohesión social de la comunidad entre quienes sufren agresiones; la confianza que tienen en los demás se ve reducida. Por otro lado, los indicadores sobre percepción de la inseguridad en la ciudad crecen como resultado de que una parte de la población se sienta atemorizada en la calle.
 
Cuando escribo que los efectos de este tipo de violencia han sido subestimados por las autoridades lo hago con el propósito de hacer un llamado a la acción; necesitamos medidas para mejorar la seguridad de las mujeres en el espacio público, pero desde la participación ciudadana. Las acciones que comienzan a desarrollarse en Sinaloa parecen más simulación cuando se cierra la puerta a los grupos de ciudadanos.
 
Como ejemplo de la poca disposición para trabajar en corresponsabilidad, quiero mencionar el desaire de esta semana. El martes pasado el movimiento Feministas Alteradas Sinaloenses organizó un importante evento alusivo a la estrategia de la ONU llamado "Ciudades seguras para las mujeres desde la participación ciudadana"; en el que se dieron cita académicos, activistas, diputadas, funcionarios y estudiantes para reflexionar sobre el tema. No obstante, llamó la atención la ausencia de la titular del Instituto Sinaloense de las Mujeres que días antes había declarado que trabajaba en la estrategia, de responsables de las instituciones de seguridad pública y de las legisladoras priistas que propusieron que el acoso callejero sea incluido en la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, a pesar de que se les invitó.
Desde esquemas de gobernanza, un real interés en implementar políticas públicas busca el diálogo y parte del trabajo con la ciudadanía; pero al parecer, este Gobierno tiene cierta alergia al activismo.
 
¿Qué hacer?
 
En este panel ciudadano alguien en el público me envió una pregunta que por la falta de tiempo no pude contestar; el pequeño papel amarillo decía: ¿Qué pueden hacer los hombres para que las ciudades sean más seguras para las mujeres? Me gustaría contestarle por este medio, y mencionar brevemente algunas ideas generales sobre lo que podemos hacer todos.
 
Primero, exigir a las instancias correspondientes el diseño y la implementación de medidas para prevenir las diferentes formas de violencia contra las mujeres en espacios públicos, pero desde esquemas de gobernanza, que implique vigilancia comunitaria, mejorar la cohesión social, la intervención física en algunos lugares, y por supuesto sanciones.
 
En segundo lugar, considerar lo que podemos hacer desde la acción colectiva: organizarnos con otros para reflexionar y actuar.
 
Tercero, tomar conciencia de las medidas personales que llevamos a cabo para que las mujeres a nuestro alrededor, conocidas y desconocidas, puedan transitar y habitar la ciudad sin sentirse amenazadas. Todos tenemos derecho a disfrutar del espacio público; respetemos el derecho de las mujeres.
 
Cierro esta columna con una felicitación a Edith Robles por la organización del evento, y a Karina Villa por su exitoso documental sobre el acoso callejero en Sinaloa.
 
 
 
La autora es doctora en Estudios Regionales con Énfasis en América del Norte. Profesora e investigadora en la Facultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Sinaloa.