El diálogo y la gobernabilidad

Pablo Ayala Enríquez
13 junio 2021

El Presidente fue bastante claro: “Si se quisiera tener mayoría calificada, que son dos terceras partes, se podría lograr un acuerdo con una parte de los legisladores del PRI o de cualquier otro partido...”.

Pocos se atreverían a pensar que el mensaje debía detonar las alarmas, mucho menos el asombro. Donde hubo fuego, cenizas quedan. Morena, a menos que algún día demuestre lo contrario, es la versión 2.0 del PRI de los setenta.

Lo cierto es que el PRI, hasta hace una semana repudiado por AMLO, ahora puede dejarse cortejar porque tiene más elementos con los cuales negociar, de ahí que Alejandro Moreno, tras el primer coqueteo en la mañanera, salió presto a declarar que la alianza entre el PRI, PAN y PRD se mantendrá hasta el 2024, y en el inter escuchará las propuestas de Morena, “si así conviene a los intereses del país”.

Dicho así, tiene sentido, pero no debemos olvidar cómo se las gasta el PRI cuando de hacerse del poder se trata. Los escrúpulos morales no son lo suyo. Algo similar sucederá con el Verde, pero con una desfachatez elevada al cubo. Recordemos que no terminaba el conteo del PREP, cuando Manuel Velasco declaró que tras los resultados, tenía que “valorar la alianza con Morena”. Al igual que en el caso anterior, aquí no hay nada de que sorprendernos, porque el Verde se ofrece sin rubor al mejor postor.

Vicios más, vicios menos, lo cierto es que de aquí a que concluya el sexenio, el Presidente y las distintas bancadas deberán dialogar para alcanzar sus objetivos, tarea que supone una enorme complejidad. Me explico.

Imagine que el Presidente quiere hacer algunas reformas constitucionales con el propósito de reconvertir el actual sistema de salud. El plan es volverlo similar, o mejor, que el nórdico. La tarea será tan ardua como recomponer la CFE o a Pemex, con la variante de que serán las empresas quienes paguen dicha reconversión (algo similar a lo que Trump prometía con relación al muro). Se iniciaría con un aumento considerable de las cuotas patronales, se continuaría con una mega auditoría para identificar a quien evada el pago o pague de menos por cada trabajador inscrito y, entre otras cosas más, se desplegaría una rabiosa cruzada para multar a quien incumpla sus obligaciones ante el nuevo IMSS.

Como era predecible, el PAN rechazó la idea, la mitad del PRI logró digerirla (no necesariamente abrazarla, pero pudo vivir con ella) y los del Verde, como lo que son, chacales, se mantuvieron alerta a la espera de los despojos. El PRD, por su parte, nunca se enteró de la solicitud. ¿Cómo dialogar bajo estas circunstancias? ¿Es posible alcanzar un acuerdo que tanto los partidos como la ciudadanía consideren justo?

Antes de enlistar los momentos del proceso que implica tener un diálogo en mayúsculas, conviene señalar que este, como dice Adela Cortina en Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía, “es un valor bien asentado en la tradición occidental, y no solo desde Sócrates, sino desde los orígenes bíblicos”, de ahí que, hablar no sea “un simple decir. Es una acción que compromete a quien la realiza y a quien la acepta”.

Así pues, continúa nuestra (tantas veces citada) autora, “aunque suele decirse que en la filosofía griega, el sentido de la vista prima sobre los demás sentidos, porque es a la contemplación de la verdad a lo que la razón tiende, no es menos cierto que, al menos desde Sócrates, el hablar y escuchar -el diálogo- constituyen el camino para descubrir qué es lo verdadero, como también qué es lo justo”.

Y para que el diálogo se aborde y desarrolle con profundidad, habrá que ceñirse a una serie de condiciones que permitan mantener a raya la violencia proveniente de la voz del más fuerte, la imposición de ideas o la verborrea estéril. Dichas condiciones, herederas de la ética discursiva promovidas por Cortina, se sintetizan en lo siguiente:

1. En el diálogo deben participar los afectados por la decisión final; dado que resulta extremadamente complejo que todos participen, al menos, los afectados deberán estar representados.

2. Todos los participantes tienen algo que decir y escuchar, por tanto, se reconocen entre sí como interlocutores válidos.

3. Quienes dialogan, de antemano, saben que no son poseedores de toda la verdad. Por el contrario, entran a dialogar convencidos de que aquélla saldrá a luz, solo si se hace de manera cooperativa, si cada quien se esfuerza honestamente por alcanzarla.

4. Quien dialoga en serio, “está dispuesto a escuchar para mantener su posición si no le convencen los argumentos del interlocutor, o para modificarla si tales argumentos le convencen”; incluso, está dispuesto a dejarse derrotar, tras reconocer que sus argumentos no tienen la fuerza suficiente para convencer a quien le escucha.

5. En consonancia con el punto anterior, quien quiere dialogar de veras, hace todo lo posible por buscar una solución justa, tratando de entenderse y alcanzar un acuerdo con su interlocutor.

6. Para ser justa, la decisión final, “no debe atender a intereses individuales o grupales, sino a intereses universalizables, es decir, a los de todos los afectados”.

7. Por último, es importante tener claro que la decisión final podría ser errónea, por lo tanto, siempre deberá estar abierta a nuevas revisiones. Cuando los interlocutores están dispuestos a determinar en serio qué es lo justo, cuando tienen dicha actitud, dice Cortina, “rectificar el error es lo más sencillo del mundo”.

Los pasos descritos, no son una ingenuidad, en todo caso, deberían entenderse como la búsqueda cooperativa de la justicia emprendida por personas que tienen perfectamente claro que, como decíamos líneas arriba, hablar no es un simple decir. Es una acción que compromete a quien la realiza y a quien la acepta.

Llévelos al ejemplo imaginario que planteábamos, y verá que un sistema de salud “a lo nórdico” debe tener capacidad de atender a quien lo necesite. Cualquier interlocutor que sea considerado como válido, le diría que eso es lo justo.

Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: Hablando de interlocutores válidos, ¿qué estrategia pondrá en marcha Samuel García para gobernar, sin sesgos y frivolidad a las y los nuevoleoneses? ¿Su triunfo le condujo a sentir la misma confianza que ahora siente y proyecta Ricardo Anaya? ¿Quién será la o el ungido por AMLO para la contienda del 2024 que pueda competir, digamos, contra Anaya, García o Alfaro?