El fin de una guerra equivocada

Juan José Rodríguez
20 junio 2021

Un día como hoy, pero de 1929, se firmaron los acuerdos para dar fin a un doloroso proceso que algunos llaman la Guerra Cristera, “el conflicto religioso” o simplemente “La Cristiada”.

Poco después de la muerte de Álvaro Obregón, al llegar a la presidencia de la república Emilio Portes Gil, comenzó una larga negociación, en la que participó como mediador el recién llegado embajador estadounidense Dwight Morrow.

Aquí es recordado también porque trajo a Charles Lindberg a México como celebridad mundial del momento y que durante su estancia aquí, se enamoró y casó con su hija. Aun subsiste en la colonia Roma un monumento que inauguró Lindberg en el Parque México.

Aquí en Sinaloa, por fortuna el conflicto no tuvo las grandes batallas y linchamientos que en otros puntos ocurrirían, aunque se tiene noticia de varios incidentes violentos en la zona de El Rosario.

En la casa de la familia del escritor Antonio Haas, todos los domingos se reunía un grupo de señoras mazatlecas a visitar una tía del escritor enferma de una pierna y a practicar costura y demás pasatiempos femeninos de la época.

Pues ahí en ese tranquilo gineceo se hacían misas clandestinas con un sacerdote que entraba a Mazatlán, vestido de carbonero o leñador y salía después a seguir sus labor por los pueblos cercanos.

Lo interesante es que este era un asunto pactado a nivel local en el plan de “obedezco, pero no cumplo”, gracias a que Sinaloa era una región ni muy religiosa pero tampoco tan intolerante como otras.

Según testimonios, a esas misas asistía la esposa del comandante militar de la plaza, como una forma de garante de que ninguna de las personas sería detenida y, al mismo tiempo, de que no se conspiraba ahí contra el supremo gobierno.

Volviendo al plano nacional, luego de años de incertidumbre, ese 21 de junio de 1929 se logró un acuerdo de amnistía general para todos los levantados en armas que quisieran rendirse. Se acordó devolver las casas curales y episcopales, y evitar mayores confrontaciones en lo sucesivo.

Parece ser que la costumbre de hacer política en desayunos es un invento mexicano. Morrow inició una serie de desayunos de trabajo con el presidente Calles, en los que los dos discutirán una serie de temas, desde la insurgencia religiosa, el petróleo y el agua en la frontera.

Esto le valió el apodo de “él diplomático de los huevos con jamón” en los periódicos estadounidenses. Morrow quería poner fin al conflicto de una vez para establecer la seguridad regional y para ayudar a encontrar una solución al problema de los intereses del petróleo de los EE. UU. Fue ayudado en sus esfuerzos de mediación por el Padre John Burke.

Ese 21 de junio su oficina redactó un pacto llamado “Arreglos” que permitieron que el culto se reanudáse en México e hizo tres concesiones a los católicos: solo los sacerdotes que fueron nombrados por sus superiores jerárquicos estarían obligados a registrarse, se permitía la instrucción religiosa en las iglesias (pero no en las escuelas), y a todos los ciudadanos, incluidos los clérigos, se les permitiría hacer peticiones de reforma de las leyes.

Qué bueno que fue posible esa factible negociación: otro famoso “Pacto de la embajada” previo lo había firmado el embajador Henry Lane Wilson con Félix Díaz y Victoriano Huerta y concluyó con la muerte de Madero en 1913... una de las tantas semillas que abonarian el conflicto religioso, porque varios obispos equivocados lanzaron condenas a dicho presidente e incluso habían aplaudido su caída. Les preocupaba un gobernante espiritista.

No olvidemos que la Iglesia Católica por su parte había dado órdenes al clero en la época de Elías Calles de obedecer al gobierno y sus leyes antireligiosa, pero el movimiento surgió por la desobediencia de unos pocos sacerdotes rebeldes de Jalisco y una gran parte de la sociedad mexicana que no estaba de acuerdo con esos extremos y amaba su fe al grado de tomar las armas y morir con ellas en la mano.

Que no se repita la intolerancia en ambas partes.