El fuego del amor

Rodolfo Díaz Fonseca
20 septiembre 2018

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Según la mitología griega, el ser humano conoció el fuego gracias a que Prometeo lo robó del Olimpo, acto por el cual fue condenado por Zeus encadenándolo a una montaña, donde un águila le devoraba el hígado.
 
Dejando de lado las leyendas, es preciso reconocer que el descubrimiento del fuego permitió al hombre calentarse, cocinar, protegerse, fabricar utensilios y armas. Sin fuego no podría haber avanzado la civilización ni surgido la industria. Se puede decir que constituyó un gran salto en la evolución, desarrollo e historia de la humanidad.
 
Sin embargo, hay otro fuego superior al que nos estamos refiriendo. Es un resplandor interno, una fuerza transformadora, un calor que todo lo renueva: el fuego del amor. Gracias a este fuego es posible la más profunda y resistente unión, la más perfecta convivencia y comunión. “Por muy amenazadora que sea una crisis, el fuego del amor la supera”, dijo Mahatma Gandhi.
 
En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano escribió: “Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
 
“Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
 
¿Alimento el fuego del amor?
 
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