El informe de AMLO: bombo y platillo. A medio sexenio, expectativas truncas

Alejandro Sicairos
02 septiembre 2021

En todo caso, para el bien de los mexicanos, ojalá que fuesen ciertos los avances enunciados ayer por el Presidente Andrés Manuel López Obrador en su Tercer Informe, que sí presenta claridades después de la negra noche de gobiernos priistas y panistas, pero en contraste el balance incurre en el autoelogio y se regodea con el aplauso de los de casa y no admite la crítica ciudadana. Y que sucediera que el “tomen para que aprendan” se destinara a la delincuencia y corrupción organizadas que, como el tren de la “Suave Patria” van por la vía como aguinaldo de juguetería.

La rendición de cuentas de ayer mostró la execrable presencia de la teatralidad política que disfraza al villano de buena gente, y viste de abominable al pacífico que blande las ideas y el consenso como formas de ir al encuentro del País que soñamos, aquel que deje de ser pesadilla transexenal. Sí, un Banco del Bienestar, pero antes generar los medios para que la riqueza social provenga del esfuerzo legítimo y no de la dádiva. Una Guardia Nacional que libre y gane la guerra contra el hampa en lugar de devorar presupuestos sin ofrendar a cambio la tranquilidad añorada.

Claro que se necesita de la colaboración entre los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo y ya no más de un solo hombre que sea el mando único de los tres pilares de la gobernabilidad. Ocupamos a quien firme ante las Naciones Unidas el compromiso de garantizar el abasto de medicamentos a la población, sin la doblez de abandonar a su suerte a los niños con cáncer o enfermos de la Covid-19 predestinados a la muerte cuando sus familias carecen de dinero para adquirir los onerosos fármacos que la salud pública debe proporcionar.

Al López Obrador que haga realidad el no mentir, no robar y no traicionar es el que necesita México. Queremos al que en realidad no censure, no desampare ni odie a nadie. Al que dentro de tres años le podamos decir “misión cumplida” como recuento de las satisfacciones populares, lejos de la tentación por el elogio en boca propia que se convierte en vituperio. El que les regrese la fe a los deudos de homicidios, feminicidios; a las familias desplazadas por la violencia y madres que buscan con medios a sus hijos desaparecidos.

Por lo tanto, es inadmisible la alegoría del México maravilloso cuando el baño de sangre continúa en el suelo nacional, la pandemia de coronavirus decayó en un juego de semáforos, la corrupción asoma sus tentáculos inclusive dentro de la llamada Cuarta Transformación, y la libertad de expresión es canonjía para aquellos que expelen zalamerías y prohibición para quienes señalan los errores. Ese País no es el que prometió López Obrador cuando pidió el voto para llegar al cargo.

El problema es que a México ya se le agotaba el tiempo para las transformaciones profundas antes de que AMLO llegara a la Presidencia y sin embargo ahora se le nota más a contrarreloj porque las reformas son a capricho de un solo hombre y no del conjunto ciudadano que mediante la participación sea brújula y punto cardinal de los cambios. En la simulación todo evoluciona hacia un puerto sensacional; en los hechos se ve venir el gran choque entre una clase que el Mandatario federal privilegia y otra que detesta.

En el corte de caja de medio sexenio López Obrador actúa como el abarrotero que ha obtenido en un día ganancias equiparables a las del mejor año y procede a dilapidar creyendo que la jauja le será inacabable. En tal espejismo por la aceptación social que posee, el político tabasqueño convierte las libertades, la paz, el Estado de derecho y los sentimientos de la Nación en baratijas del tianguis de la vanidad. Ninguna otra cosa tiene razón de ser, aparte de la presunción del éxito que solamente en Palacio Nacional se hace visible.

Sus programas sociales emblemáticos, sus obras predilectas y sus seguidores fanatizados lo son todo, pésele a quien le pese. Allí empieza y termina, según él, la Patria. Nadie se atreva a cuestionarle el Sembrando Vida, el Tren Maya, Gas del Bienestar, el infinito rescate de Pemex o la cacería contra los fantasmas políticos que lo atosigan porque ello convierte a los críticos en traidores. Así, cada día cuelga una cabeza en la plaza sin mayor trámite que el dicho presidencial, mientras la turba lo aclama.

No obstante, la otra mitad del período de seis años que le resta a López Obrador mantiene viva la esperanza. Trunca pero latente. Y tal expectativa no radica en que reparta más dinero a las masas empobrecidas que lo que en verdad necesitan son oportunidades sostenidas de bienestar. La prioridad que no fue en la primera mitad y que puede ser en el trienio siguiente consiste en que combata los males nacionales y resarza el tejido social respetando a todos, garantizándoles no una mesada sino condiciones y oportunidades lícitas de desarrollo a los mexicanos en conjunto.

El Presidente es muy querido por los segmentos desprotegidos y debe aspirar a que igual afecto, reconocimiento y respeto se lo ofrezcan todos los mexicanos. La única posibilidad del aprecio público indistinto está en que ataque con frontalidad la corrupción de los suyos y de los ajenos, que frene la impunidad en la cual la delincuencia toma vuelo para proseguir con la carnicería humana y que persiga a los criminales sin enfocar el peso de la ley nomás contra los adversarios de él y de su partido. Que sea el AMLO que prometió ser.

Que no pregunte al espejo,

Quién es mejor Presidente,

Porque puede que el reflejo,

También mentiras le cuente.

El fantasma de la renuncia de Julio Scherer lbarra, su hombre clave, el de todas las confianzas, acompañó a López Obrador en la ceremonia del Tercer Informe, cuando todavía no cuajan las justificaciones que la Presidencia ofrece sobre la renuncia de Olga Sánchez Cordero a la Secretaría de Gobernación. El círculo rojo presidencial adquiere el color amarillo, tonalidad propia de las hojas secas que caen cuando el árbol viejo empieza a ser invadido por las termitas de la dedocracia.