El inquisitivo asombro

Rodolfo Díaz Fonseca
15 marzo 2021

Aristóteles señaló que en el principio del pensamiento y la filosofía se encontraba el asombro, porque solamente quien es capaz de admirarse, maravillarse y asombrarse busca salir de la ignorancia en que se encuentra. Es decir, la curiosidad es el acicate, palanca y trampolín que impulsa a preguntar, indagar, inquirir y cuestionar.

Por eso, el prototipo de pensador o filósofo viene siendo el niño, pues nunca se declara satisfecho con una sola respuesta e hilvana un sinfín de cuestionamientos de tal manera que desarma, desconcierta, fastidia y aniquila a la persona adulta que interacciona con él, pues se declara incapaz para detener esa andanada de preguntas.

Heidegger afirmó: “Con la pregunta sobre qué significa todo esto y cómo puede acontecer, y sólo con esta pregunta, empieza el asombro. ¿Cómo somos capaces de llegar aquí? ¿Tal vez prestándonos a un asombro que, con mirada inquisitiva, mira buscando aquello que nosotros llamamos despejamiento y salida de lo oculto? El asombro pensante habla en el preguntar”.

Albert Einstein, con su científica parsimonia, habló de la catapulta del misterio: “La más bella y profunda emoción que podemos probar es el sentido del misterio. En él se encuentra la semilla de todo arte y de toda ciencia verdadera. El hombre para el cual no resulta familiar el sentimiento del misterio, que ha perdido la facultad de maravillarse y humillarse ante la creación, es como un hombre muerto, o al menos ciego”.

Y añadió con incontenible emoción: “Nadie puede sustraerse a un sentimiento de reverente conmoción contemplando los misterios de la eternidad y de la estupenda estructura de la realidad. Es suficiente que el hombre intente comprender solo un poco de estos misterios día a día sin desistir jamás, sin perder nunca esta sagrada curiosidad”.

¿Me maravillo, asombro, inquiero y cuestiono?