El oficio de escribir

Rodolfo Díaz Fonseca
20 junio 2017

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@rodolfodiazf

 

En El oficio de escribir y el estilo, Arthur Schopenhauer hace una severa crítica a los autores que destrozan el lenguaje por recurrir a imprecisas y novedosas argucias, en lugar de utilizar las armas de la elegancia y precisión.

 

La etimología de la palabra escribir recuerda cómo se rayaba originalmente para grabar en barro, piedra o madera. Los primeros escritores hacían trazos sobre un material duro para grabar sus caracteres. De hecho, hay escritores que prefieren escribir sus garabatos con lápiz o pluma, antes que teclear en la máquina u ordenador. “Trazar es para mí del mismo orden que pintar para un pintor: escribir sale de mis músculos, disfruto de una especie de trabajo manual; acumulo dos “artes”: el del texto y el del grafismo”, señaló Roland Barthes.

 

Sin embargo, no sólo de los músculos nace el oficio de escribir, ni es privilegio o coto cerrado de personas con determinado don o inspiración. Escribir es revelar el interior, iluminar el recinto más profundo de la persona, expresar la esencia que constituye la intimidad y mismidad.

 

Para mí, ser escritor significa descubrir, mediante un paciente trabajo de años, la otra persona que vive oculta en uno y el mundo interior que la hace ser lo que es; cuando hablo de escritura, lo primero que me viene a la mente no es una novela, un poema o una tradición literaria, sino una persona que, encerrada en estudio, replegada en sí misma y protegida de sí misma, rodeada de sus sombras, se sienta ante una mesa, sola con las palabras, y construye con ellas un mundo nuevo”, dijo Orhan Pamuk, en el discurso que pronunció durante la ceremonia de recepción del Premio Nobel de Literatura 2006.

 

 

¿Doy a conocer mi persona? ¿Descubro mi interioridad? ¿Revelo mi intimidad?