El paseante de cadáveres
18 diciembre 2016
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A quienes aún buscan a sus muertos
Sin sospecharlo, ni pretenderlo, mi tío Cristóbal, poco a poco, fue sembrando en mí una profunda admiración hacia las tradiciones chinas. Recuerdo con toda claridad muchos detalles de su vida pasada, y muy particularmente las tantas aventuras laborales que tuvo que llevar a cabo para escapar de la pobreza urbana que azotaba el Cantón en el que vivió hace más de 40 años.
Siguiendo el ejemplo de su madre, desde muy pequeño aprendió a ganarse la vida saliendo de casa antes que el sol se atreviera a hacerlo. Ciertamente su valentía era compartida por muchos, pero la diferencia entre él y el resto de sus familiares, amigos y vecinos, fue que logró resistir el tironeo que se daba entre las demandas de los muchos trabajos en mercados y los estudios comerciales. En su horizonte esta vía era la única salida para no morir de hambre o condenarse a malvivir con el sueldo de cargador en un cuartucho compartido por otros diez familiares.
Muchos de las vivencias que me ha contado mi tío Cristóbal son retomadas por Liao Yiwu en su libro “El paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda”, un texto que, además de provocador, resulta estar mucho más próximo a nuestro tiempo y contexto de lo que yo podría haber imaginado. Me explico.
A través de casi 30 historias, Yiwu retrata una asombrosa diversidad de actividades laborales, las cuales van desde los dolientes profesionales (músicos que tocan y lloran en los funerales), los saqueadores de tumbas, los maestros de feng shui, los directores de la junta vecinal, adivinos, limpiadores de baños públicos, espiritistas, embalsamadores, traficantes de mujeres, hasta los llamados “paseantes de cadáveres”. Por sus peculiaridades ninguna de estas actividades tiene desperdicio, sin embargo, la de paseante de cadáveres resulta ser la más singular.
Según relata Yiwu, no era raro que quienes transitaban por el gélido monte de las provincias de Shaanxi y Henan se toparan con carteles que exhibían la siguiente leyenda: “Frontera para muertos vivientes”. La advertencia, más que metafórica, era literal. Con un sistema de caminos poco desarrollados, y sin los recursos económicos para acceder a un medio de transporte propio, “cuando alguien que se encontraba fuera de su ciudad por trabajo, y moría de repente por alguna enfermedad o en un accidente, era muy difícil transportar el cuerpo hasta su hogar para enterrarlo. Y, según la costumbre, si no se lleva el cuerpo a su hogar, sería un alma solitaria y fantasma sin casa. Por ello, como no podían pagarse camiones o coches para transportarlos, se contrataban a los paseantes de cadáveres”.
No son pocos quienes atestiguaron esta práctica. Por ejemplo, una persona a la que entrevistó Yiwu, refirió: “mientras paseaba por un camino del pueblo, algo negro y voluminoso pasó por mi lado y me puso la piel de gallina. Cubierto con una túnica negra muy larga que estaba manchada de sus bajos con lodo y por la que asomaba de vez en cuando un zapato de piel, daba pasos contundentes con un sonido repetitivo y sordo, como si alguien golpeara el suelo con un trozo de madera. Justo entonces mi amigo Zhu corrió hasta mí y me susurró al oído: ‘¡Un zombi!’. Las palabras de Zhu me pusieron los pelos de punta, pero corrí hasta ponerme en frente de la túnica. Unos pasos por delante del muerto había un hombre que caminaba con una túnica beige y que en una mano llevaba una cesta con dinero falso y en la otra sostenía un farolillo de papel blanco. Cada pocos minutos sacaba de la cesta dinero que tiraba por los aires. [...] El cadáver era una cabeza más alto que una persona normal y llevaba puesto un sombrero de paja. Llevaban puesta una máscara blanca de expresión triste, como las de la ópera. El paseante hacía ruidos raros que hacían que el cadáver lo siguiera como si se tratara de un soldado bien entrenado, imitando exactamente a su guía. Cuando el paseante y el cadáver tenían que pasar por encima de algunas piedras, el paseante hacía esos sonidos y decía `Hacia arriba´. El muerto se paraba por unos segundos y se elevaba...”.
Si usted cree en los zombis, este relato narrado por Liao Yiwu le resultará fascinante; en cambio, si usted es de los escépticos que se entretiene esclareciendo mitos y leyendas, llegará al corazón de la verdad si se adentra en las páginas del libro de Yiwu.
Los paseantes de cadáveres, eran personas que trabajaban en pareja turnándose el sitio para fungir como guía y cargador del muerto. Aprovechando la rigidez del cadáver y las bajas temperaturas de las montañas y montes chinos, el cargador, cubierto por la larga túnica negra, subía al difunto sobre sus hombros y hacía el recorrido siguiendo todas y cada una de las instrucciones del que hacía las veces de guía.
La tarea no resultaría tan sorprendente si la cuestión fuera solo cargar al muerto. La actividad se vuelve asombrosa cuando nos topamos con registros que hablan de que algunos paseantes de cadáveres recorrían en la clandestinidad más de tres mil kilómetros para llevar al difunto a su lugar de origen y última morada.
Y mientras al día de hoy esta práctica folclórica de la China rural ha desaparecido, en México, con algunas adaptaciones, va cobrando fuerza. Guiadas por un GPS, las ramas quebradas, los vestigios de una fogata en medio de la nada o por la repentina aparición de montículos de piedras, cientos y cientos de personas deambulan por los montes de Guerrero, Sinaloa, Veracruz, Michoacán, Tamaulipas y Coahuila, buscando sin túnicas ni farolillos a sus familiares perdidos.
“Las Rastreadoras” o el “Colectivo solecito”, son sólo dos de los muchos grupos de personas que ante la pasividad e ineficacia de nuestras autoridades, tratan desesperadamente de encontrar a sus muertos para llevarlos hasta aquel lugar donde puedan reposar sus restos en paz.
En este último sentido, las tradiciones no cambian mucho. Chinos y mexicanos desean que sus difuntos tengan una sepultura digna. Lo que cambia es el contexto por el cual salen los deudos a buscar a sus muertos. En China fue la pobreza y las condiciones que rodeaban la vida rural las que obligaban a recurrir a los servicios de un paseante de cadáveres. En México, es la impunidad y la desesperación la que empuja a las familias a aventurarse en una tarea que lleva por guía una sola certeza: la esperanza de poder encontrar los restos mortales de ese ser querido que desapareció un día sin dejar huella.
@pabloayalae