El PRI cumplió, y seguirá cumpliendo

Jorge G. Castañeda
22 abril 2022

En las próximas horas y días se han comentado ad nauseam los orígenes y las consecuencias de la derrota de López Obrador en la Cámara de Diputados. Muchos insistirán que de nuevo podrá convertir una derrota en victoria con spin y su control de los medios. Otros subrayarán la farsa de la reforma de la Ley Minera, que reservará para el Estado lo que ya está reservado en la Constitución, como todos los minerales, y que pueden ser concesionados a privados: el litio. Se discutirá si es necesario (no), si es reversible (sí), si de verdad hay tanto litio en México (no aparecemos en las principales listas de países con grandes reservas), si nuestro litio es costeable (a diferencia del australiano, chileno, boliviano y argentino). Prefiero concentrarme en el aspecto político del rechazo a la contrarreforma eléctrica, y en particular en el comportamiento del PRI.

Desde hace más de un año, incluso antes de las elecciones de junio pasado, los malquerientes de Alejandro Moreno, de Rubén Moreira, y del PRI en general vaticinaron una sucesión de traiciones priistas. Tomaron sus sospechas por realidades y predijeron que no habría alianza ni siquiera parcial para los comicios legislativos, mucho menos en la casi totalidad de los distritos. Asimismo, afirmaron con resignación o júbilo que los diputados y senadores del PRI acabarían por doblegarse, ante las presiones, los chantajes, las amenazas y las “mordidas” de López Obrador.

Surgieron todo tipo de rumores sobre acuerdos inconfesables (la Gubernatura de Hidalgo a cambio de una propuesta de acuerdo por parte de Moreira), de expedientes por ser divulgados, de negociaciones secretas con el empresariado sobre una supuesta tercera vía. Incluso se pensó (con algo de razón) que la Suprema Corte le sacaría las castañas del fuego al régimen al negar la inconstitucionalidad de la LIE de 2019. Pero ni esto último ha funcionado del todo.

Ninguna de estas previsiones o sospechas se confirmaron. Algunos supusimos, desde la primavera de 2021, y después, en el otoño de ese año, que era altamente probable que el PRI se mantuviera dentro de la alianza Va por México, y que votara en contra de la iniciativa de López Obrador en materia eléctrica. En mi caso, la creencia se debió a la información que recababa de pláticas con varios integrantes de dicha alianza, destacadamente Santiago Creel, y por las versiones que me compartían diversos interlocutores de Alito.

Pero como buen lector -hace una eternidad- de Spinoza, confiaba más en el análisis que en los hechos. Al PRI le convenía la alianza, y sabía que someterse a López Obrador en la ley eléctrica reventaba la alianza. Entre más nos acercamos a las elecciones del Edomex (2023) y a las de 2024, menos le conviene a los priistas romper la alianza y ser devorados por Morena. Por varias razones, pero una en particular: encaminarse solos a la elección presidencial en 2024 equivale a ir al matadero. Más que para el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, la candidatura de coalición dentro de dos años es un asunto de vida o muerte para el PRI.

Así fue, por lo menos en lo que a la votación se refiere. He sido antipriista toda mi vida adulta, desde que comencé a escribir en Proceso en 1978. Pero acepto que, por lo menos ahora, los priistas han sido leales a la alianza, a su palabra, y a su conveniencia estratégica. Estoy convencido que lo serán también a la idea de una candidatura única en 2024, la suya o de otros.

Por eso me parece que todos aquellos que no simpatizan con la 4T, o que de plano la aborrecen, en lugar de remachar una y otra vez que no hay oposición, que los partidos que la integran se van a dividir, que los priistas van a traicionar, que Dante Delgado no va a unirse, etc., etc., etc., podrían proponer soluciones para el dilema evidente. Se le puede ganar a López Obrador en 2024. La condición consiste en una candidatura única de los cuatro partidos opositores. La mejor candidatura encierra dos características: unir a todos, y poder ganar. ¿Por qué no mejor discutir eso, y no si a Marko Cortés le falta estatura para convertirse en Winston Churchill, o a Alito para ser Obama?