El ser de la palabra

Rodolfo Díaz Fonseca
21 febrero 2024

“En el principio existía el Verbo”, dice la Escritura, y, en efecto, la palabra constituye el constitutivo esencial de todo lo que existe. El hombre es el ser de la palabra y para la palabra; toda su existencia radica en esa trascendente y fructífera relación. Sin embargo, a veces no somos conscientes del inmenso poder de las palabras y las utilizamos como letal boomerang que destruye, arrasa y aniquila con su espectro apocalíptico.

José Saramago puntualizó el inmenso poder de las palabras: “Las palabras no son inocentes. Pueden ser fugaces y rápidas como el viento, pero dejar las huellas de un huracán. Pueden construir o destruir una ilusión en un segundo. Pueden estimular o desmotivar a una persona. Pueden llevar alegría o tristezas. Están ahí para enaltecer o hundir. A veces no da lo mismo una palabra que otra, por mucho que el diccionario nos diga que son sinónimos”.

Taxativo, agregó: “Las palabras pueden ser objeto de apropiación indebida y en vez de decir lo que significan puede inducir a errores... Las palabras no son adornos, son los materiales de nuestro pensamiento... El lenguaje del odio llega antes que las bombas. Las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos”.

Precisó que es un crimen manipularlas y forzar su contenido y significado: “Las palabras no son una cosa inerte, de la que se pueda disponer como a uno le venga en gana. Hay que decirlas y pensarlas de forma consciente. No hay que dejar que salgan de la boca sin que antes suban a la mente y se reconozcan como algo que no sólo sirve para comunicar”.

¿Dosifico adecuadamente el poder de las palabras?