El tabú de las malas palabras

Alessandra Santamaría López
11 diciembre 2017

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Originalmente, mi columna de esta semana iba a ser en referencia a las polémicas declaraciones que hizo la semana pasada la responsable de la delegación Iztapalapa frente a un gran grupo de jóvenes, al cual les indicó que no fueran “weyes” y no se embarazaran, porque en el futuro habría tiempo de formar familias, pero ahora es tiempo de (fornicar).
Pero tú y yo sabemos que la palabra que empleó la mujer que también protagonizó un escándalo a principios del año al utilizar un pene de hule para enseñar cómo poner condones con la boca, no fue fornicar. Luego me enteré de que Noroeste tiene una política de ética que no me permite publicar cierto tipo de palabras que son consideradas como sucias, vulgares u ofensivas, aunque en este caso no se trata de palabras propias sino citas directas de otras personas, como una funcionaria pública altamente inapropiada e informal.
En cualquier caso, decidí cambiar mi tema a la libertad de expresión. Y no solo a lo qué se puede decir, sino, cómo se dice.
Pongamos el caso hipotético de que un medio de Estados Unidos decide con fines periodísticos, entrevistar a uno de los líderes de los movimientos por la supremacía blanca. Y el entrevistado podrá ser un hombre bien estudiado y que utiliza palabras “grandes” o de intelectual. Pero el hombre como bien sabemos por la ideología que profesa, es un racista y no hay otra forma de llamarlo. Entonces este racista hace una serie de declaraciones sin utilizar groserías, pero que insulta a toda una población y a todos aquellos que creen en la igualdad entre seres humanos.
El medio reproduce esta entrevista, así como ha reproducido las opiniones de neonazis que se casan con sus primos y otras cosas descabelladas, ya que no utilizan esas palabras muy específicas que son verdaderamente obscenas, pero en contraste, ni si quiera se plantea reproducir las declaraciones de una funcionaria pública por su mala elección de vocabulario, o en otro caso ficticio, la importancia del sexo seguro entre homosexuales ya que se trata de sexo anal, y eso es muy “inapropiado”. No se ustedes, pero creo que no tiene sentido.
Entiendo perfectamente que existen diferencias entre la forma en la que los periodistas hablan entre sus círculos cercanos y como se expresan a la hora de colaborar con un medio. Pero me cuesta creer que la gente que supuestamente defiende la libertad de expresión no puede aceptar una palabra como (fornicar). Y lo escribo entre paréntesis porque no puedo aplicar la palabra en la que estaba pensando (pero todos sabemos a qué me refiero).
No creo que “esté de moda” utilizar malas palabras, porque de acuerdo a lo que he leído y visto en obras literarias o cinematográficas de otras épocas, las formas “vulgares” o “indecentes” de hablar siempre han existido. Sí, hay lugares y tiempos para todo, pero la sociedad siempre ha tenido esta idea absurda de que por utilizar palabras elegantes uno es mejor que otro.
Lo qué hoy me planteo es, en este caso, ¿cuál es el verdadero tabú?, ¿el del sexo?, que para aquellos que no quieren creerlo, es cierto: los jóvenes tiene sexo y no es gracias a las declaraciones de la delegada, o el de las malas palabras, ¿hubiera sido menos controversial el rol de la funcionaria si les hubiera dicho a los adolescentes que es hora de “practicar el coito”?
No defiendo a la delegada. Puedo asegurarles que si yo hubiera estado en su lugar, el sentido común me hubiera inclinado a nunca decir las cosas que ella exclamó. Pero sí creo que es hora de abandonar la absurda idea de que cuando uno se expresa de manera más “académica”, es mejor persona o es menos ofensivo. Las palabras importan, pero solo tienen el poder que nosotros deseemos darles. Si han existido desde siempre, y tenemos pruebas de sobra, ¿por qué fingir que no existen en la vida real?
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